Para qué sirven los intelectuales

In memoriam

En El castillo de Barba Azul, George Steiner enarbola sutiles resonancias musicales y la estentórea alarma de encontrarse de pie frente al abismo del futuro incierto.

Steiner recibe el Premio Príncipe de Asturias del entonces príncipe Felipe, en 2001. (Foto: Alberto Morante | EFE)
Ciudad de México /

El crítico literario fallecido esta semana (el 3 de febrero para ser precisos), George Steiner, tal vez respondería, enarbolando el símbolo de la literatura sobre su cabeza con ambas manos, a modo de herramienta fundamental, que los intelectuales sirven para mantener a la humanidad dentro de fronteras morales. ¿Qué le ocurrió a la civilización en el siglo XX? ¿Por qué sucumbió a la guerra (como él la llama, de los treinta años, de 1915 a 1945) y luego se sumergió en el tedio? Steiner se hace estas preguntas en uno de los libros más pródigos, minuciosos y apasionados escritos, desde la literatura, sobre el camino que siguió la civilización en la conquista y refinación de su cultura. Se trata, por supuesto, de El castillo de Barba Azul (1971), hermoso título cargado de sutiles resonancias musicales y la estentórea alarma de encontrarse, tras haber recorrido un largo trecho, de pie frente al abismo del futuro incierto. Steiner, amante de la música y pianista aficionado, hace la siguiente aclaración en la primera página: “Tocante a una teoría de la cultura, parece que nos encontramos en el punto en que está la Judith de Bartók cuando pide que se abra la última puerta de la noche”. El argumento de la única ópera de Béla Bartók es perfecto para la metáfora que plantea Steiner en el libro: en un acto único se le ve a Judith seguir al conde de Barba Azul hasta su castillo, con la intención de redimirlo, y solicitar permiso para abrir una a una las siete puertas, que escondían, bajo llave: aparatos de tortura, armas, tesoros, jardines, parajes tenebrosos y lágrimas. Todos estos escenarios están manchados de sangre. Tras la séptima puerta, la cual estaba prohibida, Judith encuentra a las amantes muertas de Barba Azul y por tanto, una vez que sabe el secreto, se une a ellas. Muy a su pesar, el conde de Barba Azul, que tenía esperanza de esta vez haber hallado el amor, se queda solo de nuevo.

Tres años antes de publicar este libro, Steiner cuestionó duramente al académico estadunidense Noam Chomsky por un ensayo suyo titulado: “La responsabilidad de los intelectuales”. El contexto de la reflexión de Chomsky era la guerra de Vietnam, y su perspectiva era muy dura con respecto al papel de los intelectuales cuando su gobierno toma medidas injustas que implican represión y muerte sobre otros gobiernos o grupos sociales poco privilegiados. ¿Cuál es el derecho moral que asiste a una infraestructura poderosa para corregir los supuestos errores de un sistema distinto? Se trata de un cuestionamiento pertinente sobre todo porque proviene de un académico estadunidense en mitad de una guerra sanguinaria, injusta e inútil como la de Vietnam. Sin embargo, la puntualización de Steiner es muy apasionada, y a todas luces está inspirada en las reflexiones vertidas en el libro que estaba a punto de dar a la imprenta: El castillo de Barba Azul. Lo que en el fondo le dice Steiner a Chomsky es: entiendo y comparto lo que dice, pero como intelectual, desde su posición de privilegio y compromiso académico, ¿acaso no debería usted tomar una acción determinante el día de hoy para rechazar con firmeza el horror que está perpetrando su país?

Reproduzco la carta de Steiner tal como apareció en el New York Review of Books el 23 de marzo de 1967:


“Querido profesor Chomsky,


“Le escribo para expresar mi admiración por su lúcido y elocuente ensayo. Esta pieza será de gran utilidad para todo aquel que comparta su preocupación y para todos aquellos que ahora comiencen a percatarse de lo vital que es esta preocupación para nuestra sobrevivencia como comunidad humana.


“Pero escribo también para preguntarle: ¿cuál será el párrafo siguiente? Las falsedades que nos cercan necesitan ser expuestas. ¿Pero entonces qué es lo que procede? Usted acertadamente dice que todos somos responsables; acertadamente insinúa que el estatus de nuestro futuro quizás no será mejor que el de los intelectuales que condescendieron al nazismo. Pero, ¿cuál es la acción que usted exige o incluso sugiere? Anunciará Noam Chomsky que dejará de dar clases en el MIT o en cualquier lugar de este país mientras la tortura y el napalm continúen? ¿Emigrará Noam Chomsky fuera del país por un tiempo, por decir algo, al Churchill College, en Cambridge, donde nosotros, me atrevo a decir, estaríamos orgullosos y seríamos afortunados en recibirlo? ¿Ayudará a sus estudiantes a escapar a Canadá o México (tal como Jeason hizo con sus estudiantes, que abandonaron Francia durante la crisis argelina)? ¿Renunciará a una universidad ampliamente implicada en el tipo de “estudios estratégicos” que tan acertadamente repudia? El intelectual es responsable. ¿Qué es entonces lo que debe hacer?


“No hago estas preguntas para generar un debate. Sino desde mi profunda y personal perplejidad. Quizás nos encontramos en una trampa muy complicada. La obligación de la actual administración y el Congreso es representar los puntos de vista de la mayoría de nuestros compatriotas. Nosotros, como intelectuales, estamos comprometidos con todos los derechos y el poder de esa expresión. Ningún congresista ha sido electo bajo una plataforma abiertamente contra la guerra. Sentimos con angustia lo que mejor conocemos, que una élite informada y con consciencia debe ser escuchada. ¿Pero cómo, y de qué forma políticamente activa? Si no podemos actuar políticamente, o tan sólo muy levemente, ¿qué es entonces lo que podemos hacer a título personal, ahora, en nuestra vida personal y profesional? Cómo podemos ayudar a subvertir la horrible, inhumana coexistencia simultánea de una cultura brillante intelectual y artísticamente como la estadunidense con la política adoptada en Vietnam, la cual muchos de nosotros encontramos autodestructiva y aborrecible?


“¿Acaso su ensayo no termina casi en el mismo punto en el que debería empezar?”


Me sentí muy conmovido por el llamado que Steiner hace a la acción, a despertar la conciencia de la responsabilidad práctica que los intelectuales tienen en una comunidad. Efectivamente, como escribe Chomsky en el ensayo mencionado y en su respuesta a la carta de Steiner, los intelectuales sirven para pensar el mundo desde distintos ángulos y tratar así de comprender de dónde vinimos y hacia dónde vamos, cómo llegamos al lugar en el que nos encontramos, y qué tan justo es ese lugar. Tienen el poder de exponer las mentiras de los gobiernos, de analizar las acciones de acuerdo con sus causas e intenciones, incluso aquellas que tramposamente mantienen ocultas. Tienen libertad política, acceso a la información y libertad de expresión. Forman parte de una minoría privilegiada que es educada y entrenada para buscar la verdad que yace debajo del velo de la distorsión y la tergiversación, de la ideología y de los intereses de clase. Palabras más, palabras menos, lo que dice Chomsky es cierto, y él propone, además de dar la batalla desde el MIT (es decir, desde dentro del sistema), influyendo desde la academia a las futuras generaciones que tomarán decisiones, hacer una pequeña rebelión civil, a título personal, que consiste en rehusarse a pagar la mitad de sus impuestos para no contribuir con su dinero a la maquinaria de guerra.

Sin embargo, la pregunta de Steiner sigue en el aire: ¿Cómo habrá de comenzar el párrafo siguiente? ¿A quién corresponde, ya no responder ese cuestionamiento, sino plantearlo? Si bien los intelectuales pueden pensar el mundo, la literatura tiene el poder magnífico de ordenarlo y proyectarlo. Eso parece decirnos Steiner en El castillo de Barba Azul, que abre, por cierto, con un epígrafe de René Char: “A cada desmoronamiento de las pruebas, el poeta responde con una salva al futuro”.

​ÁSS

  • Juan Manuel Gómez

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