Vivir sin López Obrador, día 1 Era D.A.

Ciudad de México /
ALFREDO SAN JUAN

Ten cuidado con lo que deseas, porque podría cumplirse, una sabia agudeza atribuida a Oscar Wilde. Muchos mexicanos esperan con la impaciencia de una cuenta regresiva el final del sexenio de Andrés Manuel López Obrador. No extrañarán ni su estilo aguerrido, ni su tozudez para sacar adelante una agenda que no compartieron. Y aunque entienden que el inmediato futuro ofrece más interrogantes que certidumbres, ningún escenario les resulta más frustrante que un presidente todopoderoso con el que no coinciden. Su salida, dan por sentado, ofrece una oportunidad para dejar atrás la polarización o la atonía económica que atribuyen a su gestión. Hablo, desde luego, de los críticos y opositores de la 4T, no de sus muchos seguidores.

Pero habría que entender que el liderazgo de López Obrador surgió a partir de una serie de graves tensiones en la sociedad mexicana; su salida podría visibilizarlas. Es simplista y peligroso asumir que sus niveles de aprobación son producto exclusivo de la demagogia o de políticas públicas populistas. Justamente esa es la tesis que sostuvo la oposición durante todo el sexenio; creer que bastaba con desengañar al pueblo para que esa popularidad se desplomara. El fracaso de esa postura es que no entiende que el malestar del grueso de los mexicanos obedece a causas reales y profundas, al margen de que hubiera aparecido un soliviantador para darles cuerpo.

La inconformidad de los sectores populares fue acumulándose en los últimos lustros. En lo político un desencanto evidente respecto a las opciones tradicionales del PAN y el PRI; en lo económico la pérdida de poder adquisitivo y falta de oportunidades (56 por ciento de la población empleada en el sector informal, por ejemplo). El sistema “creó” a esas masas inconformes; en 2018 encontraron una vía electoral para expresar la exigencia de un cambio. El tabasqueño ofreció a través de su discurso y su partido un contenedor a ese malestar.

O, para decirlo en otros términos, las élites perdieron el control del poder político en 2018, pero en realidad lo que tenían ya era un cascarón que carecía del soporte de una base social. Peña Nieto obtuvo la Presidencia en 2012 con 38 por ciento de la votación y sus niveles de aprobación al terminar el sexenio apenas superaban 20 por ciento; los partidos que habían regenteado la operación política se habían agotado: el PRI en plena declinación y un PAN condenado a cifras en torno a 25 por ciento. El sistema se había vaciado de contenido a ojos del grueso de los ciudadanos. El riesgo de inestabilidad que eso supone en un país tan desigual está a la vista.

A pesar de su narrativa áspera, en realidad López Obrador intentó una propuesta que asegurase la estabilidad macroeconómica y, al mismo tiempo, introdujera cambios significativos en la distribución del ingreso popular. Una remodelación del edificio sin poner en riesgo su estructura. Se podrá cuestionar el modo, pero en esencia consistió en darle a los de abajo sin quitarle a los de arriba. Para las élites López Obrador puede ser un interlocutor incómodo, pero garantiza una relación confiable con el resto de los mexicanos; una vía para construir acuerdos, por más que existan desencuentros con el interlocutor. El peor escenario es no tenerlo.

Estén o no de acuerdo con sus propuestas, las élites tendrían que considerar que López Obrador conjuró, a su manera, los riesgos de desestabilización social y política que necesariamente surgen cuando el sistema no puede canalizar la inconformidad de las mayorías. La incapacidad de las élites y los partidos tradicionales para construir una oferta alternativa para esas mayorías, antes y durante este sexenio, nos ha traído al llamado segundo piso de la 4T. La narrativa creada por esta fuerza política es, en este momento, el cemento adhesivo del edificio social. Y no hablo del riesgo de un resquebrajamiento violento o una revuelta armada, sino de la multiplicación al infinito de conflictos locales y regionales provocados por comunidades, gremios, grupos de interés, vecinos y un gran etcétera, decididos a resolver su agenda de manera unilateral y en plena confrontación con el orden vigente. De alguna forma eso ya ha comenzado, pero el gran detente sigue siendo la convicción de parte de las mayorías de que el Presidente es un hombre que pertenece a los de abajo, habla en nombre de ellos, de sus agravios.

Ese personaje atrabancado y rijoso en opinión de muchos ha tenido la habilidad para mantener una ascendencia decisiva sobre las masas. Algo que el sistema político había perdido hace mucho. Y justamente ese es el riesgo, el de la fractura. Hay un profundo desencuentro en oportunidades, visión de país y realidades entre el tercio más próspero de la población y la mitad más desprotegida y desencantada.

Él se va, pero deja un relevo y un andamiaje. La pregunta es: ¿por cuánto tiempo y con cuánta intensidad el nuevo gobierno será capaz de mantenerlo? ¿Cuánto de ese vínculo identitario con las mayorías podrá sostenerse sin el protagonismo intenso del líder del movimiento? Es imperativo que el país haga algo sustantivo en favor de las mayorías inconformes, pero tendría que conseguirlo sin lastimar a las partes prósperas y, al mismo tiempo, sin perder el apoyo popular que en este momento garantiza la estabilidad. Mientras la oposición no construya una opción atractiva a las masas que exigen un cambio, ese desafío pasa por lo que hoy tenemos.

La salida de López Obrador ofrece la posibilidad de intentar el difícil equilibrio con otras modalidades. Podrían ser más tersas y económicamente eficaces, pero en términos de legitimidad política y social nada garantiza el éxito indefinido. Dependerá del equipo que ahora entra al relevo; de la madurez de las élites para asumir que lo que venga no puede construirse sobre la deconstrucción del lopezobradorismo, pues pondría en riesgo la estabilidad vigente; de los sectores populares para entender que un gobierno en favor de su causa no necesariamente tiene que ser incendiario. Vivir sin López Obrador es un desafío estimulante, pero un desafío que de alguna manera nos pondrá a prueba a todos.


  • Jorge Zepeda Patterson
  • Escritor y Periodista, Columnista en Milenio Diario todos los martes y jueves con "Pensándolo bien" / Autor de Amos de Mexico, Los Corruptores, Milena, Muerte Contrarreloj
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