Acaba de cumplir 29 años de edad, mide 1.96 metros y pesa 145 kilogramos, nació en Mont-Saint-Hilaire, una ciudad de la provincia de Quebec, Canadá, y el pasado 2 de febrero fue el guardia derecho que abrió por los Kansas City Chiefs en el Super Bowl LIV (ha sido el RG de los Jefes desde 2015). Su nombre es Laurent Duvernay-Tardif y es campeón de la NFL... un joven que ha dejado a un lado su fama para hacer uso de sus títulos en medicina y unirse a la primera línea de batalla contra el covid-19 en Quebec.
Duvernay-Tardif cuenta con un doctorado en medicina y una maestría en cirugía, y escribió un ensayo en primera persona para Sports Illustrated en el que comparte su experiencia durante esta pandemia.
“Regresé a Montreal después de la celebración”, inicia, “Tuve dos agitadas semanas de apariciones, incluido mi propio desfile en Montreal, en el que unas 4 mil personas se presentaron en la nieve para mostrarme su cariño. Ver a esa comunidad de fanáticos al norte de la frontera me conmovió”.
Laurent explica que si bien tiene un doctorado, todavía no tiene una especialidad, pues no ha hecho una residencia del programa, algo comprensible por su falta de tiempo: “Hasta el 28 de febrero me fui de vacaciones con mi novia Florence, fuimos a navegar solos por el Caribe. No había pasado un día en que no estuviera súper ocupado desde mucho antes del Super Bowl. Y sabía que cuando volviera del viaje, mi trabajo en la Fundación LDT exigiría mucho de mi tiempo. Nuestra misión es promover el equilibrio del deporte, el arte y el estudio en 10 escuelas locales”, así que sí plan era claro: “Estaba listo para descansar para después reanudar mi entrenamiento con una mentalidad fresca”.
Sin embargo, sus planes, como los de todo el mundo, cambiaron por la pandemia “Supe que necesitábamos volver a Montreal, y cambiamos nuestro regreso para el 12 de marzo porque no queríamos quedarnos estancados. Cuando estábamos abordando el avión, recibí una alerta que decía que a partir de esa noche habría un período de aislamiento para cada viajero que regresara a Canadá”.
No obstante, Duvernay-Tardif relata también el descuido con el que el resto de vacacionistas tomó la situación. “La diferencia entre el momento en que me fui y el momento en que regresé fue inmensa. Antes había querido escapar, y después deseé no haberme ido nunca. Todo se había detenido”.
Y el golpe fue seco: “Cumplimos 14 días de aislamiento. Cuando terminamos, casi todos los estados, las provincias y los países estaban igual” recuerda, “Todas las escuelas de la fundación habían cerrado. (Y entonces) Empiezas a preguntarte: ¿cancelaremos nuestro torneo de golf benéfico en junio?, ¿nuestra gran subasta en abril? Además, la frontera está cerrada. No podré volver a Kansas City, con mis compañeros, cuando se suponía que debíamos comenzar a entrenar para la próxima temporada”.
Pero entonces tomó consciencia, pues se dio cuenta que su situación no era tal crítica como la de pase personas que perdieron su trabajo, u otras que revisan que modificar drásticamente el suyo: “Pronto comencé a preguntar cómo podía ayudar. Me puse en contacto con el ministerio de salud y las autoridades de salud pública, pero no sabían qué hacer conmigo, porque todavía no tengo una licencia para practicar”.
Pero luego de apoyar con mensajes en diferentes medios aprovechando su posición como figura pública, algo lo hizo enfurecer: “Un día, mientras hacía (las entrevistas) desde mi departamento, vi gente reunida alrededor de una mesa de picnic. Fue muy frustrante. Esto no es como una enfermedad en la que hay una píldora mágica para que desaparezca. Es un virus. Lo mejor que podemos hacer es quedarnos en casa. Necesitamos una vacuna, pero tomará al menos otro año más poder obtenerla. Si no seguimos las pautas, más personas morirán”.
Y entonces llegó el momento que estaba esperando: “Hace unos días, funcionarios del ministerio de salud comenzaron una campaña para reclutar profesionales de la salud, especialmente estudiantes de medicina y enfermería. Ahora era posible para mí regresar y ayudar”.
Pero no sería sencillo, pues “Yo quería, (pero) ahora, la cuestión pasó de 'quiero volver’ a '¿cómo voy a volver?’. Así que lo hablé con mi novia y acordamos que seguiríamos durmiendo en la misma cama y viviendo en el mismo departamento. Esas conversaciones me hicieron darme cuenta aún más de los sacrificios que las personas que trabajan en el cuidado de la salud, en la primera línea, están haciendo”.
Los Jefes, en tanto, lo apoyaron totalmente: “Tuve que consultar con los Jefes por mi contrato. (Pero ellos) Han sido extraordinarios. Estaban orgullosos de que quisiera ir a ayudar. Dijeron que me apoyarían”.
Y entonces comenzó desde lo esencial con su regreso a la medicina: “Primero me inscribí en un curso intensivo, en el que revisé los conceptos básicos sobre cómo ponerse una bata quirúrgica y aprender todos los pasos para desinfectar, porque eso es más importante que nunca”, y su asignación sería adonde fuera más necesario: “Lo más probable era terminar en un centro de atención a largo plazo, porque ahí es donde se necesitan más personas en Quebec, y en Canadá en general”, pues “Necesitan ayuda para dar descanso a los trabajadores que han estado enfermos y para ayudar con la creciente demanda”.
Su relato entonces de cómo se vive de cerca esta pandemia es detallado: “Mi primer día en el hospital fue el 24 de abril. Estaba nervioso la noche anterior, algo así como antes de un juego, y empaqué todo cuidadosamente: exfoliante, bata blanca, plumas adicionales e incluso un segundo par de zapatos para usar cuando saliera, sabiendo que estaban limpios. No sabía que los Jefes habían reclutado a un corredor esa noche en la primera ronda del Draft, Clyde Edwards-Helaire, de LSU, mi futuro compañero para quien tendré que bloquear”.
Duvernay-Tardif fue asignado a un centro de atención ubicado a una hora de Montreal, “Mi turno comenzó a las 7:30 de la mañana, descubrí que estaría cumpliendo una función más de enfermería, ayudando a aliviar a los trabajadores que ya han estado en su lugar. Son muchas cosas las que se deben hacer con cada paciente: se usan máscaras y se lavan las manos, cuando se quitan, se tiran también equipos como guantes y viseras. Yo me hice cargo de un carro de medicamentos, asegurándome de administrar las dosis correctas y de la manera adecuada. Fue agotador, pero tenía ganas de volver”.
El guardia apunta: “Jugar en el Super Bowl y regresar al sistema médico durante una pandemia es totalmente diferente. En febrero sabía que más de 100 millones de personas iban a estar mirando y quería ganar. Cuando vas a ayudar, se trata más de tu deber como médico y como ciudadano. No es el momento de ser el héroe y ser impulsivo. Tienes que hacerlo de la manera correcta. Debes tomar en serio todo eso de lavarte las manos, no tocar nada. Sé que puede sonar tonto porque es algo muy simple, pero cuando se está en un centro de atención en el que hay casos positivos y se sabe con certeza que estarás expuesto si no tomas las medidas apropiadas, entiendes que hay riesgos”.
”Es una locura pensar que sólo 10 semanas antes jugué en el partido más importante del deporte. Y lo recordé cuando una de las personas que me entrenaba me dijo: ‘Usted es el jugador de fútbol, ¿verdad?’, cuando respondí que sí, comentó: ‘Hermano, acabas de ganar el Super Bowl'. Así es, le dije, pero ahora sólo quiero ayudar”.
El ensayo completo puede encontrarse en Sports Illustrated.
SFRM