El reloj de la historia marca su andar inexorable sobre la Plaza de Armas de Torreón, Coahuila. En las siguientes imágenes de 1908 compartidas por el Archivo Municipal, el pasado resplandece con su elegancia de otra época: faroles de hierro forjado iluminan la serenidad del adoquín, los árboles jóvenes se yerguen como promesas y los edificios circundantes exhiben su grandeza de cantera y balcones.
En contraste, este 2025 nos revela un rostro diferente: la modernidad se ha colado en cada rincón, el concreto ha reemplazado los senderos de antaño marcados por el verde de las plantas, y las edificaciones alrededor vigilan desde las alturas un espacio que ha cambiado tanto como sus habitantes.
- Te recomendamos La Alameda de Torreón hace 80 años; ecos de un pasado verde Estados

La Plaza de Armas nació con Torreón mismo, creciendo de la mano de una ciudad que se abrió camino entre el polvo del desierto y el fulgor del progreso. Fue testigo del ferrocarril y la industria algodonera, del bullicio de los mercados y de los ecos de la Revolución Mexicana. Allí se han celebrado desfiles, encuentros y despedidas; ha sido punto de reunión para amantes y soñadores, y aún hoy sigue siendo el corazón de una ciudad que nunca duerme.
¿Cómo nació la Plaza de Armas?
A finales del siglo XIX, en la administración del reelecto alcalde, Francisco A. Villanueva, fue la encargada de llevar a cabo las obras para la creación de la Plaza de Armas de Torreón, un emblemático espacio público que marcaría un hito en la ciudad. Para su construcción, se trajeron decenas de fresnos desde Allende, Chihuahua, y se plantaron junto con otras especies de la flora local. Además, se decidió enladrillar los andenes y colocar un centenar de bancas para el disfrute de los paseantes.
En un gesto que reflejaba la tradición de la época, las autoridades decidieron nombrar la plaza como "Plaza del 2 de Abril", en honor a la victoria del general Porfirio Díaz sobre el ejército del Segundo Imperio Mexicano en 1867.
La 'Plaza del 2 de Abril' se convirtió rápidamente en el principal paseo público de Torreón a finales del siglo XIX y gran parte del siglo XX.
Las estatuas de la Plaza de Armas
En 1907, durante los festejos de la elevación de Torreón a ciudad, la colonia alemana donó cuatro elegantes fuentes que ornamentaron el centro de la plaza, con estatuas que representaban a La Sirena, El Tritón, El Heraldo y los Querubines.
A principios de la década de los 80, las estatuas originales fueron reemplazadas por réplicas, pero la Plaza de Armas sigue siendo un punto de encuentro y memoria para los habitantes de Torreón.
¿Qué dicen las fotografías?
En las fotografías de hace más de un siglo, se respira la calma de un pueblo que aún no conoce el estruendo del tráfico. Los bancos de hierro fundido descansan a la sombra de frondosos laureles, y la cúpula del quiosco se erige como el faro cultural de un Torreón que comienza a escribir su historia.
En la imagen contemporánea, el verde aún como puede persiste, pero las formas han cambiado: bancas de concreto y acero, un diseño minimalista y que sustituyen la calidez de la simplicidad del antaño.
Niños la recorren con la misma alegría que sus bisabuelos
Sin embargo, el alma de la Plaza resiste el embate de los años. La gente sigue encontrando en ella un refugio contra el sol lagunero, un respiro del ritmo vertiginoso de la urbe. Niños corren con la misma alegría con la que lo hicieron sus bisabuelos, las palomas aún encuentran en sus rincones un hogar, y las parejas siguen prometiéndose amor eterno bajo la sombra de sus árboles centenarios.
Los documentos históricos nos recuerdan que la Plaza de Armas ha sido testigo de transformaciones profundas. En 1908, era el centro de una comunidad que apenas florecía; hoy, en 2025, es la memoria viva de una ciudad que ha sabido reinventarse sin olvidar sus raíces. Sus fuentes han cambiado de forma, sus caminos han sido rediseñados, pero su esencia sigue impregnada en cada ladrillo y en cada historia que susurra el viento.
Ver estas imágenes lado a lado es como abrir un álbum de familia
El Torreón de antaño y el de hoy se miran fijamente, con respeto y admiración mutua. Uno le recuerda al otro sus orígenes; el otro le muestra el fruto de su crecimiento. Entre las líneas del pasado y el presente, la Plaza de Armas sigue siendo el alma latente de esta tierra lagunera, un poema de piedra y tiempo que se niega a desaparecer.
Los años seguirán pasando, las modas cambiarán y nuevas generaciones pisarán su suelo, pero en cada rincón de la Plaza de Armas de Torreón quedará siempre la huella imborrable de su historia. Porque hay lugares que, aunque cambien de rostro, nunca dejan de ser el corazón de su gente.
arg