Elon, Donald y el idilio

Ciudad de México /
¿Qué tiene de raro que un negrero apoye a un racista? Andrew Kelly/Reuters

Conoce uno a la gente por la forma en que trata a sus subalternos. Sobran quienes asumen que gentileza, tolerancia o empatía son signos evidentes de flaqueza, y quienes creen (los mismos, con frecuencia) que solamente haciéndose temer y recelar van a estar a la altura de su papelón. Nadie puede obligarles a la cortesía, ni se interesan en averiguar cómo se mira el mundo desde el sótano de su pedestal. Pueden, si lo desean, abusar sin medida de quienes hallan más pequeños que ellos y no tienen la opción del contraataque. Es decir que sabe uno quiénes son menos por sus dudosos privilegios que por sus elocuentes insuficiencias.

Cierta vez, a principios del 2014, Mary Beth Brown —entonces la persona más cercana a Elon Musk, habituada a chambear no sólo por las noches sino también los fines de semana, con una entrega poco más que religiosa— tuvo la denodada ocurrencia de pedir a su jefe compensaciones salariales equivalentes a las que recibían los altos ejecutivos de la empresa, en atención a sus numerosas, elevadas y delicadas atribuciones. Después de todo, había renunciado a llevar cualquier forma de vida personal por servir a un obseso esclavista cuyas semanas tienen un mínimo de ochenta horas hábiles.

“Las vacaciones matan” es uno de los lemas favoritos del trabajólico sudafricano, si bien por esa vez mudó de parecer, de forma que invitó a su mano derecha a tomarse dos semanas de asueto, durante cuyo transcurso él la reemplazaría en sus funciones, y así sería capaz de aquilatar el valor de sus múltiples responsabilidades. Transcurrido ese tiempo, Musk recibió a la más fiel de sus fieles con la noticia fresca de que había dejado de serle necesaria y a partir de ese instante quedaba despedida.

La lealtad y el respeto son, al menos en teoría, calles de dos sentidos, pero algunos lo ven de otra manera. Repletos de sí mismos o hambrientos de revancha existencial, se sienten cualquier cosa menos comprometidos a la correspondencia. Están acostumbrados a moverse con libertad total entre una multitud de no-personas, frente a las cuales nunca se ven precisados a comportarse como seres humanos. Como el cínico prototípico de Oscar Wilde, suelen estar al tanto del precio de todo y el valor de nada. ¿Qué tiene, pues, de raro que un famoso negrero como Elon Musk brinde todo su apoyo a un racista sociópata como Donald Trump?

No se puede afirmar que alguno de los dos sea rico en escrúpulos. Cierto es que uno ha probado ser competitivo y el otro es conocido por tramposo, pero esos son también dos motivos cumplidos para hablar de una mutua conveniencia, ahí donde los méritos valen tanto como las artimañas y a nadie se le exige pasar por decente. Ya en confianza, razones no les faltan para compartir infinidad de risas canallescas, como hacen los villanos en las caricaturas.

Es seguro que Musk despediría enseguida a un empleado mitómano, mañoso, perezoso y farsante como Trump, pero lo mismo haría el de la piel naranja si se viera opacado o ridiculizado por un subalterno con las capacidades, la funcionalidad y la iniciativa del dueño de Tesla. Atendiendo a la lógica más elemental, cabe creer que ambos se miran con desdén, y muy probablemente se aborrecen, cual corresponde a los obvios antípodas. Están, pues, condenados a la cháchara hueca e inconsecuente —dirían ellos, el small talk— que es común en las nupcias del poder y el dinero. Nadie dijo que los grandes villanos tuvieran que aprender filosofía.

Musk y Trump son la prueba viviente de que la inteligencia no es necesariamente digna de respeto, ni la estupidez tiene los límites estrechos que se le atribuyen. Son, en la realidad, ese par de bribones de historieta —uno sagaz, el otro atolondrado— cuyo propósito es adueñarse del mundo y rehacerlo a su gusto, conveniencia y capricho. ¡Ha, ha, ha!, ¿no es verdad? Menos mal que ya todos los conocemos.


  • Xavier Velasco
  • Narrador, cronista, ensayista y guionista. Realizó estudios de Literatura y de Ciencias Políticas, en la Universidad Iberoamericana. Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián. / Escribe todos los sábados su columna Pronóstico del Clímax.
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