El plan: todas las mujeres de Grecia unidas para acabar con la violencia y la guerra entre Esparta y Atenas. Confiscan todos los dineros y los bienes que pudieran intercambiarse y los meten al templo de Atenea, en la Acrópolis. Sin dinero ni comercio, la guerra se vuelve imposible; pero esa no es la parte más eficaz del plan: la genialidad de Lisístrata consiste en convencer a las mujeres de que, hasta que no firmen la paz, ningún hombre ha de hallar a alguna dispuesta a tener relaciones sexuales… Y por supuesto, la guerra se acaba.
El nombre de Lisístrata está compuesto de dos palabras: “lúô”, desatar, y “stratós”, ejército: “la que deshace el ejército”, y Aristófanes presentó su comedia en 414 a. C., cuando la guerra del Peloponeso llevaba ya casi 20 años.
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Por más que la obra es genial y necesaria, tiene un problema básico: no se deja traducir. Es que “los saberes” en las comedias dependen casi siempre de otros recursos: o son falsos, o la revelación se da en sentidos divergentes, atados al uso de las palabras específicas. Dobles o múltiples sentidos, picardías, fintas y equívocos, dependen de la palabra en sí. Intraducibles. Los chistes, las bromas, las burlas, la imitación de acentos y formas del habla, casi nunca logran pasar la doble frontera del espacio y del tiempo. Aristófanes supo escribir de tal modo los parlamentos de cada personaje, que logra auténticas caricaturas del habla de sus contemporáneos, imposibles de reproducir en formas contemporáneas. Las comedias, y en particular las antiguas, apelan solamente a lectores de buena voluntad que logren, al mismo tiempo, entender una trama y reconstruir imaginariamente los gatillos de la risa. Porque la risa desarma, irrumpe, rompe, trabuca y purga; es una irrupción desde el cuerpo, anterior a la capacidad de juicio, y la comedia pacifica.
La trama de Lisístrata es pacifista pero está llena de agresividad verbal; el desarrollo y los versos son feroces, pero desde la sonrisa pícara hasta la brutal carcajada de la vulgaridad, sabemos que Aristófanes influyó en favor de la paz.
Pese a que las dificultades son incontables e insuperables, la obra es magnífica y se ha vuelto nuestra contemporánea de un modo peculiar: Aristófanes se mofa y desarma un orden antiguo del mundo: los hombres gobiernan, pero las mujeres, que gobiernan a los hombres, subvierten la estructura de la guerra y, sustrayéndose de la ciudad, del erotismo y del comercio, transforman a los orgullosos y prepotentes guerreros en seres lastimeros, pero sensatos. Hacia el final, Lisístrata llama a Dialagé (“cambio de enemistad a amistad”, “Concordia”) y la instruye a que traiga a los hombres, “si no de la mano, del palo”, a firmar la paz. Los pobres sujetos, a la vez itifálicos e impotentes, no pueden sino acatar las instrucciones de las mujeres.
A lo largo de la historia, el público consideraba que la situación en que Aristófanes coloca a los hombres era un exceso y una mera comicidad. Hoy suponemos que aquel tópico de la comedia es mucho más descriptivo que satírico. No importa si es bueno, malo, real o ficticio. Importa mucho, en cambio, que un problema del que no sabemos dar cuenta provoque risa, perplejidad, extrañeza, y no solo rabia, venganzas, odios.
La violencia y su organización, la guerra, ha sido el eje más persistente de la historia humana. Pero, ojalá, Émile Benveniste haya tenido razón: somos la primera generación sobre el mundo que considera la paz como el tiempo estable y no como un periodo “entre guerras”, donde la sociedad dedica su organización a la preparación de la violencia. Para forzar la paz, la estratagema de Lisístrata se da aparejada de la exhibición de falos, no como orgullo y prepotencia sino como punto débil, risible, ridículo. Los hombres prefieren renunciar a su objetivo vital —la guerra y el prestigio viril— que a su deseo.
En una sociedad que acepta la guerra y la violencia como motores principales, hace perfecto sentido que las Sabinas defiendan a sus secuestradores y violadores. En el mundo de los guerreros, las mujeres son objetos. En una sociedad política, que concibe la paz como tiempo estable y la violencia como fracaso y quebradura, Lisístrata es la opción de la inteligencia: no se trata de incrementar poder de ninguna de las partes sino de domesticarlo, volverlo impotente, ponerlo fuera de las relaciones entre personas. En el poder y la violencia no existe el equilibrio: hay dominación, victoria y derrota. Pero la paz es la ausencia de poder.
ÁSS