Fiestas perrunas y ciudades multiespecie

Monterrey /

Este domingo estamos invitados a una fiesta de cumpleaños. Seguramente asistiremos, aunque no nos entusiasmara o nos apeteciera mucho. Ya saben, a veces tenemos que estar solamente por compromiso, ya sea para saldar la deuda con quienes vinieron antes a nuestra fiesta o para garantizar que vengan a la que organicemos después. Pero como también saben, en las fiestas se tejen y fortalecen los lazos familiares y de amistad, de forma que evento tras evento se consolida la comunidad de la que somos parte, hasta el punto que lo peor que puede suceder es que nos excluyan. Visto de una y otra forma, el motivo de la fiesta es lo de menos; lo importante es reunirnos, relacionarnos, divertirnos, intercambiar regalos, comer y beber, y compartir momentos y lugares.

El domingo festejaremos a Milo, que cumple un año. Antes de él celebramos el aniversario de Chloe, y antes el de Camilo. Y en febrero festejaremos a la Bel, que cumplirá dos años que vive con nosotros (a pesar de que no sabemos exactamente cuándo nació).

Lo que tienen en común el Milo, la Chloe, el Camilo y la Bel es que son integrantes perrunos de familias humanas. O, mejor dicho, de familias multiespecie. Éstas, como indica su nombre, son familias compuestas por integrantes de diferentes especies; en este caso, algunos son humanos (especie Homo sapiens, en términos científicos) y otros, caninos (especie Canis lupus familiaris… que no por nada se le otorgó ese “apellido”).

Aunque el término “multiespecie” suene raro, humanos y perros (y gatos y otros animales y plantas) hemos compartido camino desde hace miles de años, e influyéndonos mutuamente hemos evolucionado en paralelo. Tanto humanos como perros tenemos en común dos características fundamentales. Una, somos especies sociales y, por lo tanto, los respectivos individuos necesitan de otros para sobrevivir. Dos, compartimos que somos de especies ampliamente flexibles, de forma que nos relacionamos y establecemos lazos afectivos de mil y una maneras, independientemente del género, el parentesco, la consanguinidad y, por supuesto, la especie.

Así, de la misma manera que celebramos los cumpleaños humanos de hijos e hijas, padres, madres, abuelos, tías, padrinos, amigos, y un largo etcétera, las familias multiespecie también festejamos el de los integrantes perrunos.

Y ojo, no solo festejamos a cualquier integrante independientemente de su filiación genética, sino que también seguimos para ello el mismo ritual. Así, en las fiestas de cumpleaños perrunas hay invitados, pastel, quequitos, fotos, globos, albercas y juegos. Es decir, hay invitados humanos e invitados caninos; pastel y quequitos para humanos y pastel y quequitos para perros; albercas mixtas y juegos para todos. Y hay quienes organizan y se encargan de elaborarlo todo, y los hay que se sirven de los negocios especializados (pastelerías caninas, salones mixtos y planeadores de fiestas, entre más). Y todo lo que se les ocurra.

Todos los festejados nos hemos conocido en el paseo que cada tarde, de lunes a domingo, realizamos junto a nuestros acompañantes de cuatro patas.

Salir a pasear y, a partir de ahí, conocer a gente y a otros perros es una forma de hacer comunidad. Así, a medida que paseo tras paseo nos cruzamos, nos vamos reconociendo y saludando. Después, llegan las conversaciones, los consejos y recomendaciones de veterinarias y alimentos, los préstamos (sin devolución) de bolsas para recoger los excrementos; más adelante, nos acompañamos y compartimos los trayectos, y nos sumamos en grupos de WhatsApp; y, por último, al menos por el momento, llegan las invitaciones a las fiestas.

Las fiestas las celebramos, como casi no podía ser de otra manera (salvo que el clima lo impida), en el mismo lugar donde nos encontramos durante los paseos: en un área verde lineal con un sendero peatonal flanqueado por dos franjas arboladas. Se trata de un espacio de encuentro y esparcimiento donde confluye y convive mucha gente y muchas especies. Gente que va a caminar, a hacer ejercicio, a tomar aire y a despejarse y, naturalmente, a pasear con el perro. Asimismo, aves y mariposas que anidan, revolotean y se alimentan, y perros callejeros que pasan el día. Claro está que no todo es convivencia pacífica, sino que, como en cualquier espacio social, hay disputas y competencia. Así que no falta quién se queje de los perros y reclame el sendero solo para los humanos, ni nos libramos de los ataques de los zancudos.

Por ser el paseo el lugar de la fiesta es precisamente como supimos de los festejos perrunos. No les engañaré, la primera vez que nos topamos con uno, nos sorprendió y nos llamó enormemente la atención, como a muchos de quienes también habitan y animan este lugar.

Y es que las ciudades –el hábitat humano– no son solamente humanas, de la misma forma que no lo son las familias, los hogares y las comunidades. Habitamos y constituimos ciudades multiespecie (o, como también las han llamado, zoópolis y ecópolis) que posibilitan y albergan las fiestas de cumpleaños perrunas.

Xavier Oliveras González

El Colegio de la Frontera Norte

*Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien escribe. No representa un posicionamiento de El Colegio de la Frontera Norte


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