La arquitectura del pensamiento: Brenda Ríos cartografía el ensayo contemporáneo

Entrevista

La UNAM publica el cuarto volumen de esta serie que ha puesto el foco en la producción contemporánea de este género que sigue abriendo caminos a la reflexión del presente, el pasado y el porvenir.

Brenda Ríos es la antologadora de 'El ensayo Núm.4'. (Especial)
Ángel Soto
Ciudad de México /

A menudo, la realidad encuentra formas insospechadas de transformarse en material literario. Cuando a la escritora Brenda Ríos sus vecinos la acusaron de haber derribado un muro de carga —ese elemento indispensable para soportar la verticalidad de una edificación—, se preguntó qué es exactamente aquello que distingue a un muro esencial de otro que no lo es. Resuelto el malentendido doméstico, la anécdota devino una metáfora sobre la arquitectura invisible del género ensayístico: ciertos textos funcionan como paredes sólidas que sostienen ideas complejas, mientras otros ofrecen miradas ligeras y abiertas al paisaje y a lo habitual.

Con este pensamiento, Ríos articuló la cuarta entrega de la antología El ensayo, publicada por la UNAM. La compiladora —quien participó como autora en el primer volumen de esta serie iniciada en 2019— seleccionó textos que, a su criterio, expresan múltiples facetas del ensayo contemporáneo. “La posición del compilador requiere una visión amplia, un ejercicio constante de selección crítica y reflexiva que no se limita a la creación propia”, comenta en entrevista.

El libro está organizado precisamente a la manera de la metáfora arquitectónica: “Muros de carga”, para los textos de carácter disertativo y cargados de investigación; “Balcones”, para aquellos ensayos que se asoman, como quien mira por la ventana, a reflexiones varias sobre la cotidianidad; y “Escaleras”, con textos vinculados a la nostalgia y a imaginar el pasado. Esta estructura funciona también como un reflejo del estado actual del género, repleto de hibridaciones y voces provocadoras que invitan al diálogo perenne.

En la antología conviven figuras de holgada trayectoria como Cristina Rivera Garza (1964) y Álvaro Enrigue (1969), junto a voces más jóvenes como Violeta Orozco (1989), Anuar Jalife Jacobo (1984) y Elisa de Gortari (1988). Además, hay cinco autores sudamericanos que le confieren al volumen un cariz internacional. La diversidad generacional y geográfica, explica Ríos, no fue del todo planeada, pero enriqueció notablemente el volumen.

La autora de Raras remarca la flexibilidad del género. Destaca, por ejemplo, textos como el de Yael Weiss, una crónica sobre la migración en Tijuana, que cruza con naturalidad las fronteras del periodismo hacia el territorio reflexivo del ensayo. “Cuando un cronista pausa para reflexionar sobre lo que describe, la crónica comienza a convertirse en ensayo”, explica.

Esta reflexión sobre las fronteras genéricas surge a propósito de las diferencias culturales en torno al ensayo. Ríos señala que mientras en el mundo anglosajón la no-ficción permite cierta flexibilidad natural, en el ámbito hispano prevalecen preocupaciones taxonómicas que limitan el potencial creativo y receptivo del ensayo. “Se ha generado una idea equivocada alrededor del ensayo, como si solo ciertas mentes privilegiadas pudieran abordarlo o disfrutarlo. Es necesario desmantelar esa idea”, sostiene.

En la búsqueda por trascender etiquetas rígidas, Ríos reivindica lo ordinario como un territorio fértil para la reflexión ensayística. Los comportamientos aparentemente triviales y las cuestiones culturales más complejas son susceptibles de convertirse en material para el ensayo. La escritora enfatiza que lo esencial es la mirada crítica, curiosa e imaginativa con que el autor se aproxima a su objeto de ensayo.

Ríos señala también la importancia de los apoyos institucionales. “El ensayo requiere paciencia, exige tiempo para pensar, y eso necesariamente implica apoyo financiero. Sin becas o iniciativas culturales que permitan esta reflexión pausada, el género corre el riesgo de diluirse en textos apresurados y superficiales”, concluye.

ÁSS

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