En 1984, en Dallas, Ivan Illich dio una sorprendente conferencia (disponible en archive.org, en dos partes), que se transformó en su estupendo libro El H2O y las aguas del olvido (está en el T. II de sus Obras Reunidas por el FCE). Asistió como invitado a una serie de debates acerca de un proyecto: frente al desecamiento inminente, ¿deberíamos anegar el centro de Dallas y convertirlo en un lago? Illich hizo mucho más que dar una opinión: señaló que la modernidad acrecentó la separación entre naturaleza y vida humana.
De hecho, es el contacto, el paso de algo natural a través del cuerpo humano donde se da una transformación irreversible. Para vivir necesitamos meter cosas al cuerpo constantemente: aire, agua, alimentos. Pero en el cuerpo humano, la transformación es vergonzante: lo que sale produce repulsión, asco; sale convertido en excremento, peste, contaminación. Pero lo transformado por el trabajo humano, al contrario, se vuelve dominio de lo consagrado (templum) o de la técnica. La acción humana consiste en arrebatarle seres a la naturaleza.
El agua es algo que nuestro cuerpo modifica esencialmente. Un lago o un río, con sus aves y peces, puede beberse; sin embargo, si se contamina ante nuestra vista con la excrescencia humana, se vuelve, al menos temporalmente, impuro, intocable... como si los animales no hicieran lo mismo. Pero de ellos viene una idea salutífera y, del cuerpo humano, la contaría.
Desde antes de Hesíodo era claro que el animal humano no puede ser natural. No sobreviviría. Requiere la complicidad y el permiso de los dioses y de la tecnología: se cultiva un área que deja de existir de modo agreste y bajo ciertos ritos (la función delimitante de la cultura, el ámbito negociado con Deméter).
La gran tecnología de los desechos es casi toda dependiente del agua. Una forma de olvido tan eficaz que se olvidó de que, antes de la creación, “el espíritu de Dios se cernía sobre las aguas”, o de la misma Mnemosyne y del Leteo, el río del olvido que, dice Illich, se lleva nuestros recuerdos para devolvérnoslos en forma de poesía.
Las aguas de las cosmovisiones son eternas, cíclicas, dan vida y muerte, recuerdos y olvido. Pero la modernidad considera al agua un mero recurso, un compuesto: H2O. Y los objetos sin vida simbólica, sin imaginación, simplemente se usan y se desechan. Son desaparición cultural y empírica: que ni la conversación, ni los sentidos se enteren de lo que hizo el cuerpo.
Pero el objetivo de la vida es morar, hallar el lugar de estancia y no solamente habitar. Sin posibilidad de morar, en medio del puro tráfago, no hay vida sino apenas una supervivencia precaria. Para tener una morada se requiere un equilibrio no natural sino técnico, sagrado y, en ambos casos, negociado con el agua.
Las grandes ciudades han empobrecido la vida de las mayorías y en casi todo el mundo urbano el elemento primordial es justamente el motivo de la precariedad y el signo de la carencia. Pero el agua no puede solamente ser ese técnico H2O, “ni el líquido medido y distribuido por las autoridades. El agua que buscamos es el fluido que empapa los espacios del adentro y el afuera de la imaginación”.
Por supuesto, no es la intervención de un lírico extraviado. También aporta una lectura analítica de los datos pero, como es Illich, resulta a la vez evidente y rarísima: el 42 por ciento de toda el agua que llega a una ciudad se utiliza para disolver excrementos... Veamos: la Ciudad de México pierde otro 40 por ciento en fugas por falta de mantenimiento, hundimiento de suelos, etc. El agua restante se usa una vez y deslavar el asco cuesta, dijimos, 42 por ciento. De modo que sólo queda disponible algo así como el 25 por ciento de toda el agua que llega a la ciudad. Y casi toda llega desde el Poniente (Cutzamala y Lerma). Al Oriente llegan unas esporádicas gotas. A resultas de las elecciones, el mapa de una ciudad escindida ha sido motivo de chistes de toda laya... pero coincide con el mapa de acceso al agua.
Parece un poco idiota esto de ser una árida ciudad lacustre. ¿Por qué no tomar en serio, pero entre ciudadanos, el proyecto de varios especialistas, iniciado y capitaneado por Alberto Kalach? En principio, sería una perfecta respuesta a la preocupante división política entre habitantes privilegiados, al Poniente, y marginados, del Oriente.
No nos vamos a hacer inocentes: la carencia de agua es una estrategia de extorsión política. Y la única salida no es cambiar de gobernantes sino cambiar el juego.
AQ