A fines de enero se anunció que 21 películas de los Estudios Ghibli estarían disponibles en Netflix. Conocí este estudio de animación fundado en 1984 cuando El viaje de Chihiro (2001) obtuvo el Óscar a la mejor película extranjera en el 2002. Dirigida por Hayao Miyazaki, fue el primer anime japonés en obtener fama internacional. Es una preciosa metáfora sobre los laberintos de la memoria y la imaginación a los que es necesario acudir para sanar y crecer, tópicos también presentes en otros filmes del estudio nipón que el propio Miyazaki fundó junto con su amigo, Isao Takahata.
Mi pequeña hija de seis años y yo esperábamos con ansias la liberación de las cintas. Ya conocíamos otras, como Mi vecino Totoro (1988) y El castillo en el cielo (1986), también dirigidas por Miyazaki. De pronto, se vinieron las medidas de confinamiento y ajusté toda mi rutina de trabajo y cuidados. Entre muchas otras cosas, me preocupaba el consumo laxo de contenidos de carácter masivo. Supe, entonces, que entre otras fuentes (como el canal argentino Paka Paka, las obras infantiles de Teatro UNAM y Ambulantito), los Estudios Ghibli salvarían una parte de la cuarentena.
No pretendo hacer crítica de cine con estas líneas, tan sólo hablar sobre lo mucho que para nosotras ha significado Estudios Ghibli en medio de la pandemia. Sus películas han sido un refugio para pensar, sentir, imaginar y llorar juntas, para urdir esperanza en el seno de la desventura, reflexionar sobre el destino, la necesidad de honrar a la naturaleza y respetar los saberes de culturas ancestrales. Sus protagonistas suelen ser niñas o adolescentes que lejos de buscar sentido en el amor romántico, responden a problemas de índole colectivo entre las aves y los frutos, en el mar y el bosque, con las mujeres sabias y los animales salvajes.
En casi todos sus filmes estos personajes femeninos encuentran la verdad sobre su destino en la imaginación, en la creación y el precio de crecer, en la entrega honesta y, también, en las hazañas, casi siempre épicas, que buscan restituir el equilibrio entre naturaleza y ser humano.
Películas como Nausicaä del valle del viento (1984), Ponyo en el acantilado (2008) –hecha especialmente para los más pequeños–, La princesa Mononoke (1997) y El castillo en el cielo (1986) constituyen complejas reflexiones sobre el temple y el corazón humanos; en el centro de los problemas que plantean está la relación entre las prácticas depredadoras de la civilización y la naturaleza como reproductora de vida y equilibrio. Sus voluntariosas protagonistas suelen asumir el alto y necesario precio de ir al centro de la devastación para escuchar, palpar las respuestas que dan los peces, los animales salvajes o las piedras.
Si una lección nos ha dejado esta pandemia es que el modelo de producción capitalista lleva siglos saqueando materias primas, fragmentando y expoliando a pueblos originarios –verdaderos guardianes del ecosistema–, modificando el clima, criando industrialmente a los animales y destruyendo hábitats de especies silvestres.
La crisis por el covid-19 es, sin duda, producto de la intromisión humana en la biodiversidad. Los mensajes de estos filmes son de fábula; nos instan a pensar en la civilización de rapiña y despojo a la que pertenecemos.
Ninguna de estas películas subestima a su público, lo que las abisma de la tradición Disney, que durante décadas ha domesticado en historias simples que desembocan en el amor romántico, la pasividad femenina, la perpetuación de relaciones de tipo colonial y lecciones de índole moral-individual. Además, Estudios Ghibli siempre se ha caracterizado por un derroche estético que privilegia al paisaje; y su música, casi siempre compuesta por el increíble Joe Hisaishi, es un deleite sinfónico que nos extravía en una profundidad casi nostálgica.
Otras recomendaciones para estos días con las y los pequeños son: Susurros del corazón (1985), El increíble castillo vagabundo (2004), El cuento de la princesa Kaguya (2013), El regreso del gato (2003), El recuerdo de Marnie (2014), Cuentos de Terramar (2006) y Kiki: entregas a domicilio (1989).
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