La plaga de los “otros datos”

Ciudad de México /

La mentira ha sido desde siempre la herramienta preferida de los autócratas y los opresores. Han sacado, esos déspotas, muy buen provecho de la disposición del pueblo bueno a tragarse toda suerte de patrañas, por lo menos durante la luna de miel y, luego, ya entrados en gastos –o sea, habiendo ya instaurado un modelo de miedo y silenciamiento— de la indefensión absoluta de esos mismos antiguos aplaudidores ante la avasalladora dominación del poder.

Hay también sectores adoctrinados, desde luego, gente que sigue creyendo fanáticamente en los dogmas propalados desde la suprema tribuna de la nación a pesar de que todas las evidencias contradicen la existencia de un mundo feliz. Y justamente por eso la propaganda —al igual que las publicidades que proclaman incesantemente las bondades de un producto en la economía de mercado— no conoce respiro alguno.

Pero —justamente, y más allá de la existencia de esclavos presuntamente felices— a diferencia del consumidor que comprueba de manera directa que un artículo carece de las cualidades pretendidas, el ciudadano despojado de voz y derechos no está ya facultado para cambiar de marca, por así decirlo: no puede elegir un mejor proveedor —de servicios públicos y bienestar, en este caso— porque una banda de usurpadores se ha apropiado del timón de mando y nadie más los puede quitar de allí.

No es nada fortuita la existencia de monopolios estatales en las tiranías socialistas: a los adalides del colectivismo no les gusta nada que haya competencia en los ámbitos de lo público porque la capacidad personal de elegir entre una cosa u otra viene siendo, al final, una forma de libertad y su propósito primordial de ellos es invadir y controlar absolutamente todos los espacios de la vida de los demás.

El gran tema, sin embargo, tendría que ser el estrepitoso choque de la mentira con la realidad de las cosas. Porque, miren ustedes, la pobreza es la pobreza, los anaqueles vacíos están a la vista, la emigración de millones de pobladores es inocultable, en fin, el panorama es tan colosalmente catastrófico que la retórica debería de disolverse en el viento como una demencial quimera.

Lo que ocurre, sin embargo, es que no es sólo la mentira: es la violencia del Estado, el terror y la represión. Los tiranos saben muy bien su negocio.


  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
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