“Que no muera / un día nublado y frío / de invierno / y me vaya tiritando / de frío y de miedo / ante lo desconocido, / ese mundo de sombras / sin rostro / que camina siempre / a mi lado.”
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Así comenzaba uno de los poemas de Amparo Dávila, “Semblanza de mi muerte”. Poeta, sí, aunque por muchos definida como una de las mayores cuentistas de las letras mexicanas, en especial dentro del género de lo fantástico.
“Amparo Dávila es, y va a seguir siendo, una de las grandes escritoras mexicanas de todos los tiempos. Una poeta y, sobre todo, una narradora, con voz totalmente personal, totalmente suya, y al mismo tiempo en contacto estrecho con la gran literatura de su momento, con generaciones enteras que hemos llegado después a asombrarnos con su obra”.
Estas son palabras de Alberto Chimal ante el fallecimiento de la escritora zacatecana, la mañana de ayer, quien el pasado 21 de febrero había celebrado sus 92 años de vida.
“Como muchas autoras del siglo XX, escribió a contracorriente, no solo porque era una mujer escribiendo en un ámbito dominado por una visión masculina de la literatura, sino porque, además, estaba explorando un género que, de por sí, es visto como menor: su exploración sobre la literatura de lo extraño fue fundamental”, de acuerdo con la también escritora Socorro Venegas.
La poesía fue su primera expresión literaria con la aparición de los libros Salmos bajo la luna, Meditaciones a la orilla del sueño y Perfil de soledades, obras que, de distintas maneras, tienen su origen y escritura en su natal Pinos.
Pero, sin duda, Ciudad de México, con sus monstruos y fantasmas, terminó por definir una manera de entender a la literatura, con la aparición de Tiempo destrozado, Música concreta y Árboles petrificados, con el cual ganó el Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores.
“Su perfil más significativo es el horror”, enfatiza Alejandro Toledo, “pero ocurre que la literatura fantástica mexicana ha sido leída de forma aislada. Por ello suelen cometerse injusticias, olvidando de pronto a autores fundamentales”, como Amparo Dávila.
Desde la perspectiva de Bernardo Esquinca, la escritora vivió una vida literaria con una vocación centrada en la escritura de un mundo propio, no en la búsqueda de quién la alababa o con quién se juntaba, por eso se fue alejando del mundo intelectual, si bien “volvió a salir a la luz pública, a encontrarse con los lectores”.
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“ALGUNOS TEXTOS NACEN MUERTOS”
Amparo Dávila, nacida en el pueblo minero de Pinos, fue una convencida de que algunos textos nacen muertos: no quedan en la memoria de quien los lee. El 23 de marzo pasado se había dado a conocer que la narradora sería reconocida con el Tercer Premio Jorge Ibargüengoitia de Literatura, otorgado por la Universidad de Guanajuato, “por el amplio prestigio como decana del cuento mexicano, pues toda relación de nombres de cuentistas clásicos en México debe incluirla”. Por la contingencia sanitaria no alcanzó a recibirlo.