Antes de comenzar este artículo deseo expresar a mi lector que haremos referencia a la serie de Netflix “Cobra Kai”, también conocida como “El nuevo Karate Kid”, con la certeza de que no voy a hacer spoiler a esta producción que nos remonta a la famosísima película de los 80’s donde Daniel Larusso se volvió un ídolo gracias a las enseñanzas del señor Miyagi.
En esta ocasión, 34 años después, en una serie en la que al menos la primera temporada se ha llevado buenas críticas (quizás le segunda no tantas), en parte por el romanticismo retro de quienes crecimos con la primera película de la zaga y también por la trama que además de ser un reencuentro entre Larusso y Johnny Lawrence, su acérrimo rival, nos narra lo que ambos hacen en su vida de adultos y nos presenta a sus hijos como una nueva generación.
Admito que no soy un fanático de las series porque suelo verlas en poco tiempo de principio a fin, por lo que durante algunas semanas hice caso omiso a la recomendación de la plataforma para agregarla a mis listas, hasta que encontré esta leyenda de un Facebook amigo, que llamó mi atención: “detrás de la personalidad arrogante de J Lawrence, hay una historia que explica muchas cosas. El nuevo Sensei se ha ganado mi admiración y simpatía”.
Gracias a ese amigo fue que me enganchó y me animé a ver la primera temporada y suscribo plenamente su comentario, con lo que es lo último que escribo directamente de la serie. Quienes ya la vieron podrán entender a detalle este artículo, quienes no, podrán animarse quizás a verla puesto que no nos referiremos a los personajes sino a lo que el mensaje nos ha dejado.
Temas como el alcoholismo, la orfandad, los resentimientos, el abandono, la humillación, el valor del dinero y, la posibilidad de resignificar una vida, son sin duda los grandes ejes que me deja “Cobra Kai” y que, dentro de otros similares, son los que cotidianamente abordamos en este espacio semanal y que de forma habitual nos encontramos en el consultorio.
Recientemente de hecho hemos abordado los temas del abandono, la orfandad, la necesidad de perdonar y eliminar resentimientos, la importancia de resignificar la forma de percibir la vida y de ponerse en paz, como camino para superar las adicciones, entre ellas la más común que sigue siendo el alcoholismo.
En efecto, detrás de la arrogancia de alguna persona, como puede serlo de su narcisismo, de su necesidad de aprobación, de su neurosis, agresividad, orgullo, desconfianza, machismo, sumisión, importancia de ser necesitado y otras máscaras en las que suelen esconderse como mecanismo de defensa adictos, codependientes y otras personas con trastornos mentales, definitivamente siempre hay una historia de vida que pudiera haberlo detonado.
Como lo cita Lise Bourbeau en su libro “Las cinco heridas que impiden ser uno mismo”, todos los seres humanos de alguna forma u otra vivimos desencuentros a lo largo de la vida, siendo los que se viven en la niñez y adolescencia algunos de los más importantes, cuando aún está configurándose la personalidad del individuo, por lo que quienes sufren algún tipo de trauma en esas edades suelen tener algunas consecuencias en la edad adulta, mientras que algunos se hacen resilientes a ello.
El rechazo, el abandono, la traición, la injusticia y la humillación son las heridas en las que Bourbeau resume los principales traumatismos a la personalidad en niños y adolescentes que, si no logran superarlos o ser resilientes, en la edad adulta suelen vivirlos bajo las máscaras (dixit) de la huida, la dependencia, el control, la rigidez y el masoquismo, que, por cierto, en nuestra experiencia son antesala de adicciones, codependencia o algunos otros trastornos de la personalidad.
Si entendemos al alcoholismo (o cualquier adicción) como una forma masoquista de autodestrucción, podríamos presumir que la persona que lo padece, en algún momento de su niñez o adolescencia (en la hipótesis de Bourbeau) sufrió la herida de la humillación, en cualquiera de sus expresiones, física, psicológica o verbal, por lo que uno de los caminos de la recuperación consistirá en explorar esa historia, trabajar los resentimientos derivados, tratar de construir el perdón y la paz consigo mismo, para llegar a un punto donde la vida pueda ser resignificada, dejando el pasado atrás y abrazando al presente con una nueva actitud, lo que desde la logoterapia sería encontrar el sentido o propósito vital.
Millones de historias de adictos rehabilitados y recuperados dan cuenta de que es posible encontrarle un propósito a la vida, después de haber tocado fondo en la enfermedad y de haber sido víctima de años o incluso décadas de sufrir, algunas veces sin tener claro el por qué.
Sublimar el sufrimiento a través de poner los dones personales al servicio de los demás, suele ser uno de los finales felices en los que se viven los adictos cuando logran derrotar la enfermedad y aspirar a una vida útil y feliz o a encontrar la alegría de vivir, que no siempre está relacionada con los estereotipos sociales que nos han enseñado.
Una vida llena de lujos puede ser sinónimo de una existencia vacía también, mientras que muchas veces la presencia afectiva de la familia y el reconocimiento y amor a los hijos es lo más preciado en la riqueza de los seres humanos, a pesar de las carencias materiales que pudieran tener.
De igual forma, la popularidad, sobre todo en la etapa de la juventud, como ha sido concebida por un mundo consumista y material, no necesariamente está acompañada de felicidad, mientras que aquellos que suelen ser discriminados por razones varias, tienen grandes aptitudes que aportar a los demás y pueden llegar a ser personas triunfadoras y reconocidas. Como dice el refrán popular, cada quien sabe lo que lleva en el morral.
De lo que estoy convencido y he visto por más de dos décadas, es que puede haber verdaderos milagros de transformación en quienes buscaron el camino de las adicciones por alguna razón. La vida siempre ofrece segundas y hasta terceras oportunidades.
Quizás al ver “Cobra Kai” el lector pudiera entenderme. Hasta la próxima semana.