¿Qué tendrán los comienzos de siglo que forman a líderes políticos con ínfulas expansionistas y mesiánicas y, peor, que no tienen ningún recato en llevar a sus pueblos a conflictos multinacionales solo por satisfacer su ego?
El que pintaba para ser el siglo más pacífico tras los dolorosos aprendizajes de los años 1900 a 2000 ha tomado un curso radicalmente distinto, peligrosa y extendidamente bélico.
De manera repentina, los valores han sido cambiados por el orgullo, la paz por el desafío, la razón por las ocurrencias y la inteligencia por la osadía.
El cambio de paradigma es tan drástico como el que el armamentismo nuclear ya no importa, ni la hambruna, todo eso pasó a segundo o tercer plano y ahora los trabajadores migrantes son el (artificial) enemigo público número uno de algunos de los gobiernos más poderosos de orbe.
No importa negar nuestro origen, principios y antecedentes sino convencer a los demás de que soy la salvación a todo y el responsable de nada. Exijo que me evalúes por mis intenciones y no por mis resultados.
No importa traicionar a amigos y aliados porque ya soy como mi antiguo rival: ya hablamos el mismo lenguaje villanos y tiranos.
Las reglas democráticas solo sirvieron para llegar al poder, pero no son suficientes para quedarnos con él, así que adiós, hay que quitarlas.
El lenguaje pacifista ya no sirve, las dosis de incertidumbre que genera la ambición aseguran adeptos para los proyectos más abyectos.
Es poco lo que se puede hacer fuera de esos altos círculos del poder para recuperar el camino perdido, ese sendero sinuoso y espinoso, lento sí, pero que buscaba crecer con lo que tenemos cada uno sin pisotear a otros, sin arrebatar nada.
Tal vez sea cuestión de tiempo y mucho trabajo orgánico, tal como ocurrió en el siglo 20, para que surja una nueva camada de líderes de paz en medio de la crispación mundial, una generación de futuros pacifistas que por el momento no vemos, que quizá aún no exista, pero que esperemos se geste rápidamente a la sombra de las actuales y desatadas tendencias imperialistas.
Por lo pronto, estamos a la puerta de una nueva repartición global en la que el que cree que es quien parte y comparte, se podría quedar con la peor parte.