El aura de la obra, un entretejerse extraño de tiempo y espacio que Walter Benjamin definió como la aparición irrepetible de una lejanía por más cercana que pueda hallarse, quedó rota, evaporada en la modernidad ante la reproducción masiva de la imagen, esa violación industrial de su condición antes única. […]
El aura es un viento, un soplo o un hálito sensible que hace manifestarse lo otro que está aquí sin ser notado. Sin estrépito, suavemente trascendente, el aura es uno de los disfraces que utiliza lo divino. Su estremecimiento, cuya sutileza es grave, equivale al dios que hiere desde lejos. El aura de la obra de arte significa un soporte para la contemplación.
De ahí que las tradiciones estéticas europeas y orientales del pasado —dos rayos que convergen en el centro del mismo círculo— afirmen que el pintor diestro muestra su arte pero no es a sí mismo a quien en él se muestra. Dirá Dante que “quien pinta una figura, si él no puede serla, no puede pintarla”.
Las teorías hindúes del conocimiento, entre ellas el arte que es una de sus manifestaciones, aseguran que la fuente de la verdad no es la percepción empírica sino un modelo actuante en el interior de aquel que conoce. Dicho modelo “al mismo tiempo da forma al conocimiento y es la causa del conocimiento”.
De ahí también la voluntad de entender la obra de arte como el medio para alcanzar una verdad existencial y metafísica que Benjamin, ese pensador atemporal surgido en la modernidad, llama religiosa. Porque establece un medio para religar, reelegir y releer el mundo mucho más allá de la restricción dogmática y confesional de cualquier credo revelado. Una religión sin dios, sin ritual ni iglesia. […]
El arte occidental se fundó en la imagen humana. A diferencia de otros que como el arte oriental fijaron su función a partir de la naturaleza, la persona fue, en sus encarnaciones mitológicas y divinas, el centro de la representación en Occidente, comenzando por las huellas de las manos plasmadas en las umbrías paredes de las cuervas prehistóricas hasta los petroglifos que registran las escenas del amanecer de los seres humanos y sus invocaciones totémicas. […]
Su disolución derivará en un concepto hueco: el arte por el arte, el cual no requiere el talento, la energía o el saber que el aura de la obra necesita para alcanzar la mediación poliédrica que debe cumplir. De ahí la trivialidad del arte vacío que admira un mingitorio como pieza excepcional y confunde la urna con un orinal. […]
La singularidad de la pintura de Manuel de los Ángeles y su infrecuencia en un medio plástico predominantemente esteticista y decorativo, subordinado a los “dudosos ordenamientos” mercantiles de la llamada escuela oaxaqueña de pintura, son evidentes.
La masificación del zoomorfismo, la texturización de las superficies como señal de origen, la cromática estereotipada, el aire naif y seudo fantástico, el folclorismo temático y la abstracción gratuita, o un espontaneísmo voluntarista que intenta ocultar la impericia y la carencia de talento, resultan elementos ajenos a la obra de este pintor. […]
Decide reinterpretar, empleando su propia paleta y técnica pictórica, algunas obras icónicas del Renacimiento y el Barroco que darán lugar a la serie Maestros de la pintura occidental, caracterizada por el mirar y hacer de nuevo cuadros de Caravaggio, Rubens o Da Vinci, entre otros. Apropiación, copia, reinterpretación o descontextualización […].
Deconstruir consiste en cambiar el eje de significación. Rodear el objeto, el modelo, para mirarlo con mente de principiante, como si fuera la primera vez, con a-sombro, sin la sombra de la razón discursiva o la imagen mental ante eso que se ve. […] La mente de principiante no tiene referente previo ni frecuenta el pre-juicio: al mirar mira como lo hacen el niño, el creador o el santo, siempre por primera vez. Por eso comprende, porque experimenta. […] El objeto que se mira es el mismo pero la mirada que lo mira deviene inédita. El objeto se vuelve otro, cambió. […]
Sincronicidades o coincidencias complejas. Una pintura determinada de manera triple: la búsqueda, el dominio, la realización. Toda época final es una fantología en la cual lo escondido regresa para ocupar su lugar. Ante un arte kitsch, de efectos ornamentales (el ornamento es delito) y complacencias masivas, de iconografías intrascendentes y vacuas, de abstraccionismos sin contenido, del no rigor, existe otro cuya función es con-mover, vincular con lo superior.
Maestros de la pintura occidental o de la perseverancia un logro, de la fidelidad un hallazgo, de la búsqueda un encuentro, del origen un nuevo lenguaje. O de la luz un atributo.
La virtud es lo que está mejor combinado.
* Fragmentos del texto de la exposición Maestros de la pintura occidental de Manuel de los Ángeles a inaugurarse este 24 de agosto en el Museo de los Pintores Oaxaqueños de la ciudad de Oaxaca.