El Centro para el Futuro de la Democracia, fundado por la Universidad de Cambridge, surgió hace un par de años con un informe basado en el estudio de más de 4 millones de entrevistas en 154 países durante varias décadas, que concluía que 2019 había sido, en el último cuarto de siglo, el año “con el más alto grado de descontento con la democracia”. La democracia había vivido un auge en la década de los 90, en el momento en que Occidente renovó su legitimidad tras el fin de la Guerra Fría, con elecciones plurales entre diversos partidos a lo largo de América Latina y África. Pero a partir de entonces empezó el declive.
La insatisfacción con la democracia ocurrió, no en la periferia, sino en el corazón mismo de Occidente. En el último cuarto de siglo, en los países desarrollados en general, el descontento pasó de 33 por ciento a 50 por ciento de la población. En Reino Unido, por ejemplo, la satisfacción con la democracia aumentó consistentemente por 30 años desde 1970, llegó a su punto más alto alrededor de 2000, pero empezó a disminuir desde entonces (por la guerra en Irak, por los escándalos en el Parlamento) hasta caer por completo a raíz de la crisis provocada por Brexit, de tal suerte que hoy, por primera vez desde los 70, la mayoría de los ciudadanos británicos dice no estar satisfecha con la democracia de su país. Estados Unidos, por su parte, ha vivido, en palabras del informe, un “dramático e inesperado” declive en su satisfacción con la democracia: en 1995, más de tres cuartas partes de los ciudadanos americanos decían estar satisfechos con la democracia en su país, cifra que se sostuvo hasta 2005, pero a raíz de varios factores, entre los que sobresale la crisis financiera de 2008, que afectó de modo muy desigual a la población, el deterioro ha sido constante, al grado de que, hoy, menos de la mitad de los ciudadanos americanos está contenta con su democracia. “Estamos al borde del precipicio de perder nuestra democracia”, dijo hace una semana Hilary Clinton en una entrevista con The Financial Times.
Es alarmante, también, el descontento creciente con la democracia en América Latina. En 2010, México era el país del continente más insatisfecho con el funcionamiento de su democracia, según Latinobarómetro. Apenas cuatro países tenían entonces una población mayoritariamente satisfecha: Uruguay (78), Costa Rica (61), Chile (56) y Panamá (56), pero el resto estaba insatisfecho, en último lugar México (27). La norma se mantuvo cinco años después, pero la tendencia empeoró. En 2015, en efecto, Uruguay seguía siendo el país más satisfecho, con 70 por ciento, y México el más insatisfecho, en el último lugar, con 19 por ciento, según Latinobarómetro. En 2015, es decir, menos de uno de cada cinco mexicanos estaba satisfecho con su democracia. Es el contexto en el que gana López Obrador. En otras latitudes, es también el contexto en el que ganan personajes como Bolsonaro y Trump. Las presidencias de los tres erosionaron la democracia en sus países. Pero lo que los hizo posibles fue la insatisfacción que había de origen en México, Brasil y Estados Unidos. En ese sentido, más que una causa, los tres son un síntoma del deterioro de la democracia.
Carlos Tello Díaz
Investigador de la UNAM (Cialc)
ctello@milenio.com