La mañana del martes del 11 de septiembre de 2001, Nueva York, Estados Unidos, no parecía un día diferente para Alejandro Cruz, quien acudía a su trabajo como gerente de una tienda de discos en Long Island.
Aquel día, la vida de Alejandro, su familia, y de millones de personas cambió en cuestión de segundos cuando dos aviones comerciales secuestrados se impactaron contra las Torres Gemelas del World Trade Center.
Esta historia inició en 1997, cuando Alejandro Cruz Gutiérrez, de 17 años, decidió buscar un futuro e iniciar una vida con su familia en Estados Unidos, por lo que cruzó la frontera de forma ilegal. Logró trabajar en un restaurante bar como lavaplatos, en el ramo de la construcción y en una tienda que daba mantenimiento a pianos en Nueva York.
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Un año después, en 1998 regresó a Tlacotepec de Benito Juárez para casarse con Lorena, bautizar a su hijo y partir juntos a Nueva York, donde tenía todo listo para iniciar un plan de vida. La travesía de cruzar hacia Estados Unidos parecía casi imposible, tuvo que ser hasta el tercer intento y por separado como la nueva familia pudo cumplir su sueño.
El distrito de Queens fue el primer sitio en el que Alejandro y su familia se establecieron para vivir. Tiempo después se mudaron a Brooklyn. En 2001, Alejandro ya era gerente de una tienda de discos compactos en Long Island, hasta la cual se trasladaba en metro y hacía dos horas de viaje. Todos los días tomaba el tren entre las 7:10 y 7:15 de la mañana; el 11 de septiembre salió de su casa hacia su trabajo para atender la tienda de 9 a 19 horas.
Aquel martes, Alejandro iba en los penúltimos vagones del metro leyendo un libro, el metro estaba a la mitad del Brooklyn Bridge cuando de repente escuchó que las personas hacían mucho ruido, pero no prestó atención.
Continúo con su lectura pero fue hasta que una mujer pegó su cara a la ventana que daba hacia la zona de Manhattan y exclamó: “¡Oh, my god!”, por lo que notó que algo ocurría.
“La miré con extrañeza y atrás las personas no dejaban de gritar. Volteo hacia la ventana, veo el segundo avión y cómo arde una de las torres, y dije: ‘¡Guau! Están grabando una película y están haciendo un efecto’. Había helicópteros y se escuchaban muchas ambulancias, pero me sorprendió que el fuego estuviera tan alto. Me di cuenta que no era un efecto. Veo cómo va el otro avión y dije: ‘No, no, no, no’.Y sí, el segundo avión se estrelló contra la segunda torre”
En ese momento, Alejandro tuvo mucho miedo, las otras personas lloraban y el tren se detuvo a la mitad del Brooklyn Bridge por seguridad. Entre los pasajeros, un chico que llevaba una grabadora sintonizó la radio y las noticias confirmaron que se trataba de un atentado.
En medio de la conmoción por la tragedia que ocurría, una de las torres comenzó a colapsar, la escena fue cruda y surreal. Alejandro pensó que no podía ser posible que un evento de esta magnitud ocurriera en Estados Unidos, el cual consideraba uno de los países más poderosos y seguros del mundo.
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Hora y media después el tren comenzó a avanzar y Alejandro pudo llegar a la tienda. De inmediato llamó a su casa para saber cómo estaba su familia, las líneas telefónicas estaban colapsadas, pero logró contactar a una de sus hermanas que estaba en su casa junto con su esposa e hijo, quienes le dijeron que estaban bien, pero tenían miedo.
“Era una psicosis, había muy poca gente en la calle y algunos decían: ‘Es que van a destruir Nueva York’ . Escuchaba esas conversaciones y decía: ‘Maldita la hora en la que me vine a Nueva York, por qué no pensé en otra ciudad’. Mil pensamientos pasaban por mi cabeza, ‘¿Cómo vamos a escapar de aquí? Mañana agarro un vuelo y me voy’”, dijo.
Sin poder regresar al lado de Brooklyn, Alejandro no tuvo más opción que esperar en la tienda; uno de sus compañeros de trabajo le llamó y le dijo que fuera a su casa mientras se restauraba el servicio del metro. Alrededor de las 9:30 de la noche abrieron el paso del puente de Brooklyn, y a las 12 de la noche llegó a su hogar con su familia, pero al día siguiente la vida ya no sería igual.
“El dueño de la tienda me dijo que fuera, aunque llegara. No quería ir pero me fui a trabajar. Tenía ganas de renunciar. No había clientes, todo estaba cerrado”. El miedo continuó por varios días después.
“Una semana después del atentado mi esposa se empieza a sentir mal, fuimos al hospital y le dijeron que estaba embarazada y todo el malestar que tenía era por el estrés. Al día siguiente el doctor nos dijo que lo más conveniente era buscar un lugar para mudarnos, porque esto le iba a afectar al bebé”.
La decisión no era fácil, irse de Nueva York significaba abandonar el plan de vida, lo cual puso a Alejandro en conflicto. El 28 de septiembre la familia regresó a México sin más remedio que salvar la vida de su nuevo bebé; sin embargo, poco más de dos semanas después en una visita al médico ocurrió una desdicha más: ambos perdieron al bebé.
Con el tiempo, la resignación llegó para Alejandro, quien después de 20 años de lo ocurrido regresó a Nueva York a visitar a sus hermanas. Recuerda con nostalgia aquella ciudad que tanto le dio para iniciar su vida junto con su familia.
“En esos momentos te tienes que sobreponer y seguir luchando. La resignación llega cuando entiendo que no puedo quedarme estancado, lamiéndome las heridas. Es una situación que yo no la busqué, pero a mí me tocó vivir como a millones de personas y había que salir adelante”.
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