Bajo escucha. Estética del espionaje (Cantamares, 2018) del filósofo y musicólogo francés Peter Szendy es un conjunto de ensayos, eruditos y exigentes, sobre el acto de escuchar. El oído es un sentido indispensable para la supervivencia humana y su utilidad radica en que la percepción y codificación de ruidos, sonidos o palabras ofrece información valiosa para que el individuo adopte las acciones más eficientes: desde la huida pánica ante un ruido desconocido que puede anunciar un depredador o un fenómeno natural hasta obtener ventajas sobre algún enemigo, enterándose, a través de la escucha subrepticia, de sus vulnerabilidades, como en el episodio de la Biblia en el que Josué envía sus espías a Jericó y éstos, con la complicidad de una prostituta, se enteran de las claves que ulteriormente les permitirán a sus ejércitos tomar la ciudad.
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Para Szendy, el espionaje es una vieja estrategia de adquisición y control de poder; sin embargo, nunca había sido tan próspera, extendida y factible como en nuestros tiempos. El sentido al que la actividad de espiar está más próximo es el oído, pues a menudo la mirada del ojo resulta demasiado evidente e indiscreta. La etimología misma de escuchar implica el sentido de vigilar disimuladamente, y poner “bajo escucha” a alguien es designar un sospechoso. La escucha no sólo es una actividad artesanal, sino que tiende a tecnologizarse desde la Oreja de Dionisio, esa cueva en Siracusa que fue habilitada para oír a los paseantes, hasta los panópticos decimonónicos, o los más refinados adminículos tecnológicos del espionaje contemporáneo.
La escucha humana, pues, no sólo es una alerta fisiológica, sino un artefacto político que establece complejas relaciones con la estética, y que puede infiltrarse en las más altas manifestaciones artísticas. Por eso, Szendy hace un recorrido por la literatura, la música, el cine y las artes plásticas y sus distintas representaciones de la escucha.
La curiosidad de Szendy va de lo antiguo a lo contemporáneo y de lo culto a lo popular: de Sófocles, Monteverdi, Mozart y Shakespeare a Brian de Palma, David Lynch o jóvenes DJs. Szendy sugiere que, frente a esa aspiración totalitaria, ese sueño del espía o del autócrata de la “captación absoluta”, lo que muestran las numerosas experiencias artísticas que analiza el que el espía puede ser espiado y el que escucha puede estar bajo escucha. De hecho, en uno de los capítulos más estimulantes sobre la ópera Orfeo de Monteverdi, Szendy introduce la noción de la “oreja mortal” y su vulnerabilidad, como en la trágica escena en que Orfeo, al desconfiar de su escucha, trata de verificar, con la vista, si su amada Eurídice viene siguiéndolo y, con ello, la condena a volver a la muerte. En el hermético pero estimulante recorrido de Szendy hay una inferencia política: acaso nuestra escucha está en riesgo y es sujeto de múltiples y ubicuas manipulaciones de los poderes, pero no existe un solo oído omnipotente e infalible.
ÁSS