F1, futbol. ¿Qué tan frágiles pueden ser los deportistas?

Ciudad de México /

Pues sí, Checo tendría que ser el triunfador del Gran Premio de Ciudad de México de la F1. Porque, miren ustedes, eso espera su público aunque, objetivamente, no haya absolutamente ninguna razón para ello y que todo el tema se reduzca al simbolismo de que un mexicano levante el trofeo en su tierra natal.

En el balompié, jugar en casa, apoyado por la propia afición, es una ventaja tan indiscutible que los equipos que van arriba en la puntuación de un torneo terminan por ser beneficiados, según lo dispuesto por los organismos futbolísticos, al protagonizar la gran final ante sus fieles seguidores, por delante de los que no han alcanzado las mismas calificaciones.

El tema es un tanto curioso, si lo piensas: ¿acaso el factor psicológico viene siendo algo que determina los resultados de todo un grupo de deportistas profesionales? ¿No debieran sobreponerse, esos competidores de alto rendimiento, a los gritos que se escuchan en las gradas del estadio, a los abucheos, a las burlas y a una hostilidad que no pasa de manifestarse exclusivamente en esas tribunas pero que nunca, salvo rarísimas ocasiones, desciende a la cancha?

¿Acaso necesitan, esos machos certificados, de los mimos y arrumacos de sus cariñosos seguidores? ¿La famosa “motivación” es resultado de un apoyo externo –del entusiasmo de los aficionados— y no es solamente algo en lo que trabajó el entrenador, el famoso míster, como le dicen en la Península, o un impulso esencialmente personal que se deriva de un compromiso con uno mismo?

Plantear estas interrogantes es interesante, amables lectores, porque nos conecta –justo en estos tempos de altísimas exigencias y despiadada competitividad— con una parte de lo humano, a saber, la necesidad de reconocimiento y aceptación.

El competidor perfecto sería un robot, ni más ni menos: sin sentimientos, sin dudas, sin la más mínima propensión a distraerse, sin cambios en su estado de ánimo y sin una historia particular detrás, o sea, sin un pasado que le meta ruido.

Y, miren ustedes, quienes más se acercan a ese arquetipo son precisamente los deportistas más exitosos, los que no fallan en el momento preciso y los que son capaces de controlar sus emociones de la mejor manera, por lo menos cuando se encuentran bajo la luz de los reflectores en un torneo o en una justa deportiva internacional.

Esto, a su vez, nos lleva a reflexionar sobre cuáles son las cualidades que se le suponen a un competidor y, sobre todo, qué especiales facultades se espera que posea.

Hay una exigencia enorme ahí, desde luego, y el subproducto de esas expectativas, por llamarlo de alguna manera, representa una avasalladora presión para quien incursiona en el durísimo universo del deporte de élite.

A las hermanas Williams, prodigiosas tenistas, las fue acondicionando el padre desde pequeñas para que se transformaran en unas auténticas estrellas. Sabemos de sus destinos pero, ¿nos hemos acaso detenido a pensar en alguna historia parecida, la de un progenitor dedicado obsesivamente a entrenar a su hijo, robándole inclusive su infancia, y que el desenlace no fuera ni lejanamente parecido, o sea, un devastador fracaso?

Hablábamos del apoyo en las tribunas, algo que Sergio Pérez no podrá registrar con sus sentidos, aislado como estará del mundo exterior en el puesto de conducción de su coche, pero que llevará dentro como una gran responsabilidad, por no hablar de una enorme ilusión personal.

Al mismo tiempo, tocamos el tema de la perfección exigida, de manera cada vez más agobiante, a quienes compiten, y de la paralela respuesta, en las canchas de los estadios, al apoyo de la gente. Habría ahí otro elemento, después de todo: nuestra fragilidad de humanos, en tanto que nos hace falta la cercanía de los otros para sentirnos completos y salir a la conquista del mundo. No siempre, naturalmente. Pero ese componente termina por brotar, en algún momento.

Checo, hoy, no se puede permitir nada de eso. Debe de ser un robot temporal. Al mando, sin embargo, de una máquina que parece no estar funcionando bien a pesar de carecer de sentimientos. Muy duro, el deporte, en la era de la modernidad.

  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
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