Zaratustra y el sentido de la vida (Primera de de dos partes)

Ciudad de México /

En un pasaje de Así habló Zaratustra de Nietzsche, un moribundo que teme ser arrastrado al infierno recibe un consuelo singular: Zaratustra le dice que nada de eso existe, no hay infierno ni demonio y su alma morirá antes que su cuerpo. El moribundo responde: “Si dices la verdad, no pierdo nada si pierdo la vida. No soy más que un animal al que se le ha enseñado a bailar mediante golpes y parcas recompensas”.

Pero ni Zaratustra ni quien lo lee se siente dispuesto a aceptar que seamos animales domesticados a través de premios y castigos. Para mí el problema no está en ser animal, sino en ser animal domesticado. La domesticación es una humillación para cualquier animal, humano o no. Domesticar es obligar al cuerpo a realizar labores contra natura: que un tigre salte a través de un aro en llamas, que un oso baile al son de una pandereta, que un humano actúe como si su cuerpo no fuera su identidad.

Habría pues que distinguir entre domesticación y educación. La primera no tiene más que un fin: que el animal (humano o no) aprenda un truco o, a lo sumo, aprenda a convivir en sociedad a través de premios y castigos. La educación es diferente: da un sentido unívoco a la estancia del animal en el mundo, respetando el sentido que dicta su cuerpo; no lo fuerza, no lo obliga, lo ayuda a desenvolverse y desarrollarse como lo que es para tener una buena vida y una buena muerte.

Cuando el sentido de la vida es dictado por premios y castigos después de la muerte, surgen morales que debilitan al individuo. Para que el sentido de una vida sea vital, debe venir de la vida misma, no de un más allá externo a esta. Hay un sentido de la tierra al cual, según Nietzsche/Zaratustra, debemos permanecer fieles. Solo así lograremos ser creadores de las normas que gobiernen nuestra existencia.

El sentido de la tierra para un ser humano es la creación del suprahumano, que usualmente se conoce como el “superhombre” (Übermensch). Este es el que logra ser libre de la moral vigente, para crear leyes superiores, que sean tales en la medida en que respetan el cuerpo del individuo y vitalizan su existencia, en lugar de deprimirla, leyes para este ser terrestre que somos y no leyes para seres alados.

La nueva moral del Zaratustra nietzscheano tiene un sello peculiar: carece de pretensiones de absolutos y eternidades. Digamos que, al ser aceptada como una moral creada por el ser humano y no por Dios, la patente de sus principios queda en manos del mismo ser humano y por ello, este puede cambiarla. Las tablas de la ley no están escritas en piedra por un Dios infalible: son creaciones humanas y por lo mismo llevan el sello de su creador: la finitud. Nuestras normas pueden cambiar para dar vida y procurar la vida, ese es el límite nietzscheano, esa es la condición que Zaratustra impone al creador de normas que llama Übermensch.

De modo que, si Dios no existe, no todo está permitido: existe el Übermensch.


  • Paulina Rivero Weber
  • paulinagrw@yahoo.com
  • Es licenciada, maestra y doctora en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus líneas de investigación se centran en temas de Ética y Bioética, en particular en los pensamientos de los griegos antiguos, así como de Spinoza, Nietzsche, Heidegger.
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