Ya ganó Santos. Por fin pudo hacerlo y con mucho mérito porque se levantó de un incómodo marcador adverso, cero a dos para concretar la victoria con gol de un canterano, hijo de un ex jugador de Santos, Walter “Lorito” Jiménez.
Todo ello pudiera ser el guión de una trama agradable, jamás pensada.
Los dioses se pusieron de acuerdo para recordarnos que los triunfos también pueden formar parte de este grupo de seres humanos que tan necesitado estaba de la victoria.
El segundo gol del Necaxa fue bien armado pero nada más para empujarla. El tercero de Santos nunca tuvo claridad hasta que entró la pelota.
El centro no incluía ventaja para Tahiel, quien ganó la pelota dividida para darle por fin una angustiante victoria al equipo verde.
Todo estaba perdido para Santos, todo. Lo que causa asombro es el repunte coronado con el triunfo.
Casi imposible de creer.
Con la espera de que algo se pueda ir componiendo.
La enjundia, el amor propio y la angustia de no tener triunfos fueron los ingredientes para brindar alegría a la comunidad futbolera.
Con este dato (canterano que anota el gol del triunfo) se afianza la filosofía de la empresa de creer más en las Fuerzas Básicas pero a costa de tener paciencia y de soportar la incomodidad de estar luchando en la parte baja de la tabla.
Es la ecuación a resolver. ¿Hasta dónde se debe seguir apostando a la aportación significativa de la cantera al lado de baratos refuerzos extranjeros que aportan poco en el lapso de tres meses?
Es la filosofía de la empresa y la sigue sosteniendo.
¿Así alcanza?
Contra Necaxa tuvimos una respuesta muy positiva pero el lugar en la tabla indica otra realidad.
Es la duda que a veces se convierte en certeza.