El género epistolar desapareció cuando la tecnología y la prisa se instauraron en nuestra vida. La inmediatez del correo electrónico y las redes sociales desplazaron el antiguo arte de escribir cartas; ya nadie —o casi nadie— se detiene frente a la hoja en blanco para iniciar o continuar el diálogo con otra persona, para pensar y releer lo que se dice. Nadie compra sobres o estampillas postales ni mucho menos espera días o semanas por una respuesta. Todo es instantáneo, breve, con frecuencia impersonal.
Por fortuna, quedan reveladores vestigios de esa costumbre prácticamente perdida, epistolarios reunidos en libros o dispersos en periódicos y revistas; cartas que circulan en internet, se conservan en instituciones académicas o en archivos privados, que nos hacen pensar en otros tiempos, en otra manera —más íntima— de comunicarnos.
Cartas como las que escribió y recibió Renato Leduc (1895-1986), el legendario telegrafista de Pancho Villa, poeta y periodista, autor de libros como El aula, etc. (1929), Los banquetes. Quasi novela (1932) e Historia de lo inmediato (1976), cartas que su hija Patricia Leduc guarda y en las cuales se transparenta la amistad, la solidaridad, el persistente humor de Renato y sus amigos, entre ellos Pablo Neruda, quien, en una carta fechada un 18 de febrero, sin especificar año ni lugar pero indudablemente escrita en la época en que Leduc trabajaba en la Delegación Fiscal de la Secretaría de Hacienda en la capital francesa, le dice: “Estoy aquí pasando unos días en el campo, y espero estar en una semana más en París de vuelta”. Y sin más le lanza una amistosa convocatoria: “Ya sabes, en el Select, aunque seas tan huraño”. Le Select es una de las brasseries históricas de París, se encuentra en Montparnasse y era uno de los lugares de reunión de la bohemia parisina.
El 3 abril de 1939, en Roma, el poeta José Gorostiza, Primer Secretario en la legación mexicana en esa ciudad, le escribe a Leduc para pedirle que lo ayude a gestionar unos pagos en Francia. En las primeras líneas, le dice:
“Querido Renato: Lamento mucho no haberte visto nuevamente en París, antes de mi salida, para tomar el consabido Cinzano y charlar ampliamente. Las exigencias turísticas de mi mujer me ocuparon todo el tiempo, pues ella no había hecho aún el ABC de París. Espero poder escaparme alguna vez por allí, si es posible en plan de soltero, y entonces nos tomaremos nuestro desquite. Tengo cosas nuevas, bonitas, que te pueden interesar y espero que estés preparado para realizar la amenaza colombiana de ‘leerme si te leo’”.
Una presencia constante
Un nombre que se repite en varias cartas es el del tabasqueño Andrés Iduarte, autor de Un niño en la Revolución Mexicana, entusiasta de Vasconcelos y amigo de Renato Leduc desde sus días como estudiantes de la Escuela Nacional Preparatoria.
Iduarte vivió en París entre 1928 y 1930, donde hizo amistad con escritores como Miguel Ángel Asturias, César Vallejo, Gabriela Mistral y Pablo Neruda. Por eso no resulta extraño que, en su carta del 18 de febrero, intrigado por su bienestar, el autor de Residencia en la Tierra pregunte por él. “Querido Renato Leduc”, le dice al poeta mexicano: “si tienes un momento […], te ruego que me escribas y me digas qué pasa con Iduarte, si estaba en Málaga, y qué ha pasado. He estado muy preocupado porque me dijeron que él y Graciela estaban allí”.
Neruda se refiere a la esposa de Iduarte, Graciela Frías, y la alusión a Málaga hace suponer que la misiva fue escrita recién terminada la Guerra Civil Española, cuando en esa ciudad el fanatismo había llegado a tal grado que incluso estaba prohibido caminar por la izquierda, por lo que resultaba muy poco propicia para los simpatizantes de la República, como lo eran Neruda, Leduc e Iduarte.
Andrés Iduarte vivió gran parte de su vida fuera de México, en 1939 fue nombrado profesor de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Columbia, en la que permaneció hasta 1952, cuando regresó a México como director general del Instituto Nacional de Bellas Artes, cargo del que fue destituido abruptamente en 1954 cuando en los funerales de Frida Kahlo, en el Palacio de Bellas Artes, se colocó sobre su féretro la bandera comunista, provocando un gran escándalo en la prensa y los círculos políticos.
Desde Nueva York, el 16 de marzo de 1940, en los primeros meses de la Segunda Guerra Mundial, Iduarte le escribe a Leduc.
“Muy querido Renato./ Nos dio gran gusto recibir tu carta sin fecha, después de tanto tiempo de estar sin noticias directas tuyas. Por primera vez en la vida me he tardado en contestarte más que tú, pero esto se ha debido a que, como sabes, estoy transformado en una tuerca más de la gran maquinaria norteamericana. Te ruego que me escribas pronto y no vayas a empeñarte en recuperar tu tradición de mal corresponsal”.
Iduarte le habla de su trabajo como profesor en la Columbia University, de su labor como secretario de redacción de la Revista Hispánica Moderna, dirigida por Federico de Onís, de los artículos que escribe para varias publicaciones.
“Trabajo mucho, estoy cansado, pero tengo cierta independencia y empiezo a tener para comer”, le dice a su amigo, a quien también le cuenta de una nueva publicación: “En México ha salido la revista Romance, financiada con capital mexicano y dirigida y hecha por el grupo más joven de Hora de España, es decir, por los mejores, por los más capaces y los más sencillos. Yo soy su representante aquí. […] Me encargan te pida colaboración. No dejes de enviármela pronto, verso o prosa, lo que quieras. Yo haré algo sobre ti, aunque no necesitas presentaciones. (La revista) se ha vendido, ha tenido éxito, será utilísima. Colaboran españoles y mexicanos, con gran amplitud política, o mejor dicho fuera de la política, desde Juan de la Cabada o Manci (José Mancisidor) hasta Martín Luis Guzmán y Novo”.
La nostalgia de Abel Quezada
Abel Quezada, de 28 años, le manda a Leduc una extensa y divertida misiva fechada en Nueva York el 20 de mayo de 1949, en la que, entre muchas otras cosas, le dice que ha entrado en contacto con Iduarte: “Mi querido Renato”, le escribe: “Hasta hace apenas unos minutos, pude localizar y hablar por teléfono con el Profesor Andrés Iduarte —nos vamos a ver el martes a las seis de la tarde, en su oficina de Columbia University—, hasta por teléfono me pareció una magnífica persona y estoy muy contento, porque por fin parece que voy a tener a alguien con quien hablar en Español y de algo más que estrellas de cine y de beisbol.
“Tardé en dar con él, porque ocurrió que un pocho se ofreció a llamarlo en mi nombre y, no pudiendo dar con él, sino con su señora esposa, le dijo a ella que yo era un buen muchacho de México, que traía una ‘carta de recomendación’ de Renato Leduc, para ver qué podía hacer el Profesor por mí. Me quería morir de la vergüenza cuando me enteré de esto y nada pude componer con mentarle quince veces la madre al pocho. Tuve que esperar a que se olvidaran de mi nombre”.
En otro pasaje, le explica el motivo de su viaje; le cuenta que estaba muy contento en su rancho, trabajando, pensando en su “muchacha ideal”, cuando llegó un telegrama: “ofreciéndome una chamba como ‘Art Director’ en una agencia de Publicidad de espectáculos en la calle 46 y Broadway (Times Square) y me fui al espejo, recuperé mi ‘Bold Look’ de fifirucho, me quemé con un cigarro unos pinolillos que tenía en las pantorrillas y me vine a convertir en el #131-24-4905 del Social Security y a no devengar un salario de 100 dólares a la semana que me están pagando”.
Le dice que hará una campaña de publicidad y “cosas” para revistas: “unos trabajos en color que nadie conoce en México y que yo considero como algo maravilloso (claro, YO)”.
Se queja de lo aburridos que son los gringos y le confiesa que sus editores vieron las ilustraciones que hizo para el Corrido de la Revolución mexicana (de Leduc) “y en cuanto llegaron a la parte donde el Pueblo le está mentando la madre a los enriquecidos del Chavez’ Place, me lanzaron la terrible pregunta: —¿Es usted comunista? —No —les respondí—, es pura envidia lo que siento —y nos pusimos a platicar del porcentaje de bateo de Ted Williams”.
Quezada dice sentir una “nostalgia infinita”: “En los restaurantes pido sándwiches de queso crema con lechuga, porque eso sabe a aguacate, tan solo con cerrar los ojos, y hago miles de excentricidades para no aburrirme —hasta he llegado al descubrimiento aterrador de que, en el fondo, yo soy muy trabajador—, de otro modo no tiene explicación todo lo que he hecho a color, aparte de mi chamba en la Agencia. Usted podrá darse cuenta, tan solo con esto, de cómo será la cosa aquí, que lo más divertido que uno puede hacer es trabajar”.
El 6 de junio de 1949, desde la Ciudad de México, a la que había regresado a finales de 1942 después de pasar un año en Nueva York con su entonces esposa Leonora Carrington, de la que se divorció en diciembre de 1944, Renato le escribe a Iduarte sobre su amigo Quezada.
“Querido Andrés:/ Me informa Abel Quezada que ya logró comunicarse contigo. Te lo mandé para que tengas con quién hablar de cosas mexicanas actuales y para que él, encontrándose con gente de tu calidad, no se aburra excesivamente en Nueva York a donde va a trabajar… pues por la eterna historia de que nadie es profeta en su tierra y de que aquí no le dan la categoría que se merece.
“Es además de magnífico dibujante un excelente amigo con gran sentido del humor y una fina y peculiar manera de enfocar el mundo. Te lo recomiendo”.
Reconociendo su calidad de “mal corresponsal”, agrega: “Siempre estoy con ganas de escribirte, pero me las aguanto porque aparte de que (no necesito jurártelo) soy bastante bolsón padezco de una aguda ineptitud para la literatura epistolar”.
Territorio libre de un solo hombre
Entre la correspondencia de Renato Leduc se encuentra una carta del gallego antifranquista, naturalizado mexicano, Víctor Rico Galán, intelectual, periodista, fundador en 1964 del clandestino Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP) que, inspirado en la revolución cubana, pretendía instaurar el socialismo en México. Fue aprehendido —junto con su hermana Ana María— en agosto de 1966 y recluido en la célebre crujía “N” de Lecumberri, reservada para los presos políticos. La cárcel no le impidió continuar su actividad como columnista de la revista Siempre! ni dejar de interesarse y abogar por algunos de sus compañeros de prisión.
En su carta, fechada el 6 de diciembre de ese mismo año en el “Territorio Libre de un solo hombre”, le pide a Leduc que consiga ayuda para dos periodistas presos: el caricaturista Tuno Alvarenga y un reportero deportivo apellidado Herrera, ambos de Novedades, víctimas de una defensa deficiente y del abandono de la Asociación Mexicana de Periodistas (AMP), “que ha descuidado este capítulo de solidaridad con los colegas en desgracia”.
Le expone sus casos y concluye: “Y eso es todo, querido amigo. Por lo que a mí concierne, me encuentro perfectamente, aunque un poco preso. Me comunican que en los mentideros de café corre el rumor de que voy a suicidarme. Y a usted, que tiene tantos amigos, le ruego que lo desmienta: mi rebeldía no nace de un conflicto conmigo mismo, y no tengo interés alguno en atentar contra mi persona. Leo, escribo, duermo a pierna suelta y, además, no estoy tan solo, puesto que me hacen compañía varios centenares —¿o serán miles?— de ratas. Lo único que me duele es no poder seguir el consejo —que me dieron mis compañeros ahora recluidos en la crujía “M”— de domesticarlas, porque no sé si responden a la flauta o a la vihuela y, por otra parte, temo que mis habilidades musicales no interesen ni a las ratas”. Se despide de Renato con un abrazo cordial y firma: V. Rico.
La correspondencia de Renato Leduc, en la que se encuentran lo mismo nombres de escritores, periodistas y políticos como Miguel Alemán Valdés que personajes desconocidos, muchos de ellos obreros y campesinos, que le pedían ayuda para resolver diversos problemas legales o económicos, son un paseo por un mundo que se extinguió, un mundo que miramos a través de los recuerdos mientras, como diría Carlos Monsiváis, “nos movemos entre las ruinas instantáneas de la modernidad”.
ÁSS