El recuerdo más feliz de un lector es el de algún libro que lo hizo despertar a las palabras, a las situaciones y a los seres que dan forma a la literatura. La gran paradoja de la lectura es la de sentir emociones verdaderas por personajes de ficción. La primera vez que esa experiencia nos sobrecoge puede ser inolvidable. Entre mis recuerdos tengo una predilección. El ruiseñor y la rosa, de Oscar Wilde, es un relato que cuenta con frases sencillas la historia de un sacrificio. En el inicio de la historia, conocemos a un joven enamorado cuya amada le ha dicho que bailaría con él si le trae una rosa roja. El ruiseñor se entera del predicamento del joven. Romántica esencial, el ave identifica al joven enamorado como un alma gemela. Decide ayudarlo a conseguir la rosa. Cuando se encuentra con un jardín donde solo hay rosas blancas, uno de los rosales le dice que solo clavándose la espina, podrá teñir de rojo los pétalos de la flor.
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Wilde nos conduce al punto en el que se encuentran el amor identificado como un sacrificio. Su idea de la muerte como un sustento del amor parece definir la historia, una situación con la que juega en su obra teatral Salomé. Y sin embargo, esa escena en la que el ruiseñor une su pecho a la espina y canta una melodía vibrante, “a la pasión naciente en el seno de un joven y una doncella” mientras “un delicado rubor iba cubriendo los pétalos de la rosa, igual al rubor que sube a la cara del novio cuando besa los labios de su desposada”, sigue resonando convertida en una imagen para muchos lectores. El cuento se publicó en mayo de 1884, cuando Wilde tenía treinta y tres años. La publicación coincidió con su boda con Constance Lloyd. Por otro lado, la idea del sacrificio como una prueba del amor es un asunto esencial del catolicismo, una religión que siempre exploró y a la se convirtió en su lecho de muerte. Uno piensa que el escritor irlandés era un sentimental perdido que luego se cubrió de cinismo para poder sobrevivir en medio de una sociedad hostil comandada por el brutal Marqués de Queensberry. El ruiseñor se entrega a la espina que va a colorear de rojo la rosa durante toda la noche. Poco antes de morir, lanza una última melodía que hace que la luna vague por los cielos y se olvide de la aurora. La rosa roja se estremece de éxtasis, abriendo sus pétalos a la mañana. Los pastores se despiertan y el sonido del ave flota entre los cañaverales, llega al río y se integra al mar.
El argumento del relato de Wilde viene de las tradiciones europeas. Su duración se debe a la forma de lenguaje que le dio. Contar una historia muy dramática con un lenguaje sencillo es una de las pruebas más difíciles para un escritor. El desenlace del relato ya es irónico y anticipa el tono de sus últimas obras. Pero Wilde sabía acerca del ideal y también que ese ideal es con frecuencia impracticable en un mundo banal. Todo resumido en un ave que muere por la felicidad de otro y de otros que somos sus lectores.
AQ