Nosotros y el vino

Ciudad de México /

Leo en una entrevista lo que cuenta Pierre-Henry Gagey, un enólogo borgoñón, y me parece que cuando habla del vino y de las viñas está diciendo cosas sobre nosotros mismos.

Cuenta que el vino de Borgoña es tan bueno porque el terroir (la suma de suelo, clima, uva e intervención humana) donde crecen las viñas es un suelo pobre, lleno de pendientes y de guijarros, que orilla a la planta a crecer en la adversidad, y esto hace que la uva tenga más matices y un ánima sofisticada, a diferencia de las que crecen en suelos ricos y bien regados, que dan uvas dulces para el postre. 

A los beneficios de crecer en la adversidad hay que sumar la poda, pues la viña era originalmente, hace 2 mil años, una hiedra que parasitaba a las otras plantas y de tanto que la podaron los monjes cistercienses fue ganando entereza y dando cada vez mejores uvas, hasta llegar a la excelencia del caldo de Borgoña. 

Quizá con un vino menos bueno los monjes cistercienses le habrían rezado a un dios distinto, y habrían adoptado otra versión de la Regla de san Benito. 

En un suelo pobre se da una mejor bebida. Shutterstock

La poda en nosotros son aquellos elementos que uno destierra para crecer mejor; podas una costumbre, un temor, una pulsión para que se desarrolle, digamos, un talento, que vendría siendo la uva superior de la que sale el buen vino, y no la docena dulzona con la que nos atragantamos en la fiesta del año nuevo. 

El enólogo Gagey aprovecha en esa entrevista para criticar el efectismo del vino californiano, que sabe mucho a fruta y mucho a alcohol, está muy lejos de los delicados matices del borgoña que son puro erotismo, se atreve a decir, que se opone al sabor pornográfico de los vinos del valle de Napa. 

A la poda y al crecer en la adversidad, se suma la perseverancia y la paciencia de quien cuida el viñedo, hay que ajustarse al ritmo cósmico de la uva, no pueden quemarse etapas, es un error abonar y regar de más para que la planta crezca con rapidez; la roñosería, la prisa y la avaricia terminan malogrando la uva y agriando el vino, o sea: agriándonos y malográndonos.


  • Jordi Soler
  • Es escritor y poeta mexicano (16 de diciembre de 1963), fue productor y locutor de radio a finales del siglo XX; Vive en la ciudad de Barcelona desde 2003. Es autor de libros como Los rojos de ultramar, Usos rudimentarios de la selva y Los hijos del volcán. Publica los lunes su columna Melancolía de la Resistencia.
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