¿La oposición es la gran culpable? Ah…

Ciudad de México /

Los políticos que operan, a estas alturas todavía, en los partidos de oposición, no sólo afrontan las destempladas embestidas del oficialismo sino que merecen las condenas de sus propios correligionarios (es un decir, porque no gozan de demasiado prestigio, aunque son las únicas personas que pudieren plantarle cara formalmente a la arrolladora maquinaria del nacionalpopulismo), a saber, los conservadores, los periodistas vendidos, los descarados neoliberales, los académicos privados de antiguos privilegios, los científicos desentendidos de nuestra sabiduría ancestral y, en fin, todos aquellos sujetos que no comulgan con la doctrina que sacraliza al pueblo.

Esta gente (denunciada en permanencia desde la tribuna palaciega, como hemos visto) no sólo ha expresado su profundo descontento con el régimen de doña 4T sino que le endosa, paradójicamente, una muy sustancial responsabilidad en el actual estado de cosas a los partidos de oposición y a los actores políticos que enarbolan la bandera de los antiguos regímenes, a saber, el mentado PRIAN y sus socios de ocasión del PRD.

Y sí, en efecto, estaríamos hablando de la clase política tradicional, en el sentido de que sus emisarios son quienes han estado ahí, ejerciendo las funciones gubernamentales a lo largo de décadas enteras, y que no desembarcaron de Marte sino que son mexicanos de cepa pura, o sea, sujetos con nuestros defectos de siempre y, desde luego, algunas virtudes, así sea que no les sean ni lejanamente reconocidas en estos momentos.

Pero, a ver, preguntémonos, de todas maneras, si estos referidos representantes plenipotenciarios de la oposición han enfrentado condiciones mínimamente normales en la arena pública como para poderles endilgar globalmente las culpas de lo que se nos ha venido encima a los indefensos ciudadanos de este país.

Porque, miren, lo que aconteció el 2 de junio pasado fue el desenlace anunciado de una avasalladora elección de Estado, ni más ni menos, en la que todo el aparato gubernamental operó sin restricciones ni pudor alguno.

La legalidad, la primerísima de las condiciones para que se puedan manifestar plenamente las fuerzas opositoras en un sistema democrático, fue flagrantemente pisoteada y no hubo ni la más remota advertencia, por parte de los organismos que supervisan las reglas del juego, de que los infractores merecieran alguna sanción, por no hablar de que procedieran, ya en los hechos, a aplicar las debidas penalizaciones.

De esto es de lo que estamos hablando, señoras y señores, no de la posible tibieza de una oposición que estuvo, de principio a fin, atada de manos y que no contó con ningún recurso a su alcance para poder enmendarle la plana a un poder tan abusivo como cínico e impune.

Pero, bueno, desquitémonos, los disidentes no partidistas, lanzando denuestos e invectivas a la mermada oposición que opera todavía en los espacios públicos. ¿Nos servirá de algo?


  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
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