Valentina Leduc: filmar como acto de resistencia

Entrevista

En ‘Los sueños que compartimos’, su debut como directora, Valentina Leduc retrata la resistencia de colectivos en México, Galicia y Alemania, guiada por el eco del zapatismo y la memoria de su padre, Paul Leduc.

La cineasta Valentina Leduc. (Cortesía)
José Juan de Ávila
Ciudad de México /

Ganadora de 4 premios Ariel, Valentina Leduc Navarro (1969) saltó a la dirección de la mano de su pareja, Juan Carlos Rulfo, en una aventura por tres países para documentar historias de colaboración.

Los sueños que compartimos (2025) empezó a gestarse en mayo de 2021, meses después de la muerte de su padre, el también cineasta Paul Leduc (11 de marzo de 1942-21 de octubre de 2020), a partir del viaje que una delegación zapatista hizo a Europa para un encuentro con colectivos inspirados en ellos.

“Los zapatistas han sido un gran ejemplo para muchísimas comunidades y activistas del mundo”, dice.

De hecho, sostiene en entrevista que su ópera prima de largometraje como directora estuvo acompañada durante los tres años de rodaje por el autor de Frida, naturaleza viva y Cobrador: in God We Trust, quien le echaba la mano para resolver problemas o evitar obstáculos en esa aventura familiar.

Y recuerda qué le dijo Paul Leduc cuando ella le anunció que quería dedicarse al cine, como él y como también su madre: “Tienes que saber que el cine es así (...), que la frustración te va a acompañar”.

Hija de la productora Bertha Navarro, Valentina, a cargo de la dirección, edición y sonido —con fotografía de Juan Carlos Rulfo, hijo del narrador Juan Rulfo—, documentó historias de colectivos en Zacatepec, Calpan, Puebla; Froxan, Galicia, y Hambach, Lützerath, Colonia, que enfrentaron, respectivamente, el despojo de tierras y agua por transnacionales en México, la destrucción de bosques nativos en el norte de España y la industria minera que ha venido devastando hábitats en Alemania.

El filme de 1 hora 40 minutos, que parte de la idea futurista y utópica que en el año 2050 los colectivos se unen para defender el planeta, se estrena en Cineteca Nacional este sábado 5 de abril, dentro de la gira de Ambulante, después de haberse ya presentado en el Festival Internacional de Cine de Morelia.

Ella y Rulfo hicieron el primer viaje a Europa con apoyo de la familia y del productor Eduardo Díaz Casanova, con quien habían trabajado en Cartas a la distancia (Rulfo, 2023), porque no contaban con presupuesto. (De esa misma experiencia con el viaje de los zapatistas, Diego Enrique Osorno escribió En la montaña (2024), el libro que mereció el Premio Anagrama de Crónica / Fundación Feltrinelli).

“Fue un impulso muy precario, muy individual, con lo más sencillo”, dice la ganadora del Ariel por sus multipremiados cortos Un volcán con lava de hielo (1995) y La historia de I y O (2000) y, en edición, por los largometrajes En el hoyo (Rulfo, 2007) y Las oscuras primaveras (Ernesto Contreras, 2015).

Con una carrera muy sólida como editora, ¿por qué saltar a la dirección y escoger el documental para su ópera prima?

Antes del salto vino el interés de hacer el documental. Pensé que tenía que documentar el viaje de representantes de las comunidades zapatistas a Europa, que me parecía muy importante, histórico, además de muy esperanzador, porque tenía la intención de vincular colectivos, de que dialogaran en Europa, que estuvieran en acción en relación a proteger los territorios, el ambiente, las comunidades. Me parecía un llamado, que ellos me llamaban a despertar. Empezamos poco después de la pandemia, a mediados de abril y principios de mayo de 2021, con las fronteras todavía cerradas en varias partes.

¿Dirigir era algo pendiente en su trayectoria en el cine mexicano?

No había tenido antes una pasión, digamos, como la que me nació por este proyecto, como para dirigir. Toda la energía que se necesita para dirigir es una cosa tan tremenda, que otros proyectos que había trabajado anteriormente con esa intención de dirigir no me fueron suficientemente llamativos o motores, como lo fue este. Este sí me arrebató, me sacó de mi zona de confort y me puso las pilas para producirlo, organizarlo, investigar, hacer todo lo que tenía que hacer para poderlo llevar a cabo.

¿Cómo se sirvió de su visión como editora en el rodaje de Los sueños que compartimos?

La edición es una gran escuela de lenguaje, de muchas cosas. Como en la edición confluyen los trabajos del fotógrafo, del sonidista, de todos, te permite una observación quirúrgica acerca del hacer cinematográfico. Es una enorme escuela la edición. Y me ayudó precisamente para tomar en cuenta la narrativa; mientras íbamos a filmar, estaba pensando cómo iba a narrar todo lo que estábamos levantando, todo el material, mucho lo hacíamos sabiendo yo que no iba a ser parte de la película, pero que era importante tenerlo porque estábamos ahí con una cámara y había que registrar el testimonio de todo lo que estábamos viviendo. Había cosas que sí claramente decía: “Esto va a estar en la película y esto se tiene que vincular con aquello, y necesitamos tales transiciones para poder pasar de un lugar a otro”. Sabía que íbamos necesitando buscar para poder armar la película, y eso viene de la edición.

Por el tipo de documental, supongo que no era fácil filmar algo si faltaba a la hora de editar.

Siendo editora me ha pasado varias veces que mientras trabajo un proyecto dirigido por otra persona, a la hora de editar, conforme vamos avanzando, nos damos cuenta que falta filmar tal o cual cosa. Y los directores o directoras van y, si se puede, buscan estos materiales que van faltando. Todo este diálogo con la narrativa, sobre todo haciendo cine documental, se hace en el montaje. Realmente es donde se construye, mucho más que en la ficción. En la ficción también la decisión de muchas cosas se alteran con la edición, pero en el documental definitivamente se construye la narrativa en el montaje. Esa es la experiencia que yo tenía, la experiencia narrativa. Y es la que pesó mucho para dirigir esta vez.

Al dirigir tuvo ahora que tratar con más gente, incluso externa. ¿Cómo se sintió al respecto?

Después fue como tratar de ir conociéndome a mí misma en el sentido de cómo me vinculo con los otros y cómo voy consiguiendo esa confianza y esa manera de poder recoger entrevistas, pláticas, momentos, etcétera. Acompañarlos en las acciones que estaban haciendo. Y realmente en ese sentido fue primero un camino de confianza y después nuestra cámara. Estuvimos siguiendo durante tres años estos procesos, tanto en Chiapas, Puebla, como en Galicia y Alemania. Y entonces a lo largo de todo ese tiempo de tanta cercanía, pues sí hubo mucha complicidad con los propios colectivos y nosotros, y acabó volviéndose algo muy íntimo, donde la cámara ya pasaba desapercibida. Estábamos ahí y ellos tenían toda la confianza. Y cuando no querían que hubiera cámara, nos decían: “Esto no se puede filmar” y no filmábamos. Eso dio como resultado lo que está en la película, donde realmente hay mucha cercanía con lo que estamos, con los colectivos y con las personas que están en el documental.

¿Todo este trabajo mental y de campo facilitó la edición, en su papel anfibio directora-editora?

Disfruté mucho editar mi propio material y tomar mis propias decisiones. De repente sí me faltaba un interlocutor, dialogar con alguien. Y esas interlocuciones las tuve, por un lado, con una colega, Marta Uc, que me ayudó a armar el primer corte, sobre todo en ciertas historias. Después me quedé sola y hacia el final de la edición, Lucrecia Gutiérrez Mapomé, que es otra colega editora (las quiero mucho a ambas, respeto mucho su trabajo), me ayudó mucho también a tener ese diálogo y este ojo externo de alguna manera, como editora. Con Juan Carlos Rulfo y el equipo de producción teníamos sesiones en cada corte. Y tuve el privilegio de estar cobijada por productores de la talla de Bertha Navarro, Alejandro Springall, Carolina Coppel, Eduardo Díaz Casanova y Mariana Castro. También hicimos sesiones con algunos periodistas y con jóvenes, para ver qué les reflejaba, para mí es muy importante que Los sueños que compartimos conecte con la juventud.

He conversado con editoras, como Natalia López Gallardo o Urzula Barba Hopfner, que también decidieron pasarse a la dirección. ¿Cree que aportó una mirada distinta sobre el tema del documental no sólo como editora, sino también como mujer?

Ahora que viene la salida al público veré realmente qué es lo que estoy aportando. Aprendí mucho a nivel político, de visión política de todas las gentes que están en la película, de los zapatistas y de todos los colectivos, me ayudaron a profundizar muchísimo en mi manera de entender el mundo, más bien ellos me aportaron a mí muchísimo. Lo que estoy aportando pues es algo que me cuesta trabajo ahorita medir. Espero que esta película efectivamente logre transmitir esta energía de la posibilidad, que los espectadores se puedan plantear que sí es posible cambiar las cosas, que es posible si lo hacemos de manera organizada, que no es fácil, pero es posible. Y que, sobre todo, necesitamos urgentemente tener esta imaginación política de ver la posibilidad; si no, pues nos quedamos paralizados y no vamos a poder hacer cambios, nada. Eso es lo que a mí me gustaría aportar.

Juan Carlos Rulfo y Valentina Leduc. (Cortesía)

Juan Carlos Rulfo, cineasta, fotógrafo, su pareja, con quien ha trabajado en la edición de sus filmes, por algunos ha ganado premios. Los sueños que compartimos, ¿se puede decir que es una película familiar?

Juan y yo tenemos, aparte de la relación de pareja, una relación profesional, de trabajar juntos, de muchos años. He editado varias de sus películas, conozco muy bien su mirada como director y como fotógrafo. Y tenemos un diálogo bastante, pues no sé si llamarle establecido, que conocemos, de conocernos de muchos de muchos años. Y fue muy bueno habernos ido. Solamente él y yo viajamos a todos los territorios, el rodaje lo hicimos él y yo nada más. Íbamos juntos produciendo, consiguiendo lo que necesitábamos, hospedándonos en cualquier rincón, literalmente que nos dieran posada, acampando con backpack, con una cámara, un equipo de sonido y de cámara muy ligero. Llevábamos una Sony SX3, que es muy chiquita, pero muy buena. Y llevaba también un equipo de sonido con muy buenos micrófonos, pero todo era muy pequeño, de tal manera que literalmente íbamos de mochileros.

¿Cómo se benefició o se limitó, en tres años viajando juntos, el rodaje?

Al ser solamente él y yo, nos podíamos meter a todas partes. Fue muy cómodo hacerlo así con un equipo tan reducido. Habría sido muy complejo si hubiéramos llevado un sonidista y un productor y hubiera sido otra historia. Fue una experiencia preciosa también como pareja haber hecho esta película juntos. En algún momento nuestros hijos nos acompañaron a los rodajes, en una temporada conocieron a los alemanes, viajaron con nosotros un poquito. Nuestro hijo Nicolás, que hace drones, hace fotografía aérea y es muy bueno, nos ayudó con los drones. Fue muy lindo, porque era muy natural todo y muy sencillo. Nos pusimos en acción y lo hicimos. No necesitábamos algo tan complejo.

La película se inicia como de ciencia ficción, se dice que es el año 2050 al arranque y pasa luego a los zapatistas. ¿Cómo se vinculó con los zapatistas y con sus organizaciones, los Caracoles?

Había estado vinculada con ellos porque habían sido para mí inspiradores. Algunas personas de mi familia han estado muy, muy cerca de los zapatistas. Fernanda Navarro, que es filósofa y hermana de mi mamá, y nos apoyó también con esta película, ha estado muy, muy cerca de ellos. La primera vez que fui a los Caracoles fue en 2018 a un festival de cine y regresé en 2019 al encuentro de mujeres. Y cuando entré me quedé verdaderamente impresionada y me dije: Esto es otro planeta, es una maravilla. Realmente es muy impresionante, ver todo lo que han logrado los zapatistas en estos 30 años después del levantamiento en muchos sentidos; de entrada, cómo las personas están decidiendo sus propias vidas y han dejado de ser esclavos de las fincas como antes de 1994.

¿Qué logros destacaría en ellos?

Han logrado tener autonomía en salud, en educación; hay personas de comunidades no zapatistas que van a las clínicas de salud zapatistas porque son mejores, tienen mejor atención que las del Estado en sus regiones. Tienen sus propios medios de comunicación, han organizado un sistema productivo comunitario en el que pueden ayudarse unos a los otros, por ejemplo, en el tema alimenticio. Y ahora están proponiendo algo realmente muy importante, que es: lo común, esta cosa de las tierras recuperadas que las han abierto incluso a comunidades no zapatistas pero dispuestas a trabajar la tierra en un trabajo común. Algo muy inteligente, una visión política muy inteligente, sobre todo con todos los embates que se viven en Chiapas con el crimen organizado y la colusión del Estado, los desplazamientos forzados. Es muy fuerte lo que están viviendo. Los zapatistas saben que la posibilidad de trabajar en común puede fortalecerlos como comunidades, más allá de si son o no éstas zapatistas. Además es un movimiento que se va transformando en relación a lo que las comunidades van necesitando. Es muy importante la aportación que ellos nos pueden dar como sociedad.

Y ¿cómo se unen los zapatistas con los colectivos de Alemania y Galicia que retrató usted en su película? El sistema de Caracoles no traspasó el ámbito zapatista, se quedó en una región.

Aquí te voy a llevar la contraria un poquito porque justamente lo que nosotros vimos en Europa y en Puebla es que son reflejos, son reverberancias, del zapatismo. Los zapatistas han sido un gran ejemplo para muchísimas comunidades en el mundo, para muchísimos activistas. Sí han traspasado sus fronteras por mucho, Lo que pasa es que sí tienen una cosa donde de pronto se repliegan y dejan de estar abiertos a la opinión pública, porque están trabajando hacia el interior de sus comunidades.

Al ser testigo del trabajo de los zapatistas, ¿de qué manera cree influyeron en otros colectivos?

Una de las cosas que ellos dicen es que no se trata de que se replique lo que ellos están viviendo, sino que lo que están convocando es a la organización, a la organización comunitaria que se va a dar en cada lugar de una manera distinta, porque cada lugar tiene una cultura, necesidades, ritmos y procesos distintos. No dicen: Esto que estamos haciendo se tiene que replicar exactamente igual en otras partes, sino que están proponiendo, empujando a que nos organicemos para poder hacer frente a los problemas que tengamos de cualquier índole en cualquier en cualquier territorio.

¿Cuál es la propuesta de zapatistas y otros colectivos, que usted destacaría del documental?

Muchos de estos problemas son comunes: el deterioro ambiental, consecuencia de la voracidad de un sistema que no tiene límite, donde lo único que importa son las ganancias económicas. Las transnacionales son las que están gobernando en realidad el mundo, y me parece importantísimo que se puede ponerles freno, porque si no se corre el riesgo de que la civilización humana y la vida planetaria colapse, que es lo que estamos ya viendo. Lo que los zapatistas y otros colectivos están proponiendo es: sí podemos hacer acciones y las podemos hacer si nos organizamos de forma comunitaria.

Con la violencia en el mundo, la invasión rusa a Ucrania o el genocidio en Gaza perpetrado por Israel, el caso de Teuchitlán en Jalisco... ¿Qué cambió en usted al conocer estos colectivos?

Para mí fue una gran lección de vida hacer esta película. Y, justo, lo que a mí particularmente me inyectaron (estos colectivos) fue mucha esperanza. En estos tiempos precisamente —como lo menciona— en los que cada vez es más crítica la situación o cada vez hay más crisis, es muy importante poder tener esa esperanza, ser fieles a la esperanza y crear narrativas de esperanza, porque sin la esperanza no caminamos; si nosotros no creemos en que es posible cambiar las cosas, no las vamos a cambiar. Todos estamos muy metidos en la angustia, en el miedo, en la desesperanza precisamente. Tenemos mucho miedo todos, de todo lo que está pasando, porque es aterrador lo que está pasando y todo este regreso del fascismo... Es muy grave lo que está ocurriendo. Por eso es más urgente ahorita, más que nunca, tener esa esperanza, por un lado; por el otro, salir de nuestro individualismo, reconectar con nuestras comunidades, con el colectivo, porque es la única manera en que podemos salir de la crisis.

En el documental ¿cómo se traduce esta esperanza?

La solidaridad en la comunidad de Puebla en mi película es lo que logró frenar a la empresa Bonafont, para que el agua regrese a la comunidad. La organización comunitaria en Galicia es la que logra la restauración de bosques enteros de árboles nativos ante la devastación del monocultivo de eucalipto o que logra la visibilización en Alemania de un problema que nadie conocía, como es que la industria minera está destruyendo su territorio, los bosques más antiguos. Esta película nos muestra esa posibilidad esperanzadora. Eso es lo que yo quisiera que fuera la aportación de esta película: que el público pudiera irse de la sala de cine con el sentimiento de que es posible, de que es necesaria la acción y de que es posible hacerla, si nos organizamos y si empezamos a salir del miedo y la angustia.

Don Panchito, defensor del campo, en ‘Los sueños que compartimos’.

¿Qué diría su padre, Paul Leduc, de cara al estreno mundial de su documental?

Yo me acompañé de mi papá durante todo el rodaje. Estaría contento de que haya hecho esta película, sobre todo porque la haya hecho; más allá del resultado, aplaudiría que la hice. Para mí su presencia fue muy importante durante todo el rodaje, me preguntaba qué decidiría mi papá, qué pensaría de esto y otro, qué me diría. Y a veces me pasaban cosas, se nos abrían puertas, de repente estábamos en un lugar y conocíamos a una persona que era del bosque de Hambach, en Alemania, que yo había estado buscando, se aparecía ahí, no lo puedo creer. Y gracias a eso pudimos entrar al bosque de Hambach. Cosas así nos pasaron bastante. Y pensaba que era mi papá, que me estaba echando una manita, su energía, desde donde estuviera, para que pudiera ir avanzando en este proyecto. Empecé a preproducir la película en diciembre del 2020 y el primer viaje lo hicimos a finales de abril del 21, fue inmediato a su muerte que me puse a hacer este proyecto. Por supuesto, tuve a mi padre mi presente.

Cuando le dijo que quería dedicarse al cine, ¿qué consejo le dio Paul Leduc?

Híjole, fue muy fuerte, porque abrió unos cajones que tenía con un montón de guiones dentro. Me dijo: “Todos estos proyectos no los he podido hacer en la vida. Tú tienes que saber que el cine es así, que es muy difícil hacerlo, que hacer cine independiente es difícil, hay muchos proyectos, la frustración te va a acompañar”. Así me lo dijo. Me siento muy afortunada de los trabajos que he hecho, la gente que he conocido, lo que me ha permitido el cine de conocer de la vida. Nada está dado en ningúna profesión y en todo hay que luchar, y hay que abrirse paso poco a poco. Así es como lo he hecho.

Pedí a mis padres —porque mi madre Bertha es productora, cineasta— que me dejaran hacer la carrera yo sola. No quería saber que estaba trabajando en tal cosa porque ellos me habían dado la chamba, sino porque yo me la ganaban con mi propio trabajo, saber que mi carrera como cineasta la hacía yo misma. Y eso lo respetaron bastante ellos. Sí me hice mi carrera yo sola, con mis propias herramientas y errores. Y me siento muy afortunada de tener a los padres que tengo, como cineastas, pero también como padres, porque han sido padres muy amorosos que me han dado una oportunidad de tener una visión muy horizontal de la vida, me han hecho conocer gente y lugares muy valiosos, esa formación ahorita me ayuda a hacer esta película. Esta película se las dedico a ellos y a mis abuelos.

AQ

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