Álvaro Pombo tiene muy presente a México. El premio Cervantes 2024 publicó hace dos décadas Una ventana al norte, ambientada en este país durante la Guerra Cristera, conflicto religioso que le apasionó y que, a su juicio, “marcó a fuego el alma mexicana” desde hace un siglo de su inicio, en agosto de 1926.
Justifica su interés por la historia con citas de José Ortega y Gasset y subraya que nadie debe eludirla.
“Me interesa el fondo histórico de las vidas humanas, la historia de cada hombre”, resume Pombo. “Algo que ninguno debemos rechazar son nuestros compromisos con el mundo en que vivimos”, añade.
A sus 85 años, el narrador, ensayista y poeta, ya con el máximo galardón de las letras en español, retoma la religión en su más reciente novela, El exclaustrado (2024), uno de sus temas icónicos en una vasta obra que se proyectó cuando ganó el primer premio Herralde de Novela en 1983, con El héroe de las mansardas de Mansard (1984), que le otorgó Anagrama, la editorial de su amigo Jorge Herralde, apenas un poco mayor que él (el editor catalán acaba de cumplir 90 primaveras el pasado 20 de marzo).
Pombo (Santander, 1939) conversa en entrevista exclusiva con Laberinto desde su departamento en Madrid, en donde uno se lo puede imaginar como a su personaje, Juan Cabrera, un monje benedictino aficionado a la filosofía de Jean-Paul Sartre, que vive metido entre libros en su piso del barrio de Argüelles después de dejar su convento con un indulto especial de exclaustración, por conflictos de fe.
“Exclaustrado es una palabra de uso corriente en castellano que hablamos aquí. Inclaustrado es metido dentro del claustro y exclaustrado es el que cuelga los hábitos. La expresión más corriente es: ‘Fulano colgó los hábitos’; se dice que se exclaustró, se extrajo a sí mismo del claustro religioso”, explica el miembro de la Real Academia Española desde 2004, siempre austero en sus respuestas, casi un monje.
Pombo ya había hablado de exclaustramiento en otra de sus novelas, justo en Una ventana al norte (2004); aunque, en el caso del religioso vestido de paisano Ubaldo Zamacois, el exclaustramiento fue forzado, por el decreto de suspensión de cultos que emitió Plutarco Elías Calles el 31 de julio de 1926.
A 20 años de distancia de aquel libro, Zamacois, cuya frase más importante en el seminario fue: “Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec”, se antoja como germen de Juan Cabrera, o quizá metáfora del hábito de Álvaro Pombo de nunca dejar de escribir, de nunca colgar ese su hábito.
El autor de Contra natura (Anagrama, 2005), su novela sobre las homosexualidades, dice que el Cervantes no le cambió su vida, aunque es un gran honor, y se define como escritor que sale poco de casa pero está al tanto del mundo, al que le va bien la rutina y lee y se documenta mucho para escribir.
“El Cervantes me ha dado gran alegría y ánimos para seguir, que a veces a uno, a los 85, le da pereza”.
En El exclaustrado, desde el título, uno podría pensar que exclaustrarse significa libertad, pero Juan Cabrera entra a otro claustro. ¿Por qué llevarlo de un encierro a otro?
Ese es el juego del asunto. Este hombre, Juan Cabrera, cree que la libertad consiste en salirse del convento y meterse en su casa a escribir. Y meterse en casa a escribir es inclaustrarse a su vez. Es una dificultad que tiene, y que quizás tienen otros frailes. Mi personaje tiene una dificultad de comunicación fuerte. La frase latina Ecce quam bonum et quam iucundum habitare fratres in unum (¡Qué bueno y qué alegre estar los hermanos en unidad!), de los Salmos, pues no la entiende bien, los hermanos de la fratria le molestan, le cansan, cree que va a estar mejor fuera. Pues no va a estar mejor.
¿Hay algo del Fausto en su novela? Sus cuatro personajes me recuerdan a los personajes principales de la obra de Goethe: Juan Cabrera, su sobrino Jaime, Petri Gillard y Antón Rubial.
Yo no tengo una relación directa con esa obra, con el Fausto, dice usted, aunque la he leído hace mucho tiempo. Yo he leído a Goethe a través de Thomas Mann, más bien. Pero El exclaustrado no tiene una relación directa.
Aunque hay algo de mefistofélico en Antón Rubial, quien tiene un deseo profundo de hacer daño, no es un personaje maligno. ¿Por qué un personaje con tanto rencor?
Es el asunto. Es lo rancio, la ranciedad del rencor. Es lo que hablo ahí. Si uno puede estar realmente abarrotado por el rencor a la persona. Eso es posible, me parece a mí, verosímil.
Vuelve al tema religioso. Lo exploró en Vida de san Francisco de Asís (1996), en Una ventana al norte (2004) o en su ensayo La ficción suprema: Un asalto a la idea de Dios (2022). ¿El exclaustrado es su toma de distancia de la religión o, por el contrario, acercarse más a ella?
Yo estoy donde he estado siempre, en un término medio. Soy católico, soy bautizado; soy católico por el bautismo, pero no soy practicante. No sé eso dónde me deja. Eso nos pasa a todos, no sé si es culpa nuestra o es culpa del sistema.
Juan Cabrera atraviesa una crisis de espiritualidad. ¿La conecta usted con una crisis personal o con una global?
De la crisis que he hablado en toda mi vida es de pasar de la vida cotidiana a la vida de contemplación, o a la vida de estudio o ciertamente a la teología. Me he educado en colegios católicos de jóvenes, en el Colegio de los Padres Escolapios de Santander y el jesuita San José de Valladolid. Entonces, a veces es muy difícil; es decir, uno puede hablar de dios mucho y, sin embargo, no vivir la experiencia realmente. La religiosidad cristiana es complicada.
¿Y por eso recurre a Sartre para explicar la religiosidad?
No es tanto como explicarla. Lo que explico es cómo es un personaje en las circunstancias en las que ha entrado en la religión y después se ha salido, pero sigue considerándose a sí mismo teólogo, por consiguiente, estudioso de dios. Y, sin embargo, dios se le va de las manos, de la cabeza, vamos. Esa es la situación que yo describo en El exclaustrado.
Otro Premio Cervantes, Mario Vargas Llosa, fue muy adepto a Sartre y después se distanció. ¿Por qué usted recurre a él?
Considero a Sartre un maestro total. Don Mario no considera esto, considera que era un poco impostor. Pero, yo sí considero que es un maestro. Para empezar, tengo 85 años ahora. Quiero decir que Sartre formó parte de mi formación universitaria, intelectual. Fui discípulo de José Luis Aranguren. Sartre era el existencialismo, sobre todo el de El ser y la nada y novelas como La náusea. Su obra me pareció una magistral explicación de la absurdez del hombre o de la vida humana, en cierto modo. Considero a Sartre un maestro del absurdo. Es complicado explicarse por teléfono, es cosa rara de explicar, hay textos en El exclaustrado que explican mejor lo que estoy diciendo sobre Sartre.
Regresó con sus novelas a Anagrama con Santander, 1936 (2023), un relato histórico. ¿Cómo logra un escritor ir de la Historia a la ficción, de la Historia al individuo, cambiar de enfoques?
Estoy muy interesando en los fondos, en el fondo histórico de las vidas humanas. “El hombre —decía Ortega y Gasset— no tiene naturaleza, sino historia”. Yo estoy muy interesado en la historia humana. El cambio es cuando el hombre está puesto en sus circunstancias. “Yo soy yo y mis circunstancias”, decía Ortega y Gasset. Nuestra circunstancia, es toda ella histórica. Yo reproduzco eso.
¿Y cuál es la circunstancia histórica y del individuo a partir de lo que pasó después de ese 1936 con el franquismo?
Hablo de las dos posiciones: por un lado, el mundo de la falange, los nacionales; y del otro mundo igualmente legítimo, pero opuesto, que eran los que llamaban rojos, los republicanos. Fue una lucha a muerte, muy trágica, una lucha fratricida que todavía no hemos olvidado. Aunque yo nací en 1939, cuando había acabado.
En el 39 empezó otra guerra mayor. Y también empezó el franquismo.
Yo he estado muy interesado en las guerras civiles mexicanas y he escrito incluso un libro entero sobre los cristeros y su lucha contra los militares y todo eso. Estoy interesado en esos temas. En ese libro (Una ventana al norte) hago un poco el mismo juego, hay personajes reales y ficticios.
¿Y por qué le interesó en particular la Guerra Cristera?
Porque es una cosa llena de interés. Los autores que existen, que vinieron de ahí. El alma mexicana me parece marcada a fuego por esa guerra, por ese enfrentamiento. El alma mexicana estaba llena de esa conversación de los autores que estuvieron ahí. No tengo ahora los datos, pero es importante. No sé por qué se oculta, es un asunto muy importante.
Juan Rulfo fue uno de esos autores, por ejemplo.
Y Jean Meyer, que es el autor al que yo he seguido para escribir mi novela. Es un gran autor. Tengo su obra completa. Han pasado muchos años desde que escribí la novela, ya estoy con otras cosas, pero ahí tiene usted un ejemplo de ficción y de historia.
Y a partir de estas novelas y estas historias sobre la religión, ¿cómo ve el ascenso de la ultraderecha en España y en Europa, en general?
Por lo que se refiere a España, Vox es una especie de deriva del Partido Popular, es una ultraderecha. Hay muchas cosas exageradas ahí. Hay todo el asunto de la inmigración, que es muy complicado de resolver en todas partes. Aquí tenemos que convivir las diferentes versiones de las cosas. Vamos a ver qué pasa.
Su personaje, Juan Cabrera, se aísla dentro de su exclaustramiento en su piso. ¿Cómo le repercute el mundo al que él está rechazando entonces?
Le repercute mal, porque está rechazando una cosa que no debe rechazar, que no debemos rechazar ninguno, que son nuestros compromisos con el mundo en que vivimos. No debemos rechazar nuestros compromisos con el mundo. Hay una crítica fuerte de esta especie de ascetismo de Cabrera, que consiste en no enterarse de nada, no hablar de ello; no hablas de nada, si no mezclas hablar del mundo. Es un hecho que no hay teología sin mundología, o no debería haberla porque es estéril.
Sus personajes femeninos son fascinantes: Matilda Turpin, Isabel de la Hoz de Una ventana al norte y ahora su Petri Gillard en El exclaustrado. ¿Cómo encuentra y perfila a sus mujeres?
Petri es un personaje que inventé a partir de los relatos de un sitio, una coctelería de Madrid. Yo cuento lo que me cuentan, yo salgo muy poco. Petri es una invención que se ha dado, que llamé Petri, una joven despistada, inteligente y perdida. El Machupicchu (de donde la saca Antón Rubial para casarse con ella y luego usarla contra Cabrera) es una discoteca en Madrid, ahí están (las jóvenes) esperando en filas que les hagan caso. Es una prostitución, se puede hablar así.
Dice que sale muy poco. Ahora que ganó el Cervantes ¿cómo le ha cambiado la vida?
Me ha cambiado la vida muy poco, porque ahora mismo vivo encerrado en casa. Quiero decir, lo que pasa es que me ha venido bien el honor que me han hecho, por supuesto, es un gran honor; y también el dinero, que me hacía falta. No me ha cambiado la vida, hago lo mismo que estaba haciendo todo el tiempo. Me ha dado una gran alegría y ánimos para seguir, que a veces a uno, a los 85, le da pereza.
¿Cómo ha sido su relación con la literatura y escritores mexicanos?
A Sergio Pitol yo lo traté bastante hace muchos años. Era algunos años mayor que yo. Hombre, yo he leído mucho a su premio Nobel, a Octavio Paz, un gran poeta. Pero también he leído muchísimo la literatura cristera y de esa época, de principios del siglo XX. La verdad es que más bien yo leo mucho para escribir, me documento mucho.
¿Cómo es un día cualquiera de Álvaro Pombo?
Muy aburrido. Me levanto temprano, preparo lo que voy a escribir, lo escribo a mano y luego, a media tarde, viene un amigo y me toma el dictado del texto que he hecho por la mañana. Hombre, yo hago una vida muy monótona, muy rutinaria. A mí me viene bien la rutina. Hay algunos escritores que les viene bien el cambio y la variedad; a mí me viene bien la monotonía.
Me sorprende que diga que es aburrido su día; sus novelas para nada lo son y dan tanto placer.
Hombre, bueno, rutinaria y aburrida no, pero es una vida monótona. Hay que echar culo para escribir novelas.
AQ