El biólogo evolutivo y divulgador científico Richard Dawkins alcanzó notoriedad con la publicación de su libro El gen egoísta. En ese brillante ensayo, el británico hace una interpretación de la teoría de la evolución de las especies partiendo de la idea según la cual los genes suplantan al individuo. El planteamiento consiste en ver al gen como la unidad fundamental alrededor de la cual se desarrolla la especie. De esa manera, Dawkins explicó el fenómeno de la selección natural y la manera en que actúa en niveles superiores de organización y complejidad. Los organismos somos máquinas de supervivencia de nuestros genes y este arreglo molecular dicta la manera de proceder del individuo para seguir existiendo.
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Unos años más tarde, Dawkins publicaría El fenotipo extendido, en el que daba seguimiento al libro anterior con una idea que él mismo considera su principal contribución a la teoría de la evolución natural. El fenotipo extendido recupera el papel que juega el organismo completo más allá del gen egoísta. Dawkins considera que el gen modifica su medio ambiente a través del comportamiento del ente que lo contiene y en ocasiones aun sin que lo contenga. El fenotipo va más allá de los límites espaciales y temporales de la molécula. Estos dos libros le darían a Richard Dawkins más de 40 años de fama y autoridad académica para opinar sobre muy diversos temas. Quizá lo más curioso es que su propuesta del fenotipo extendido se hizo realidad en sí mismo mediante la ampliación de sus pareceres.
Una idea modificó el entorno que ahora le da la posibilidad de opinar sobre otros temas. Dawkins se dio cuenta de que el tradicional ateísmo es un producto que siempre se vende bien. El mercado antirreligioso es bueno, constante, rentable y fácil. Según los estudios estadísticos, existe un 13 o 15 por ciento de la población mundial que se considera atea o agnóstica, y un 23 por ciento que se toma a sí misma como no religiosa. De manera que el mercado puede ser del orden del 30 por ciento de la población general. Nada mal para vender conferencias, libros y entrevistas.
Dawkins se ha dedicado a comercializar su ateísmo improvisado hasta convertirse en el ateo de referencia. Evidentemente, ésta no es el área de su especialidad y sus ideas al respecto son sencillas, recurrentes y muy añejas. Richard Dawkins representa al ateísmo del siglo XIX. Y es que el ateísmo no ha sido siempre el mismo. En las antiguas culturas se expuso un desapasionado desprendimiento de la divinidad. Lucrecio pensaba que el universo estaba hecho de átomos y de vacío y, 300 años antes de la era común, el filósofo de la antigua China Chuang Tse nunca consideró la existencia de una deidad creadora del Universo. Estos ateos de la antigüedad no se preocupaban por la existencia de Dios y no sintieron la necesidad de atacar a la religión, con religiosa militancia.
Ya antes de Lucrecio, Protágoras el abderita, o Pródico de Ceos, junto con otros muchos, se habían expresado con escepticismo sobre los dioses.
Aunque es habitual decir que durante la Edad Media no existía ateísmo, el surgimiento de la Inquisición que perseguía a los que discrepaban de las creencias cristianas sí dio cuenta de un ateísmo autentico. Más allá del uso que se le dio al concepto de herejía para atacar a todo tipo oposición, ya fuera esta política o religiosa, también dejó ver la disidencia de los que podían vivir sin ataduras ni credos. Un caso muy conocido fue Federico II Hohenstaufen (1194,1250), excomulgado dos veces y considerado anticristo por el papa Gregorio IX. Hombre sabio, impulsor de la ciencia y las artes, inteligente escritor, curioso y gobernante ateo.
En la actualidad, “Los nuevos ateos han centrado su ofensiva en un aspecto muy limitado de la religión que, pese a su reducido alcance, ni siquiera han logrado entender. Concibiendo a la religión como un sistema de creencias, la han atacado como si no fuera más que una teoría científica obsoleta”, dice John Gray en Siete tipos de ateísmo (Sexto Piso, 2018).
Efectivamente, en su libro titulado El espejismo de Dios (2006), Dawkins plantea exactamente esta postura antigua, tan aburrida como la represión sexual o los códigos de comportamiento victoriano que llevan ya más de 200 años en algunos sectores de la sociedad.
En ese sentido, dice Dawkins: “Al contrario de Huxley, sugeriré que la existencia de Dios es una hipótesis científica como cualquier otra” (sic).
Para estos nuevos ateos la religión no es otra cosa que una ciencia primitiva y por eso se lanzan contra el recuento bíblico del Génesis como si éste fuera la teoría del origen de las especies. Ya hace 1700 años que Agustín de Hipona nos dijo que no había que entender el libro de manera literal. Y ya pasaron 2 mil años de que el filósofo judío Filón de Alejandría explicó que se trataba de una alegoría o un mito, pero el ateísmo simplón sigue encontrando aquí el camino fácil. El pleito sin ideas, la arrogancia dogmática de quien no acepta más opciones que la propia y desaprueba la actitud científica del agnosticismo para forzar un ateísmo religioso con la misma intolerancia recalcitrante de muchas religiones.
Afortunadamente para los que no somos creyentes, existen posturas de mayor calado: lo que un escritor como Joseph Conrad veía en un “mar sin Dios” (John Gray) o la sensación de Claude Lévi-Strauss frente al misterio, que le permitía formular su agnosticismo. Baruch Spinoza, que veía una sustancia infinita y eterna que no poseía atributos de este mundo y al que Einstein llegó a citar como el “Dios de Spinoza”, así como la recuperación de las propuestas griegas y otros muchos ateísmos, resultan más enriquecedores que la nueva militancia de una postura esencialmente religiosa.
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