Apenas salgo del aeropuerto de Villahermosa, la capital de Tabasco, y entiendo por qué es la nueva ciudad del miedo. El chofer que me lleva a un hotel en la zona centro sólo sabe explicarme su ciudad como un tour de desgracias:
“Bienvenido, ojalá haya tenido un buen vuelo… ¿Ya conocía por aquí? En ese puente a veces dejan colgados… allá era una casa de seguridad… en esta calle ya van tres balaceras (…) No salga de noche, si no quiere ver fantasmas”.
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Violencia se apodera de Villahermosa
Es la tarde del 25 de enero y han pasado 48 horas desde que el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) publicó su más reciente encuesta sobre seguridad pública: la cuna del poeta Carlos Pellicer es la urbe donde más miedo se respira en todo México con el 95 por ciento de sus 830 mil habitantes sintiéndose inseguros.
Por primera vez, los villahermosinos llegan a esta posición y lo han hecho superando a Uruapan, Fresnillo y Culiacán, la arena de batalla entre Los Chapitos y La Mayiza.
La ansiedad que cubre a la ciudad parece que se concentra en la voz trémula del conductor que apura el acelerador para recoger más pasaje y volver a su casa antes de que anochezca.
La noche de mi visita, Villahermosa se va a dormir con dos crímenes sin resolver, entre muchos otros: el 9 de enero fue asesinado el ex regidor Peralta Jiménez y el 11 fue tiroteado el ex director de la Agencia Estatal de Investigación de Tabasco.
Nadie sabe quién realmente los mató, pero todos saben que ellos dos son los más notables de una racha homicida e impune que en lo que va del año, que incluye a policías, taxistas y albañiles. Nadie se salva en la nueva ciudad del miedo.
No más de 24 horas
Al amanecer debo asistir a una boda. Los foráneos vamos de entrada por salida por recomendación de la familia: sólo debemos permanecer 24 horas para evitar ser extorsionados o secuestrados en nuestras habitaciones por órdenes de halcones que escudriñan a quienes llevan los mejores regalos a los salones de fiestas.
Como dictan las nuevas reglas no escritas de la ciudad, la ceremonia debe ser austera, de día y con prisa. De noche, salen los fantasmas que cargan armas reales como Barrett 50 y AK-47.
“El toque de queda a las 19:00 horas es nuestra nueva realidad. Otras rutinas ya nos cambiaron: ahora hay que circular por la noche con las luces interiores encendidas para que no te confundan con un contrario y manejar con el GPS del celular entre las piernas, nunca en el parabrisas, para que nadie piense que los estás grabando”, me dice el novio, un treintañero que ya suma dos amigos asesinados. “El miedo aquí es vital para sobrevivir”.
La violencia es el resultado de una lucha cruenta por el tráfico de migrantes indocumentados, la venta de cristal, la extorsión presencial y el robo de combustible que viaja por ductos subterráneos. Un cuarteto altamente deseado: personas, drogas, dinero y recursos naturales.
Los peleadores son las escisiones del Cártel del Golfo, los remanentes del Cártel de Sinaloa y, especialmente, dos engendros del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) peleados entre sí: La Gente del Comandante 88 y La Barredora.
Este último grupo –susurran en la boda– es el responsable del pico de violencia de los últimos tres años. Son empistolados que cuentan con apoyo de los políticos locales. Los embozados que contribuyeron el año pasado a que Tabasco alcanzara la inédita cifra de mil 180 homicidios en 12 meses.
La Barredora también es el grupo criminal acusado de perpetrar la primera masacre de este año en todo el país: el 2025 apenas llevaba cinco días cuando un comando asesinó siete personas e hirió a cinco en el bar La Casita Azul en Villahermosa.
Este relato de narcopolítica está confirmado por el actual gobernador morenista, Javier May, quien ha acusado públicamente que La Barredora está liderada por un ex secretario de Seguridad Pública estatal, Hernán Bermúdez Requena o El Comandante H, quien trabajó en 2019 en la administración del ex gobernador Adán Augusto López, hoy coordinador de los senadores de Morena y mano derecha del ex presidente Andrés Manuel López Obrador, acaso el tabasqueño vivo más famoso del momento.
Los dichos del gobernador no han salido de la nada. En 2022, el colectivo de hackers Guacamaya Leaks publicó miles de informes confidenciales de inteligencia militar. Entre esos reportes estaba uno que confirmaba a Hernán Bermúdez como alto mando de La Barredora.
Incluso, consignaba supuestas conversaciones en las que el funcionario garantizaba a los criminales que el entonces gobernador Adán Augusto estaba de su lado.
“La pelea es por ser los consentidos del gobierno: ganar el permiso de hacer lo que quieran con la ciudad y el estado”, lamenta otro invitado a la boda. “Qué lástima que tengas que venir así de rápido. Te hubieras enamorado de Villahermosa hace unos años”.
El homicidio que cambió la ciudad
Aunque no hay una fecha exacta, muchos en la boda coinciden en que el crimen organizado inició la deformación del edén en un infierno durante una noche fácilmente identificada en el calendario tabasqueño: el 23 de octubre de 2008, apenas un año después del inicio de la “guerra contra el narco”.
Ese jueves, un popular locutor de radio conocido como El Padrino Fonseca, o Alejandro Zenón Fonseca Estrada, había pasado la mañana y tarde colgando mantas por la capital tabasqueña como parte de su campaña personal para invitar a su audiencia a denunciar la creciente ola de secuestros.
Llevaba semanas en esa cruzada y se sentía arropado por sus radioescuchas que lo animaban a combatir al crimen organizado.
Cerca de las 21:00 horas, mientras El Padrino Fonseca colgaba una manta en la que se leía “El secuestrador vive hasta que el ciudadano quiere”, se le acercó Ricardo Ortiz, El Pitufo, miembro de Los Zetas, y lo increpó. “¡Quita la lona!”, le gritó el jefe del cártel que entonces dominaba en el estado.
“¡Déjame trabajar!”, dicen que respondió, dignamente, el locutor. El Zeta le disparó a quemarropa con un rifle de asalto AR-15. El Padrino Fonseca murió al instante y el miedo puso sus dedos en las gargantas de los villahermosinos.
¿Cuándo llegó el miedo a Tabasco?
En los años noventa, el Cártel de Sinaloa hizo sus primeras incursiones en el sur del país. Azuzados por la mentalidad conquistadora de El Chapo Guzmán, los sinaloenses quisieron convertir a Chiapas en un nuevo bastión.
Pero la atención que atrajo el levantamiento zapatista complicó esa misión, así que muchos se trasladaron hacia Tabasco y sus campos fértiles de cacao, caña y naranja, pero también a los ejidos de mariguana y a las playas donde las avionetas podían dejar caer paquetes con cocaína que recogían los lancheros del cártel.
La vida relajada en Tabasco ayudó a que los personeros de Guzmán Loera y El Mayo no prestaran atención a una silenciosa invasión: Los Zetas llegaron en 2006 buscando dominar de las fronteras norte y sur; dominaban Tamaulipas y buscaban abrirse paso hasta Chiapas y Tabasco, eliminando a quien se pusiera en su camino.
Los Zetas aplicaron el manual de horror diseñado por su fundador Osiel Cárdenas Guillén: interceptaron a policías a balazos, extorsionaron empresarios, callaron a la prensa y doblaron a los cacicazgos locales. El mismo modelo que aplicaron en Coahuila y Veracruz.
Su dominio pleno duró poco. Para 2011, muchos líderes Zetas ya sufrían la cacería del gobierno federal y de sus rivales, así que comenzó una sangría de desertores. Se hicieron llamar La Barredora y en el nombre llevaban su misión: barrer –aniquilar– a viejos aliados y enemigos para quedarse con el estado.
Para lograrlo, forjaron una alianza estratégica con el CJNG, que por una década generó la ilusión de un estado en calma. Mientras el norte ardía, el sur aparentemente languidecía. Esa 'paz narca' se rompió en 2023, cuando surgieron nuevos liderazgos criminales –como el Comandante 88– que ahora quieren arrebatar los negocios de La Barredora y convertirse en los nuevos jefes criminales con el permiso del gobierno.
La violencia estalló. Los muertos se apilaron. El miedo ya no solo sujeta el cuello de los villahermosinos; ahora asfixia hasta matar.
La boda termina a las 16:00 horas, tiempo suficiente para que todos regresen a casa con luz de día. Las mujeres están ligeramente ebrias; los hombres han guardado las ganas del siguiente trago hasta llegar a su casa.
Todos sienten la obligación de tener afilados sus sentidos, por si en el camino les aparece un retén criminal. Incluso en el auto se puede respirar la tensión. Volvemos al centro de Villahermosa en caravana.
El regreso en grupo me permite escuchar las anécdotas de una ciudad que ya no existe: amigos que comían pescado a la orilla del mar y que ya no lo hace por miedo a que la palabra no sea autorizada por La Barredora y los rafagueen; temor por volver a escalar el Pico de la Pava y que alguien los secuestre en un camino solitario.
Horror por llevar a la familia de excursión al Volcán Chichonal y que sólo regresen los padres, porque a los hijos se los llevaron para servir como carne de cañón del crimen organizado.
“Antes nomás tenías que cuidarte en las colonias peligrosas como Gaviotas, La Manga o Tamulte. Y de todos modos podías entrar con alguien o en la tarde. Eso se terminó. Ahí ya no te metes –hay pura fosa clandestina– y la mitad de Villahermosa ya está así: sabes que puedes entrar, pero no salir”, dice un invitado.
El bar gay Híbrido ya no existe; lo quemaron. El famoso restaurante La Selva también. El antro DBar está cerrado permanentemente tras una masacre en sus instalaciones. La pista también se apagó en Fahrenheit, Harper y Haven. La música en La 25 y Sinatra ya no se escucha en la ciudad.
Mientras avanzamos por la carretera un rumor circula en los chats de Whatsapp de mis colegas periodistas: el cuerpo del comunicador Alejandro Gallegos –reportado como desaparecido un día antes– ha sido hallado con varios disparos de arma de fuego a un costado de la carretera en dirección a Villahermosa.
El segundo periodista asesinado en México en lo que va del 2025, después de Cayetano de Jesús Guerrero en el Estado de México.
El regreso al hotel vuelve a convertirse en un paseo de atrocidades: “¿Ya viste esas cruces? Allá mataron a una familia… en ese restaurante se comía muy rico, lástima que el dueño huyó por tanta extorsión… en esa esquina vive un narco pesado de La Barredora… en ese parque dejaron una cabeza… ahí mataron a un primo de la novia”.
Bajo del auto dispuesto a hacer mis maletas tan rápido como pueda. Agradezco y doy la vuelta para entrar al lobby. La despedida me parte el corazón.
“Ojalá te hayan quedado ganas de regresar, aunque yo sé que no. Así no se puede vivir”.
RM