Un día soleado, en Londres, en el barrio de Chelsea, antes de la hora del almuerzo, el escritor británico William Boyd abrió la puerta de su casa para conversar sobre su más reciente libro publicado en español: El romántico (Alfaguara, 2025), una “novela de toda una vida” —como Boyd la llama— en la que viajamos a lo largo del siglo XIX con el protagonista, Cashel, que nace en el condado de Cork, Irlanda, y al que seguimos por Oxford, Londres, Bruselas, Zanzíbar, Sri Lanka… Cashel es un hombre que se transforma en un romántico, en un soñador, en un viajero que trata de huir de sus propios errores, que participa en la batalla de Waterloo y conoce a Lord Byron y Percy Shelley.
De familia escocesa, William Boyd nació en Acra, Ghana, en 1952. Es autor de más de treinta libros, la mayoría novelas, como Un buen hombre en África, Una guerra de helados, Solo, una novela de James Bond y Any Human Heart. Sus novelas y relatos se han traducido a más de treinta idiomas. También es autor de guiones cinematográficos, memorias y teatro. Realizó su doctorado en Literatura Inglesa en el Jesus College de Oxford y fue profesor de Literatura Inglesa en el St. Hilda’s College de Oxford. Es miembro de la Royal Society of Literature y oficial de la Orden de las Artes y las Letras. Como guionista, ha trabajado en películas como Stars and Bars (1987, dirigida por Pat O’Connor, adaptación de su novela del mismo nombre) y Chaplin (1992, de Richard Attenborough). Su propia adaptación de su novela Armadillo se proyectó en la BBC en 2001, al igual que la de su novela Restless (2012). Ha escrito también dos películas originales para televisión.
Con William Boyd se puede hablar de todo, pero hemos acordado iniciar con El romántico, y ver hacia dónde nos lleva la conversación.
¿Cómo se transforma la experiencia humana cuando se es un novelista?
Creo que el poder de la novela, o el poder de la ficción, es la mejor forma de arte para que entendamos la condición humana, para entender esta extraña aventura en la que estamos todos en este pequeño planeta. Incluso las personas muy cercanas a ti, tus padres, tu marido, tu mujer, tus hijos, son fundamentalmente misteriosos. No sabemos lo que están pensando… o quizá no nos dicen la verdad.
Creo que lo maravilloso de la novela es que te da acceso a la vida interior de otras personas; cuanto mejor es la novela, más verdaderas son. Eso explica por qué acudimos a las novelas casi inconscientemente. ¿Cómo piensa la gente, cómo reacciona, cómo siente? Porque no puedes obtener esa información en el mundo real, tienes que ir, paradójicamente, a un mundo ficticio donde las verdades sobre otras personas están garantizadas. Puedes escribir quinientos páginas sobre cinco minutos en la vida de alguien, por eso es una forma de arte única para entendernos a nosotros mismos. Creo que todos los novelistas serios y todos los escritores de ficción serios intentan explicar la condición humana. Es muy interesante ver las reacciones que provocan estas grandes novelas de toda una vida. A menudo me escriben personas muy jóvenes. Cuando se publicó Any Human Heart, la primera carta que recibí fue de una chica de 16 años de Ámsterdam que me decía: “Ahora sé lo que es ser viejo”. Quiero lograr que la gente reflexione sobre su propio viaje y su propia vida.
En El romántico hablas de lo que dejamos atrás cuando morimos. ¿Qué te respondiste al respecto en este viaje literario?
Estoy en mis 70 años, he vivido una larga vida. Una de las cosas que me llama la atención es la cantidad de cosas que tengo, especialmente libros, pinturas, música…. Pensé: ¿debería deshacerme de eso? Me estoy haciendo mayor, y me pregunto sobre las huellas que dejamos en el mundo, suponiendo que no somos políticos, jefes de Estado o científicos famosos. Si somos gente común, las huellas de nuestra vida comienzan a desaparecer, te conviertes en una especie de fantasma. Estaba interesado en puntualizar eso al principio del libro, porque ahí encontramos a un hombre que vivió durante el siglo XIX y murió en la década de 1880. Sin embargo, todo lo que queda de él es un manuscrito y algunos objetos. Entonces, ¿cómo volver a visitar o reconstituir esa vida con tan poca evidencia de la misma? Aunque en este momento hay una cantidad monstruosa de pruebas sobre mi vida, no solo los libros que he escrito, sino mis posesiones y el desorden que acumulo a medida que envejezco, esta novela fue un experimento para imaginar. Las novelas de “toda una vida” te permiten juzgar.
¿Piensas en tus lectores durante tu proceso creativo?
Pienso que los novelistas más serios quieren escribir para lectores que, esencialmente, son ellos mismos. Escribo el tipo de libro que me gustaría leer.
En El romántico vemos la transformación de un niño tímido en un joven que crece y descubre su sexualidad, y luego su tránsito hacia un hombre que se convierte en su propio héroe. ¿Cómo llegaste a este personaje: Cashel?
Me lo he inventado. Es un dispositivo de encuadre. Cae en un patrón de otros libros que he escrito, que llamo “novelas de toda la vida”, que toman la vida de un personaje desde el principio hasta el final. He escrito cuatro novelas de este corte, un subgénero inusual, bastante raro en la literatura. Mi novela publicada en 1987 (Las nuevas confesiones) cubrió gran parte del siglo XX. Más tarde escribí Any Human Heart: The Intimate Journals of Logan Mountstuart (2002), que cubre todo el siglo XX, y Sweet Caress sobre la vida de una fotógrafa. Así que, por varias razones, pensé en hacer una novela de toda una vida en el siglo XIX y seguirla hasta el final. Mientras investigaba, me di cuenta de que los cambios tecnológicos en el siglo XIX sacudieron al mundo, como lo hemos experimentado en los siglos XX y XXI, por lo que alguien como Cashel, que vive una larga vida, habrá visto su mundo totalmente transformado. Lo vemos enfrentar el progreso tecnológico, desde el viaje en carruaje hasta el ferrocarril, de las cartas al telégrafo, la llegada de la fotografía y las campañas de sanidad después de la Gran Peste. El mundo cambió masivamente en el siglo XIX y yo quería verlo.
Además de los cambios tecnológicos, Cashel se encuentra con dos de los grandes poetas de su tiempo, Byron y Shelley, y se cree un poeta en su definición más romántica. ¿Por qué elegiste a estas dos figuras?
Una de las razones es porque hice un doctorado en la Universidad de Oxford. Mi tema era la poesía de Percy Shelley. Pasé ocho años en Oxford. Enseñaba el periodo romántico: Shelley, Keats, Wordsworth, Coleridge, Byron, Southey. Tuve ese periodo de mi vida en el que me empapé de principios del siglo XIX, en particular de Shelley. Sabía todo sobre él; tenía acceso a un enorme archivo de sus manuscritos, así que podía sentarme en un escritorio y mirar los borradores de sus poemas. Podía ver sus pequeños dibujos, sus garabatos, listas de la compra. Así que tenía un increíble almacén de conocimientos y pensé que no debía desperdiciarlo. Esa fue una de las razones por las que ambienté la historia en el siglo XIX. Desde el principio, supe que Cashel conocería a Byron y a Shelley. Viajé a Lerici, Italia, la playa donde Shelley fue quemado. Esta es una de las secciones de la novela que más disfruté porque podía volver atrás, no como un erudito, sino como un novelista, y pensar cómo eran realmente esas figuras mitológicas, pues las imágenes que tenemos de ellas son casi caricaturas. En cierto modo, la novela es un examen de este tipo particular de carácter, el ser romántico. Cashel descubre quién es su verdadero padre y explota, vive la ira, huye de casa, se une al ejército y es herido en la batalla de Waterloo. Y todo ello como consecuencia de su impulsividad. Del mismo modo, y lo que es más importante, su relación amorosa con Raffaella se acaba a causa de él, porque se equivoca, huye y no puede recuperarla. El resto de su vida es un intento por reemplazar ese amor.
Durante tu camino creativo has explorado el cine, la novela, el teatro, el periodismo. ¿La novela es tu género favorito?
Soy un novelista que se pluriemplea y lo hago por razones prácticas: subvenciona mi escritura de novelas. También lo hago por razones sociales. Escribir una novela es una tarea solitaria, una banda de un solo hombre. Me gusta colaborar, me gusta trabajar con otras personas, así que me metí en el mundo del cine al principio de mi carrera como escritor. Escribí mi primera película al año siguiente de publicar mi primera novela, así que siempre he tenido la carrera paralela de escribir para el cine o la televisión. Lo disfruto. Soy un novelista, ante todo, pero disfruto compartir el trabajo, tener colegas. He conocido y trabajado con muchos actores famosos, entre ellos Sean Connery y Daniel Craig.
Se piensa que la novela y otros géneros narrativos tienen semejanzas porque cuentan historias. ¿Cómo vives esa transformación de lenguajes literarios o visuales?
En una novela puedes hacer cualquier cosa, pero si te pasas al mundo del cine, te encuentras con límites. Tienes que hacer concesiones. El cine, incluida la televisión, es fotografía, así que todo ocurre a través de una lente de la que siempre estás fuera. Martin Amis, a quien conocí bien, dijo una vez que escribir una novela es como nadar en el mar, y escribir una película es como nadar en la bañera. Estoy adaptando mi propia novela al cine, y tengo a este personaje todo el tiempo en mi cabeza. El mejor actor del mundo no puede reproducir un párrafo de la novela porque hay demasiados matices, pero en una novela puedes pasar dos páginas con una descripción. Cuando cambias de un género a otro hay un cambio total de engranajes mentales.
¿Tienes algún ritual para escribir?
Trato de no tener demasiados hábitos, pero tiendo a escribir por la tarde, entre la hora de comer y la del coctel. Suelo escribir a mano, con tinta, en un cuaderno, y luego lo paso a la computadora. Soy un escritor preinformático. Tengo un bolígrafo especial al que llamo “el bolígrafo perfecto”, y una letra muy pequeña. Los escritores de mi generación, como Ian McEwan, Martin Amis y Julian Barnes, escribíamos a mano, y lo mecanografiábamos después. Escribo siete días a la semana. Ahora estoy escribiendo un nuevo libro, que se está convirtiendo en una película.
¿Cuál es el momento que vive la literatura británica ahora mismo?
La literatura británica es bastante saludable. Cuando empezaba a publicar, en la década de 1980, hubo una especie de auge. En la novela británica: Salman Rushdie, Julian Barnes, Ian McEwan, Hilary Mantel. Todos empezaron a publicar en los ochenta. Así que muchos de nosotros todavía estamos vivos y trabajando, pero la novela ha cambiado en Gran Bretaña en cuarenta años desde que me publicaron por primera vez. Si hoy entras en una librería ves la increíble diversidad de escritores noveles. Eso hace que la novela no pertenezca a ninguna clase o nacionalidad. También es un negocio mucho más difícil ser novelista hoy de lo que era hace cuarenta años.
¿Qué literatura latinoamericana está en tu radar?
Conozco a Mario Vargas Llosa, y adapté La tía Julia y el escribidor para una película. He leído bastantes novelas brasileñas y argentinas, así que estoy muy al tanto de la cultura literaria de Sudamérica y Centroamérica. De hecho, en mi próxima novela —esto es una primicia—, la que estoy escribiendo (en realidad, tres novelas de espías ambientadas en la Guerra Fría durante la década de 1960), el personaje es un escritor que se convierte en espía. La mitad transcurre en la Guatemala de 1963. He investigado mucho. En 1963 veíamos la guerra civil y a la CIA, así que mi personaje va de Guatemala a Berlín, y viene a Londres. Tuve esta idea sobre Guatemala porque estoy muy interesado en el asesinato de J. F. Kennedy. Hay un argumento convincente: se dice que lo asesinó una combinación de la mafia y la CIA. Establecí a un personaje llamado Gabriel Dax, un joven escritor de viajes.
¿Cuál crees que es tu legado a través de la literatura?
Soy genuino porque no tengo ninguna fe religiosa. Lo que quiero decir con esto es que hay que concentrarse en la vida que estás viviendo. No sabes si serás olvidado o si tus libros seguirán leyéndose. Basta con echar un vistazo a la historia de la literatura y ver a novelistas famosos de los siglos XIX y XVIII, de los que ya nadie ha oído hablar. Piensa en alguien como Charles Dickens, que es leído hoy en día, pero había otro novelista llamado Bulwar Litten que vendió más copias que Dickens y nadie ha oído hablar de él. Así que, cualquier novelista que piense: “Mi obra perdurará después de mi muerte”, está cometiendo un gran error. No hay garantías. Solo quiero ser capaz de seguir haciendo lo que hago y vivir la vida en el estilo al que me he acostumbrado. El gran reto es mantener el espectáculo en la carretera… Escribir una novela, que la publiquen, que la traduzcan.
AQ