Cómo recorrer una ciudad sin despertarla

Reseña

‘Cómo recorrer una ciudad sin despertarla’, de Violeta Orozco, es un conjunto de ensayos sobre espacios periféricos de Ciudad de México, Nueva York y otras urbes que ocultan sus lugares oscuros

La poeta bilingüe, ensayista y traductora Violeta Orozco. (Foto: Angie Lipscomb)
Guadalupe Alonso Coratella
Ciudad de México /

Todas las ciudades del mundo son la misma y en el fondo las inventa más la imaginación que su arquitectura.

Ítalo Calvino

La literatura sobre ciudades, reales o imaginarias, ha sido abundante y perdura en el tiempo. Recuerdo cuando en México comenzaron a circular los libros de Editorial minúscula que estrenaba la colección “Paisajes narrados”. Ahí se recogieron textos como Roma, de Nikolái Gógol o Las ciudades blancas, de Joseph Roth. Pienso también en el Londres de Charles Dickens, Istambul, de Ohran Pamuk, el Spleen de París, de Baudelaire o Crónicas italianas, de Stendhal. Hace unas semanas recibí Cómo recorrer una ciudad sin despertarla, libro de Violeta Orozco. Bajo el sello de Literatura UNAM (2022), forma parte de la colección Ensayos, de Ediciones Punto de Partida, a cargo de Carmina Estrada.

El epígrafe que enmarca al libro es el mismo que aquí reproducimos, tomado de Las ciudades invisibles, de Calvino. Se trata de un conjunto de ensayos personales, paseos donde la autora se hace acompañar de poetas, músicos o fotógrafos cuya obra se inserta en estas visiones urbanas. El viaje comienza en la insomne Nueva York. Violeta refiere que un poeta inventó una “ciudad donde los caballos vivían en las tabernas y las mariposas disecadas revivían en esa ciudad sin sueño”. Es Federico García Lorca y su poemario, Poeta en Nueva York, lo que respira en esta gran urbe. Violeta fue allí pensando que algo habrían de tener en común esa ciudad y la de México. Encontró que las dos metrópolis, indigestas de poesía y mitologías, comparten el modo como han reaccionado hacia el agua. Nueva York no parece una ciudad costera, los rascacielos impiden la vista de un horizonte con mar, mientras que en la capital mexicana los grandes ríos y lagos quedaron debajo de las piedras. “En la Ciudad de México”, dice, “nada es estable, todos los rincones están en amenaza de desaparición próxima”. Y en Nueva York “todo se reconstruye al paso que se desgaja, es lo que llamamos la ilusión de lo duradero”.

En el capítulo “Alfabeto de ausencias o la estética de las ciudades industriales”, cita a T. S. Eliot: “¿Cuáles son las raíces que sujetan, cuáles las ramas que crecen de estos pétreos escombros?” La tierra baldía resuena en este viaje que incluye ciudades como Chicago, Ohio y la misma Nueva York, ejemplos de cómo los paisajes sociales comenzaron a cambiar. A golpe de ojo, en esos suburbios sobrepoblados vienen a la mente periferias de la Ciudad de México, como Electra y Ciudad Satélite. Violeta nos convoca a mirarlas desde la estética postindustrial, a través de la fotografía de los alemanes Bernd y Hilla Becher. Ellos entendieron que estos paisajes de devastación representaban el nuevo orden social. En sus fotografías capturaron la desmedida ambición de los humanos por transformar su entorno.

En estos ensayos personales, Orozco no intenta andar por el lado luminoso de las ciudades, al contrario, elige sitios sombríos, alcantarillas, lugares donde el lodo resplandece y la vida surge en el pantano. “¿Qué fue primero, el nopal o el águila?”, se pregunta en el capítulo “Grandeza de las periferias”. De las vías de Ixtacala, en las márgenes de la Ciudad de México, emprende el viaje hasta Naucalpan. Mientras, resuenan las rolas del tampiqueño Rockdrigo González: Es un cometa la imagen, es un mapa de vapor; eran solares baldíos, solares baldíos de amor. “La periferia es un lugar dentro de nosotros”, apunta, mientras trepa en un camión que va por calles hacinadas y toma una autopista siempre saturada, en condiciones infrahumanas de inseguridad, sobre todo para las mujeres. Hay también en estos ensayos preocupación y denuncia, sobre el medio ambiente, la violencia o la pobreza. En esta historia soterrada de las ciudades también nos asombran personajes inesperados. En una Montreal, cristalina, aséptica, un espacio casi artificial, habría que moverse hacia las afueras, a la vida en el subsuelo. Ahí, de pronto aparece el caribeño Frantz Fanon, pensador y humanista, uno de los grandes en la lucha y comprensión del colonialismo.

A mitad del camino volvemos a Nueva York, porque allí se atravesó la desgracia. En “Memorias de un futuro macabro. El coronavirus en tiempos de la desigualdad”, Violeta se pregunta ¿Cómo nos puede ser tan familiar el discurso de la catástrofe, los paisajes de la desolación y el desastre? Narra, entonces, los escenarios del condado de Queens en Nueva York, epicentro de la pandemia. Entre otros sucesos, destaca el modo como a raíz de la muerte o la enfermedad comenzaron a emerger esos trabajadores subterráneos, los productores de una gran economía a quienes “en lugar de recompensarlos por su sacrificio, los querían volver a empujar debajo de la tierra para que nadie los mirara sostener el mundo. Muchos morían antes de ser atendidos. Nueva York se convirtió en ruleta de la muerte”.

Uno de los capítulos que llamó mi atención fue “Liberación por el ritmo: el puerto de Nueva Orleans”, un lugar donde proliferó la venta de esclavos, la discriminación racial, pero también una ciudad mágica, la ciudad de Marie Laveau, reina del vudú; una ciudad con ritmo, el jazz. Descubrimos aquí cómo, a través de las fuerzas espirituales, de una religión poderosa y de la música que no deja de sonar, los esclavos lograron sobrevivir 200 años de plantaciones en el sur de Estados Unidos. En estas tierras la autora también detecta el lujo y la extravagancia, expone ese derroche que oculta el costo humano tras una fachada de prosperidad. “Tal vez por eso”, dice, “me disgusta escribir sobre la parte aparentemente luminosa de las ciudades”.

“Desnúdate si quieres de todo lo que arrastras de ciudad y jardín, porque aquí no hacen falta los pájaros”, dice el poeta Efraín Huerta en Los hombres del alba. Con él y Octavio Paz, luego de un paseo nostálgico por calles y jardines de la Ciudad de México concluimos que, “al paso del tiempo, irremisiblemente cambia el espacio, siempre de manera devastadora e impredecible”. Cada uno de estos ensayos es una invitación a mirar las ciudades desde un lugar perturbador. Al hacerlo, Violeta Orozco nos confronta, nos hace cómplices de las inefables faenas con las que hemos contribuido a transformar o destruir la tierra que habitamos.

Poeta bilingüe, ensayista y traductora, Violeta Orozco nació en la Ciudad de México en 1989. Es egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y actualmente realiza un doctorado en Literatura Latinoamericana y Latina en la Universidad de Cincinnati.

AQ

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.