La fosa común del periodismo se llama Hemeroteca (así, con inicial mayúscula. Porque un lugar tan importante y concurrido es lo menos que se merece). Ahí, entre el silencio, la oscuridad y un olor peculiar, el tiempo amarillea y humedece a quien los cursis llaman “el primer borrador de la Historia”. La clasificación y el orden que impera en su interior permiten a investigadores y curiosos echarse un largo y placentero clavado a otras épocas. Y así, con método y paciencia, pueden encontrarse muchas joyas de tinta y papel: entrevistas y reportajes memorables, fotos históricas o anuncios publicitarios de productos y servicios que caracterizaron periodos específicos del desarrollo social. Ahí va a parar todo lo que fuimos y somos, bajo las firmas de articulistas, columnistas, reporteros y redactores de todo tipo.
Cada tanto, alguien se propone sacar de ahí algunas piezas que ayuden a completar el rompecabezas de la vida contemporánea. Hace unos años empezó a hacerlo, por ejemplo, la investigadora española Beatriz Ledesma Fernández de Castillejo, especialista en la diáspora republicana española en el Río de la Plata. Cuando pretendía desentrañar el exilio argentino de la feminista Clara Campoamor, fue topándose cada vez más con textos periodísticos sobre varios protagonistas de la cultura española de la primera mitad del siglo XX. Fue guardándolos y un día se dio cuenta de que tenía material para hacer una antología.
La Fundación Santander la acaba de publicar bajo el título Retratos a medida. Entrevistas a personalidades de la cultura española (1907-1958), y no sólo es un compendio de vivencias y reflexiones de gente como Benito Pérez Galdós, Jacinto Benavente, Margarita Xirgu, Victoria Kent, Juan Ramón Jiménez, Julián Marías o Pastora Imperio y Carmen Amaya, entre otros, sino toda una muestra del mejor periodismo literario en español (al parecer algo normal en la prensa porteña de la época).
Cada pieza, la mayoría publicadas en el diario La Nación y la revista Caras y Caretas, es un diálogo en movimiento, un oasis de libertad de estilo y… de todo. Todo con descaro y sin autocensura (como debería ser siempre, digo yo). Fíjense cómo describen a la bailaora Carmen Amaya: “una gitanilla minúscula, delgaducha, fea a la vista.” Y al pintor Joaquín Sorolla: “Sorolla es un hombre pequeño. Muy pequeño. Demasiado pequeño. Pero lo oís hablar. Entonces aquel hombre pequeño se agranda por sobre sí mismo. Su voz no es simpática. Es una voz chillona que hiere, que lastima.”
Pero no son sólo los entrevistadores los que se expresan sin miramientos. También los entrevistados. Quizá porque, a diferencia de la interconexión global de hoy, en aquel entonces pensaron que sus declaraciones nunca iban a ser difundidas en España. Por eso dejaban caer un montón de intimidades, críticas, chismes, rumores. O lucían sin freno sus egos y vanidades. O expulsaban con toda naturalidad un torrente de envidia, resentimiento, maledicencia, escarnio, vilipendio, desprecio, inquina. O hasta se daban permiso de reírse de sí mismos.
Hay que ver lo que se cocía (¿se cuece?) en la élite cultural española. No es que me asuste, es que me divierte. Suelta con toda naturalidad, por ejemplo, Juan Ramón Jiménez: “vengo de casa de Antonio Machado. Sobre un montón de libros y papeles depositados en una silla había un plato con huevos fritos. Tal es la distracción y el desorden de este hombre que fue y se sentó sobre ellos.” Le preguntan a Pío Baroja: “¿tuvo amistad con Unamuno?” Y él responde, muy digno: “¡Con ese tío yo no voy a ninguna parte!” Luego recuerda: “Unamuno y Valle Inclán se conocieron gracias a mí. Los dos eran igual de intolerantes y, claro, las cosas entre ellos no pudieron marchar bien.” Don Pío remata sobre otro colega: “Rubén Darío tiene buena pluma. Se nota que es un indio.”
Las entrevistas son tan buenas que los editores del libro encargaron la dramatización de algunas de ellas y pueden escucharse en podcast. No obstante, más allá de las sonrisas o carcajadas o reflexiones que nos arranquen los textos (y las lecciones de estilo que nos brindan), este volumen es una radiografía de personajes que, hasta ahora, habíamos visto sobre todo de manera solemne. Pero juntos, en la fosa común (o ahora “extraídos” de ella), son más originales, raros e incluso mágicos.
AQ