Por:Adriana Alfaro Altamirano
Ilustración: Izak Peón, cortesía de Nexos
La idea de que, en la actualidad, el individuo no es más que un “producto” que circula en el mercado no resulta del todo extraña. Por ejemplo, el escritor marxista Richard Seymour dice que, en contraste con el consumismo de mediados del siglo XX, en el que las personas eran receptoras pasivas de imágenes comerciales diseñadas para abordar sus fantasías y así generar nuevos deseos, en nuestros días, “el yo es la mercancía”. Esto, además, por partida doble, “pues al mismo tiempo que producimos una imagen mercantilizada de nosotros mismos, también nos afanamos en producir toda la información que, a su vez, les permite a las plataformas de redes sociales vendernos a los anunciantes. Nosotros somos el verdadero producto”. Estas preocupaciones no son nuevas. Ya en 1940 Theodor Adorno y Max Horkheimer, los principales filósofos de la denominada Escuela de Frankfurt, decían que “el yo se distingue por ser una mercancía monopolizada y socialmente condicionada que tergiversamos al representarla como natural”.