Atilio Adolfo Malvagni Gilly (Buenos Aires, 1928-Ciudad de México, 2023) se formó como docente y estudió derecho, pero temprano se decantó por el periodismo y la política de izquierda. Gilly militó en la Juventud Socialista, a partir de 1947 en el Movimiento Obrero Revolucionario, uniéndose dos años más adelante a la fracción de la Cuarta Internacional encabezada por Homero Cristalli [Jaime Posadas].
El periodista e historiador se integró en 1960 al secretariado del Buró Latinoamericano de la Cuarta Internacional, que lo comisionó en Guatemala al Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre (MR-13), en el que participaba el ex militar Marco Antonio Yon Sosa de simpatías trotskistas, quien después encabezaría las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR). En 1966 la policía mexicana capturó a Gilly en tránsito hacia el país centroamericano, donde tenía su base el mr-13. En Lecumberri lo internaron en el bloque “N”, con los presos políticos.
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Permaneció en prisión hasta 1972, tiempo que aprovechó para estudiar y escribir, a sugerencia del profesor Nicolás Molina Flores, La revolución interrumpida (1971), interpretación de la Revolución mexicana de acuerdo con el canon de la Historia de la Revolución rusa, de León Trotsky. Joaquín Mortiz declinó publicarlo, mientras que Siglo XXI, no obstante que “‘el libro es bueno‘”, tomó la misma decisión editorial. Finalmente, el manuscrito se publicó “gracias a Rafael Galván, ex dirigente del sindicato de electricistas y admirador de Trotsky… [quien] llamó a la editorial El Caballito y la conminó a publicarlo”. Con cerca de cincuenta reimpresiones, el volumen tuvo una amplia acogida en los ambientes de izquierda y dentro de la educación media y superior pública.
La Revolución mexicana fue para Gilly “una violentísima irrupción de las masas en México” bajo la forma de “una gigantesca guerra campesina por la tierra”, que acabó con el Estado oligárquico porfiriano al destruir su aparato militar en la batalla de Zacatecas (junio de 1914). El periodista e historiador no la caracterizó como “revolución campesina”, denominándola “guerra”. Desde su perspectiva, era indispensable un cerebro proletario que diera expresión clasista, nacional y socialista tanto al programa como a la autorganización anticapitalista desarrollada por el campesinado zapatista. En consecuencia, el proceso revolucionario se resolvió en favor la fracción moderna (industrial) de la burguesía. En rigor, la Revolución mexicana fue, según Gilly, una revolución burguesa incompleta como una revolución “interrumpida”, por no derivar en un curso socialista guiado por la clase obrera a fin de devenir “permanente”.
Octavio Paz leyó “de un tirón” La revolución interrumpida. Si bien reconoció que “su contribución a la historia de México es notable”, el poeta señaló “mi desacuerdo con la idea principal que inspira a su libro: la visión de la historia como un discurso racional cuyo tema es la revolución mundial y cuyo protagonista es el proletariado internacional”. A despecho de su singularidad, el Estado mexicano —pensaba el poeta— compartía con los países atrasados un carácter burocrático, resultado de sus precarios fundamentos económicos. Paz coincidió con Gilly en la recuperación de la tradición cardenista, en resguardar las mayores conquistas revolucionarias (el ejido, las empresas paraestatales y el sindicalismo), además de la convicción de conformar una amplia alianza popular independiente para acotar al Estado autoritario.
En 1976 Gilly se incorporó como profesor de tiempo completo a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Con la mirada puesta en las posibilidades revolucionarias en América Latina, el periodista e historiador inició en 1977 la publicación de la revista Coyoacán, impresa por El Caballito, e intentó reanimar la conceptualización trotskista del socialismo soviético en Sacerdotes y burócratas (1980). De acuerdo con aquélla, la burocracia era una casta que confiscó el poder a la clase trabajadora y eventualmente podría ser derribada mediante una revolución política que estableciera la democracia socialista.
Consistente con su tesis de la “revolución interrumpida”, Gilly fue acaso el primer intelectual socialista que advirtió el potencial disruptivo de la disidencia cardenista e impulsó dentro del trotskismo la confluencia con la Corriente Democrática del PRI. Ello lo motivaría a escribir El cardenismo: una utopía mexicana (1994), que podría leerse como continuación de La revolución interrumpida. El colapso del bloque soviético —sin materializarse la expectativa de la revolución política que abrigaba—, el declive neocardenista y la tribalización del PRD, hicieron que el periodista e historiador se alejara de sus filas y clavara la mirada analítica en la insurrección del EZLN. Esa sería la causa revolucionaria que seguiría hasta el final de su vida, en tanto que el general Felipe Ángeles acapararía su interés profesional. El obradorismo no le despertó la mayor simpatía. Gilly no aspiraba a una Cuarta Transformación, antes bien lo que buscaba era dar un sentido socialista, basado en la experiencia nacional, a la Revolución mexicana.
Carlos Illades
Profesor distinguido de la UAM y miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia. Autor de Vuelta a la izquierda (Océano, 2020).
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