Virus y víctimas colaterales

Ciudad de México /

El paciente llegó con dolor abdominal, pero al examinarlo le detectaron coronavirus y entonces contagió al médico, quien permanece intubado en el Primero de Octubre, uno de los hospitales asignados para atender a víctimas del covid-19. El cirujano, junto con otro compañero que está en observación, forma parte de las víctimas colaterales del virus que se dispersa a gran velocidad por todo el mundo.

La anécdota es relatada por José Antonio Licona Ortiz, médico cirujano con dos maestrías en Gestión de los Servicios de Salud, una obtenida en México y otra en España, quien desde diciembre, cuando empezaron los brotes del coronavirus en la ciudad de Wuhan, China, él y sus compañeros se organizaron a través de redes sociales y videoconferencias para conocer más sobre el enemigo que salpicaba.

Pero algo faltaba.

Pasaba el tiempo y la comunidad médica hurgaba en internet y se informaba sobre la pandemia.

Y el virus se multiplicaba.

Fue cuando los puntos rojos comenzaron a brotar en diversas zonas del mundo. En algunos países actuaron de inmediato; en otros, como Italia, la respuesta fue tardía. Desde el continente americano, mientras tanto, el tsunami viral se veía lejano.

En ese periodo de la pandemia en China, médicos adscritos al Primero de Octubre, hospital del Issste, corroboraron la capacidad de convocatoria a través de videoconferencias y charlas en redes sociales.

Todo eso permitió que cada quien comprara su propio equipo y organizaran donativos. Al mismo tiempo leían artículos sobre la vestimenta, diagnóstico, tratamientos y pronósticos.

“Las videoconferencias —añade Licona— nos permitieron tener contacto con alumnos, residentes e internos; conocernos entre nosotros mismos; interactuar con especialistas de otros hospitales y países”.

Y sin embargo, lamenta, “hemos visto cómo, poco a poco, se van infectando amigos médicos, amigas enfermeras, camilleros, técnicos, administrativos”.

—¿Por qué cree?

—Porque hemos visto la escasa o nula preparación y equipamiento que tiene el personal de limpieza que, aunque es una compañía externa al igual que la de vigilancia, no están preparados ni capacitados para este tipo de eventos urgentes de la medicina.

El médico Licona Ortiz ingresó al Issste en mayo de 1982 como auxiliar de intendencia. Tenía 21 años de edad.

Luego, mientras estudiaba, fue auxiliar de cocina. En el mismo hospital haría su residencia y quedó adscrito en el área de cirugía.

Y siguió su ascenso.

***

De niño, Licona Ortiz sufrió un accidente en su natal Ciudad Sahagún, Hidalgo, y desde aquel día quiso estudiar medicina.

Había cumplido 6 años cuando se le ocurrió meter abejas en un frasco de vidrio, pero se rompió y le provocó una herida en el dedo.

Hizo un borlote y llegó su madre, quien al ver que escurría sangre buscó al supuesto culpable de la agresión; pronto supo de lo sucedido y lo llevó a una clínica del Seguro Social, donde un médico lo suturó.

A partir de ahí, como dice, “fueron los inicios del enamoramiento hacia una de las vocaciones y profesiones más nobles e importantes de mi vida: la medicina y, en especial, de la cirugía”.

En aquel tiempo sus padres se trasladaron al entonces Distrito Federal y el joven Licona ingresó a la Facultad de Medicina de la UNAM. Lo impresionaron sus edificios históricos, los verdes campos de Ciudad Universitaria. Entonces, como él dice, consolidó su sueño.

Y fue ascendiendo en el Issste, donde está adscrito como Médico Especialista B, de cirugía, durante el día. Por las noches trabaja en el Hospital de la Mujer como asistente del director.

Desde esas posiciones ha visto lo que nunca imaginó, la pandemia que espanta al mundo, y los daños sufridos entre sus compañeros y familiares de enfermos que lanzan reclamos.

***

Desde que fue catalogado como covid-19, el Primero de Octubre tuvo cambios significativos en su estructura, horarios, consultas, visitas, turnos de urgencias, especialidades, reacomodos en pisos.

El virus modificó todo.

Licona está convencido de que en el hospital hay recursos humanos “inigualables”; pero, recrimina, “tenemos un deplorable sistema de salud”, lo mismo que el sistema de vigilancia y protección.

Tampoco existen procesos de actuación frente a desastres de este tipo. “A nosotros los médicos no nos agarró desprevenidos; a la que agarró desprevenida, o no quiso entender, fue a la autoridad”.

Por lo pronto ya está sobrepasando la capacidad de infraestructura médica pública, sostiene Licona, cuyo hijo menor, de 21 años, estudia la carrera de Médico Cirujano en la UNAM.

—¿Cuál es su sentimiento?

—Son sentimientos encontrados, porque por un lado es bueno estar en la batalla, pues para eso estudiamos y estoy muy contento con mi trabajo. La realidad es que en México el dinero que se destina a la salud es el más bajo de América; además, el personal está muy mal pagado.

Y sí, añade, “me da mucha tristeza ver morir a la gente sin nada que se pueda hacer en forma eficiente; solo con apoyo de analgésicos, antiinflamatorios, quizá algunos antibióticos, sostén en líquidos o un respirador artificial”.

—¿No hay con qué?

—No hay medicamento para la cura, solo esperar a que el organismo del paciente vaya respondiendo favorablemente —comenta el médico, a veces por escrito y en ocasiones por altavoz.

—¿Tiene miedo?

—Claro que tengo miedo de infectarme y no poder aliviarme, de contagiar a los seres queridos, a mi nieto.

—¿Qué más ha visto?

—Cada día que pasa ya se va haciendo rutinario ver este tipo de pacientes; la molestia de familiares por no poder pasar; o lo peor: reclamarle al médico porque no creen que esa haya sido la causa de la muerte: “Si mi paciente venía bien, solo con un poco de tos”.

Eso y más han visto.

  • Humberto Ríos Navarrete
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