Aislamiento

  • En el banquillo
  • Tedi López Mills

Ciudad de México /

Escribe el filósofo Ludwig Wittgenstein: “¿por qué no me aseguro de que tengo dos pies antes de levantarme de la silla? No hay ningún porqué. Simplemente no lo hago. Así actúo”. Usando esa misma argumentación, puedo contextualizar el cuerpo donde viven Wittgenstein y su conciencia sin que sea necesario asegurarme de que tal contexto es falso o verdadero, con la ventaja adicional de que también puedo cambiarlo cada vez que se me antoje. Por lo pronto, imagino a ese cuerpo pararse de la silla, desplazarse con sus dos pies —no uno, no tres—, acercarse a una ventana, observar cómo un pájaro (gorrión) vuela hacia un árbol (olmo), se coloca en una de las ramas y extiende las alas. La mano del cuerpo se rasca la frente y los ojos miran el reloj en la muñeca del brazo izquierdo y confirman que son las 6:30 de la tarde. Falta aún media hora para la cena que el cuerpo consumirá en menos de veinte minutos, con lo cual seguirá enfrentándose al dilema de que a su tiempo siempre le sobran 10 minutos, o 15 si se atreve a adelantarse; por ejemplo, consumir la cena —un sándwich de jamón y queso— antes del horario preciso. Debe esperar. La ventana se va llenando de sombras. Ya no está el pájaro y no se distinguen las partes del árbol. Se encienden las luces de afuera. Vuelve a comprobar el inquilino de ese cuerpo que el consuelo empieza con el inicio de la noche; quizá se dé permiso de recostarse después de limpiar las migajas y enjuagar el plato.

En el mejor de los casos, el tedio se parece a la tristeza. Wittgenstein afirma que si un león hablara no entenderíamos lo que dice; tampoco entenderíamos a una jirafa o a un elefante, ni a un perro, un gato o una rata, con los que sería más probable toparnos en la calle. Si es cierto que los acertijos filosóficos carecen de importancia para la vida diaria porque son meros problemas de lenguaje, hay que incluir las afirmaciones del propio Wittgenstein dentro de esa categoría: no importan porque eso y lo contrario y luego lo contrario no afectan a la realidad inmediata (otra noción conflictiva). Cuando señala Wittgenstein que es fácil refutar el tema del solipsismo “con el hecho de que la palabra ‘yo’ no ocupa un lugar central en la gramática”, algún “yo” le concedería la razón o polemizaría en su contra. En la discusión participarían personas: ¿a nombre de quién expresarían sus opiniones? ¿A quiénes pertenecerían las voces? ¿Dirían “yo pienso” o “se piensa”?

Sin duda, la identidad no opera del mismo modo en la frase “la rosa es roja”, “cuatro más cuatro son ocho” o “tú eres tú”, pero sí establece definiciones precarias, al menos actos de fe, aunque no equivalencias. La rosa es fría mientras la toco; mis dedos siguen siendo diez. Aún no hallo la fórmula para demostrar que estoy sola. Pongo música y la oigo. Me tomo una foto y me arrincono en la esquina de la imagen. Cuando Wittgenstein sugiere que la filosofía tendría que escribirse como una forma de poesía, creo que no está elogiando a los poetas.

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