Homero, el gran poeta griego a quien le atribuimos la composición de la Ilíada y la Odisea, se refiere al phóbos como la personificación divina de una acción que se presenta en el campo de batalla en compañía de Deimos (terror) y Eris (discordia, disputa). En la Ilíada, el **phóbos es un nombre que de acción derivado de un verbo griego que significaba “huir”. Pero en la época de los clásicos griegos, el **phóbos se lleva a cabo en el campo de batalla.
El paso del phóbos como huida al phóbos como miedo, quizá tenga que ver con esas manifestaciones derivadas del poder militar y económico de los romanos, quienes instauraron su imperio bajo la maquinaria militar que humillaba a sus oponentes hasta esclavizarlos, venderlos como botín de guerra, o matarlos en el campo de batalla. Si los poetas griegos nos legaron obras clásicas que leemos y releemos, los militares romanos nos dejaron las bases del comercio humano que, aún hoy, nadie ha podido combatir hasta destruirlo. En esa época, lo normal dejó de ser algo positivo y el phóbos comenzó a sentirse como miedo: miedo al poder hegemónico, al poder militar e, incluso, al poder político.
Ya Aristóteles, antes del imperio romano, había referido en diferentes textos el miedo como huida, pero apoderado del temor. Ahí, entre el temor y la huida, el miedo como lo conocemos va pasando en las reflexiones de diferentes autores a lo largo de los siglos.
Así llegamos a Thomas Hobbes. Hobbes relaciona el miedo con el principio de conservación que la autoridad otorga para evitar el caos. El Estado mismo puede generar miedo, pero mantendrá sus disposiciones para evitar la guerra, aún si esas disposiciones son amorales e ilegítimas. En época de paz -algo que se revisa en la recientemente aprobada ley para militarizar la Guardia Nacional-, el miedo es utilizado para la obediencia del hombre al servicio del Estado. Al final, el miedo lograría evitar la guerra, pero justificaría toda acción del Estado fuera incluso de los causes legales.
Hasta la Edad Media, las reflexiones filosóficas rondaban en torno al Estado y su legítima naturaleza, la naturaleza del hombre y el poder absoluto. Muchos siglos después, ya bajo la era moderna y la democracia, el miedo apareció el siglo pasado cuando las elecciones legítimas y democráticas llevaron al poder al partido nazi en Alemania. Elegido por el voto ciudadano, Hitler no tardó más que seis semanas para abrir el primer campo de concentración. Al hacerlo, el miedo regresó al campo, pero no de batalla, sino al corazón mismo de los seres humanos. El nazismo se apoderó de cada institución democrática, destruyó aquellas que no le parecían y se apoderaría de cada rincón de la vida alemana, sin importar las víctimas a su paso.
Algo importantísimo en el régimen nazi para instaurar el miedo fue que los órganos creados como guardias especiales de protección para los líderes del Partido Nazi (los escuadrones de protección, o SS), luego se convirtieron en militares que terminaron cuidando los campos de concentración. Con la legitimidad democrática que llevó a Hitler al poder, la destrucción de las garantías individuales y la persecución de todos los que el régimen considerara enemigos del proyecto de nación, el miedo tuvo su máxima expresión ante el exterminio masivo de miles y miles de seres humanos.
No sé si exista el miedo en un demócrata, pero es cierto sobran razones para sentirlo en este momento histórico en que muchas, muchas cosas van a cambiar en México.