Quién sabe si esta bielorrusa tímida y persistente se imaginó que llegaría el día en que su figura y sus reflexiones acapararían tanta atención. La mayoría de los hispanohablantes la descubrimos tarde, pero de inmediato nos atrapó con un puñado de libros bien depurados y certeros. El día que le dieron el Premio Nobel de Literatura (2015), en las librerías de nuestros países apenas podía encontrarse una de sus obras (Voces de Chernóbil) y hoy, después de varias traducciones y miles de ejemplares vendidos, su voz pausada y su mirada clara cautivan a la gente que llena auditorios para escuchar sus lecciones sobre periodismo, historia, literatura y humanismo.
En el mes de diciembre de su gran año, ante el refinado público de la Academia Sueca, Svetlana Aleksiévich tuvo que controlar los nervios para leer su esperado discurso de aceptación del galardón más importante con el que una persona puede coronar su carrera. Al subir al atril se dio cuenta de que los micrófonos sobrepasaban su diminuto cuerpo. Nadie hizo algo para remediarlo y a ella pareció no importarle. Se puso sus lentes, llenó una taza de té y empezó a leer: “En esta tribuna no estoy sola, me rodean voces…”
Durante poco más de 40 minutos, en medio de un escenario bien ornamentado, habló sobre su peculiar escritura polifónica. Con ayuda de algunos extractos de sus diarios, se refirió al papel de las mujeres en la Segunda Guerra Mundial, a las víctimas de la explosión nuclear de Chernóbil y a su experiencia en el Afganistán invadido por los soviéticos en los años 80.
Al día siguiente, el discurso era lectura obligada para los que trabajamos con “los otros” como materia prima. Yo subrayé afirmaciones como estas:
—Gustave Falubert decía sobre sí mismo que era un “hombre pluma”; yo puedo decir sobre mí que soy una “mujer oído” que pretende conquistar la literatura con el alma humana. Me atrae ese espacio pequeño, persona a persona.
—¿Qué hago yo? Recopilo la rutina de las emociones, pensamientos y palabras. Recojo la vida de mi tiempo. Me interesa la historia del alma. La vida diaria del alma. Lo que la historia suele omitir porque es arrogante. Yo me dedico a esa historia omitida.
—“Después de su libro, nadie iría a la lucha”, me dijo el censor. “Su guerra es espantosa. ¿Por qué usted no habla de los héroes?”. Yo no buscaba a los héroes. Yo escribía la historia a través del relato de un testigo participante no reconocido por la historia. Alguien a quien nunca se le ha preguntado. Porque no sabemos qué piensa la gente, la gente simple, sobre las cuestiones trascendentales.
Recuerdo que catalogué entonces a esta mujer como la historiadora del alma y luego, al año siguiente (2016), cuando vino a España, tuve la oportunidad de convertirme en su sombra en Madrid y Barcelona para escribir un perfil sobre ella. Obsesionado con su método de trabajo, se me quedó grabado esto que dijo ante un nutrido auditorio madrileño: “No es correcto decir que estoy ausente en mis libros. Está presente mi punto de vista, mi forma de percibir y de pensar. La cuestión es que el grado de detalle de los testimonios que elijo para que aparezca en el libro es tan alto que no puedo ponerme yo allí adentro, al lado de ellos.”
En estos años he seguido leyendo (y a veces releyendo) sus libros, pues el testimonio es uno de mis géneros literarios preferidos, pero la verdad es que no había vuelto a revisar el discurso del Nobel. La editorial Nórdica acaba de editarlo con ilustraciones de la catalana Arnal Ballester, bajo el título De una batalla perdida, y al repasarlo me he detenido en esto: “No hay fronteras entre el hecho y la ficción: uno penetra en la otra. Incluso el testigo no es imparcial. Contando sus experiencias, la persona crea y lucha contra el tiempo, como un escultor con el mármol. El hombre es actor y creador.”
Ahí, interpreto, la autora reconoce a la invención como ingrediente primordial de sus trabajos: el que recuerda y cuenta hace una recreación en la que ella, a su vez, interviene. Y al ir en busca del alma (un concepto abstracto) se aleja todavía más de lo fáctico. Así que, desde un punto de vista ortodoxo, sus libros no son muy periodísticos que digamos. Su calidad literaria es innegable pero, al estar salpimentados de ficción, no son relatos estrictamente reales. Tan sólo están basados “en hechos reales”. Me alegra que sea ella misma quien sea sincera con el público. De todas formas, no hay que dejar de leerla.
AQ