Bonachón, blanco de ojos claros, cubriéndose la cabeza con una gorra de piel color café, a sus 57 años Sam Hamideh se presenta como “el fotógrafo más viejo del norte de Siria”. También el que tenía “el mayor archivo fotográfico de la región”. Y la cámara más antigua, fabricada hace 120 años en Rusia”.
Sobre su orgullo se posa la tristeza cuando responde a la pregunta de dónde está todo eso ahora: “Las tropas del régimen [del depuesto Bashar al Assad] lo quemaron en 2012”.
Con unas mil 500 familias, Sam vive en el campo de personas desplazadas de Bab el Salameh, justo al lado del paso fronterizo de Öncüpinar, que conecta con Turquía.
“Nos están presionando mucho, la revolución triunfó hace apenas dos meses, pero quieren que regresemos ya a nuestros pueblos”.
Nos muestra imágenes de lo que fueron su casa y su estudio, en Tel Rifaat, a 40 kilómetros de Alepo. Están en ruinas.
“Cuando lo quemaron, me dolió el corazón porque era la memoria de la región. No queda nada. Casi toda la gente que está aquí quisiera volver a sus hogares, pero… ¿a qué? Los soldados acabaron con todo”.
El campo parece un pueblo de niños. En Europa, en Estados Unidos, cada vez los hay menos. Hasta en América Latina empiezan a escasear. Estas calles, en contraste, semejan un jardín infantil a donde todos los chiquillos del mundo hubieran venido a jugar.
Esa felicidad, sin embargo, oculta la grave crisis por la que atraviesan los campamentos de personas desplazadas en el norte de Siria: todas las fuentes de ayuda humanitaria se les están secando.
La última, de manera súbita y radical, la de origen estadunidense, que el presidente Donald Trump ordenó cortar durante 90 días, para evaluar si se ajusta o no a sus nuevas políticas.
Un ayudante se acerca a Sam, quien es el vicedirector del campo de Bab el Salame, para avisarle o recordarle que Trump se ha echado para atrás en algunas de sus decisiones sobre la suspensión de la ayuda. Hamideh sonríe amablemente. Le explica que la reconsideración se limita a programas internos de Estados Unidos. Para los desplazados sirios, y los necesitados del mundo, no habrá apoyo.
Suspensión súbita y generalizada
Aunque el presidente Trump ridiculizó la ayuda internacional de Estados Unidos (ejemplificó que se destinaban “50 millones de dólares a condones para Gaza”), en realidad esta atiende una muy extensa variedad de asuntos de importancia, como la salud de mujeres en zonas de conflicto, el acceso al agua potable, los tratamientos contra el VIH, la seguridad energética y la lucha contra la corrupción.
- Te recomendamos En Siria, vecinos armados asumen seguridad de Damasco tras abandono de elementos Internacional
Estados Unidos proporciona más ayuda exterior a escala mundial que cualquier otro país, con un presupuesto de unos 60 mil millones de dólares en 2023, o alrededor del 1 por ciento del presupuesto estadunidense.
Lo único que no ordena suspender Trump es la ayuda militar a Israel y Egipto. En cambio, su gobierno ha dejado en claro que se opone específicamente a cualquier proyecto que apoye la diversidad y la inclusión, los derechos de las personas transgénero, la planificación familiar, el acceso al aborto y otras cuestiones rechazadas por la agenda del Partido Republicano.
Cuando la casa ya no existe
Los campos del noroeste de Siria albergan a alrededor de 730 mil personas desplazadas por la guerra que inició en 2011, además de otras que fueron afectadas por la serie de grandes terremotos que impactó esta zona y el sur de Turquía en febrero de 2023.
Inicialmente, recibían ayuda de varias fuentes, como la Unión Europea, la organización humanitaria turca IHH y la estadunidense USAID.
Pero se han ido secando: la invasión rusa a Ucrania trasladó a ese país las prioridades europeas; el gobierno turco presiona tanto a los refugiados sirios en su territorio como a los desplazados en las partes de Siria que controla (como el campo de Bab el Salame) para que regresen a sus poblaciones de origen, por lo que IHH les ha cortado el apoyo; y ahora, USAID envió un memorándum a los grupos que trabajan con sus recursos sobre el terreno, instruyéndolos para suspender sus actividades y de hecho, el superasesor de Trump, Elon Musk, decretó la extinción de esta agencia, aunque múltiples voces denuncian que carece de facultades legales para ello.
- Te recomendamos Encuentran fosa común con "decenas de miles" de víctimas del régimen de Bashar Assad en Siria Internacional
Pero la falta de apoyo no solo impacta al noroeste del país: en los campos de Al Roj y Al Hol, que albergan en el noreste a unas 70 mil personas –sobre todo mujeres y niños– que tuvieron que huir de la violencia del grupo Estado Islámico, cientos de trabajadores humanitarios recibieron el sábado 25 de enero la orden de dejar de encargarse de la sanidad, el agua y la seguridad.
Uno de los policías en el campo de Bab el Salame muestra fotos aéreas de su aldea, llamada Maier, en la que todos los techos parecen haber sido arrancados por el viento.
“Los soldados los quitaron para venderlos como metal”, se queja. “Y nos tiraron hasta los árboles”.
“Estamos en un limbo”, dice Mohammad Ali Argi, uno de los 10 representantes del campo de Bab el Salame, quien añade que “regresar a nuestros pueblos es muy difícil porque fueron destruidos por el régimen de Al Assad”, y denuncia lo que considera un juego inaceptable.
“A 800 de nuestras familias les prometieron ayuda para reconstruir sus hogares. ¡La sorpresa es que esta ayuda era solo para las ventanas y las puertas! ¿Para qué nos dan ventanas y puertas si la casa ya no existe?”.
EHR