¡Libros!

Monterrey /

Esta semana fui a la Feria del Libro. Había filas tremendas para entrar, y caminar entre los pasillos fue una odisea. Puestos con estantes de todos tamaños, editoriales y temas tan variados, saturados de curiosos que miraban, tocaban, hojeaban y leían aquellos libros. Ahí van unos con sus bolsas de tela con sus valiosas compras, deambulando, dejándose envolver por el ambiente, gozándolo. Porque, al final, la Feria del Libro es un evento social, no intelectual ni académico. No es un simposio ni una reunión de especialistas, es como ir a un parque o alameda, pero con stands de libros. Y qué bueno, porque eso quiere decir que todavía hay esperanza por retomar el tema de la lectura en nuestro país. Mire, el Inegi muestra que casi el 70% de adultos mayores de 18 años leyeron algo: libros, revistas, blogs o periódicos. Algo. Pero esto representa casi 15% menos al 2015. El Inegi también dice que los hombres somos unos puñetas, pues hay más mujeres lectoras: 87% contra 70%. Ah, y nuestro porcentaje de comprensión de la lectura disminuyó. No me sorprende: casi todo disminuyó en este sexenio que –afortunadamente– ya concluyó. Otros datos motivacionales son que el promedio de libros leídos en un año son de ¡tres!, y el tema principal es... ¡el entretenimiento! Ah, y el tema de la autoayuda y superación ocupa el segundo lugar en interés. Fíjese nada más. Ah, y por favor que no me digan que leer cualquier cosa es mejor que no leer nada: pues no me creo eso de que los pinches libros motivacionales y de autoayuda y superación están por encima de la literatura clásica, de los ensayos, de los de divulgación científica o de compilaciones de poesía universal. No me puta madre jodan.

Con todo y pese a todo, estas ferias del libro son una fiesta, un recordatorio de que todavía se tiene la opción de cultivar a las personas con literatura que pueda mejorarnos como personas y como sociedad.

Conversaba con el encargado de un stand. Se dijo lo que siempre hemos repetido: que uno no va a estas ferias a buscar algo en particular, sino a divagar despreocupadamente por los pasillos en espera de que ciertos libros lo encuentren a uno. Es un proceso pasivo de nuestra parte en el cual los libros, latentes, esperan a su presa. Es la sorpresa, la frescura, espontaneidad y emoción que se genera en esa extraña conjetura entre esos libros ignotos e insospechados, y el paseante que no espera nada más que ser abordado y sorprendido. De hecho, vi que hay una nueva modalidad: envolver libros con papel estraza, ilustrarlos con motivos varios sin revelar su título, autor o contenido y venderlos. Pues ¿qué cree? La idea fue un éxito. Justamente por eso que le decía líneas atrás.

Mi botín de esa incursión: los Discursos de Isócrates; la Anábasis de Jenofonte; Calle de sentido único, de Walter Benjamin; Leer el mundo, de Felipe Garrido, y Cervantes o la crítica de la lectura, de Carlos Fuentes. No podría explicar el porqué fueron estos títulos a dar a mi bolsa de compras; aparecieron allí porque el momento y la circunstancia lo determinaron. Quizá si mi visita hubiese sido un día antes, otros libros estarían en esa bolsa. Que, por cierto, es una de las bolsas que uso para ir al súper. Impulsos subrepticios, orgánicos, corazonadas, intuición, yo qué sé.

Lo único que me preocupa son las estadísticas. Ojalá y la educación fuera una prioridad en la agenda del Gobierno. No parecen entender que es la base del futuro. Ya había escrito antes que la literatura clásica no es ni obsoleta, ni anacrónica, ni estéril o inútil: es de pendejos pensar así. Este vasto acumulo de letras es progresivo y representa un depositario no solo de información, sino de ímpetus, intenciones, potencias, impulsos y soluciones con los cuales vamos actualizando, construyendo –y reconstruyendo– nuestra civilización; se consolidan en esta fuerza misteriosa y potente que trasciende al tiempo y viaja a través de las generaciones, otorgándonos esperanza y alivio en contra de esta nefasta tendencia a autodestruirnos y regresar a estados más primitivos.

Por eso la fiesta de los libros, los venerables libros, debe continuar.


  • Adrián Herrera
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