“Lord Byron reinventó la mirada sobre la literatura”

Entrevista

Lorenzo Luengo, editor y traductor de los ‘Diarios’, habla de la enorme actualidad del poeta romántico y de la mala fortuna que lo persiguió desde la cuna hasta la sepultura.

Lord Byron, 1788-1824. (Especial)
Carlos Rubio Rosell
Madrid /

Celebrar el bicentenario luctuoso de Lord Byron (Londres, 22 de enero de 1788-Mesolongi, 19 de abril de 1824), quien marcó un modo inédito de vivir la literatura, tiene que ser un acto de restitución. La vocación literaria del autor de obras tan emblemáticas como Don Juan, El Giaour, Prometeo, Cielo y tierra o La edad de bronce, fue, como señala Lorenzo Luengo, traductor y editor del volumen que reúne sus Diarios, “accidental”, una vocación secundaria respecto a otras, ya que quiso ser, antes que nada, militar y hombre de acción. De no ser por su cojera, con toda seguridad lo hubiera sido y no podríamos gozar del magnífico legado que dejó en su tiempo y para la posteridad.

Luengo dice que, aunque nació en una familia de aristócratas, Byron obtuvo de manera indirecta su baronía a los diez años, con lo cual muchas de las asperezas que vivió de niño y aquello que lo hizo no dar rienda suelta a su verdadera vocación, cristalizaron en una personalidad prometeica que cambió la manera de ver al escritor, ya no como un hombre sedentario sino como un hombre para quien el instinto de libertad era parte fundamental de su vida, algo que heredarían los simbolistas y los beatniks.

Es justamente en los Diarios, como expone Luengo en entrevista con Laberinto, donde se refleja esa ansia de Byron por la acción, sobre todo en su primer diario, que escribe a los 24-25 años, mientras está en Londres. Cuando todo el mundo celebra su fama, Byron comienza a sentirse desencantado y aburrido con todos aquellos que le llaman para ser “el león de las fiestas”. “En esa época”, relata el traductor, “busca volver a Oriente, a esa vida de viajes y energía desatada que fueron los dos años y medio en que descubrió zonas en el Mediterráneo y donde quizá se sintió más feliz en toda su vida. Y más tarde, sobre todo en el diario de Rávena, se ve su necesidad de estar en constante movimiento y en constante acción, pero tiene la mala suerte de que los elementos confluyan en su contra. La acción no tiene lugar y el clima se vuelve despiadado, lo que hace que las necesidades de los carbonarios, con los que estaba unido, se vean frustradas. Ese diario es el de la frustración. Más tarde viene el diario de Grecia, en el que básicamente sucede lo mismo. Todo se desenvuelve en conversaciones con los turcos buscando la manera de empezar la batalla, pero ocurre que le piden dinero por todas partes y empieza a gastarse todo en advenedizos. Al final, su desesperación cristaliza en otro diario que se suma a los anteriores como un gesto desesperado.

¿Hay en esas líneas vitales que ha trazado una marca especial en la escritura que distinga estos Diarios?

Sí. El primero de todos es el sentido del humor. A Byron se le ha identificado desde hace mucho tiempo, quizá por la mala prensa que tuvo hasta su muerte y, más tarde, por la falta de rehabilitación que hubo de la persona y del personaje, de una manera equivocada como un hombre sombrío, algo de lo que se quejaba diciendo que no era un tipo cariacontecido, sin ningún sentido del humor, que aparecía en las mesas de la sociedad inglesa. Decía que le gustaba disfrutar de la vida. Si bien era depresivo, tenía momentos en los que la pasión por vivir era tan grande que huía de ese tenebrismo que había salpicado su persona. En eso el propio Byron influyó, ya que escribió sobre personajes que era muy difícil separar de su propia persona. Todo lo que rodea a Conrad o Manfred, por ejemplo, hombres que están perseguidos por la desgracia y el fatalismo, marcados por algo que hace que sus vidas estén dominadas por el deseo de autodestrucción y por la destrucción de quienes les rodean, al final hizo que persona y personaje fueran indisolublemente unidos para quienes le conocían y también para la crítica posterior. Como nunca hubo una crítica que rehabilitase a un Byron fundamentalmente escritor, nos ha quedado una imagen que no proyecta lo que sí hacen sus diarios y sus cartas: un hombre con sentido del humor, con un gran deseo de vivir, con una facultad enorme para disfrutar de las pequeñas cosas y con estados o raptos depresivos que, sin llegar a ser demasiado profundos, muestran a un hombre cambiante.

¿Podríamos pensar entonces que dos siglos después es necesario reivindicar su figura?

Por un lado, es una figura máxima del romanticismo inglés, pero también es una de las grandes figuras de la poesía, que influyó en Auden y en Eliot, ambos grandes poetas que estaban lejos de la sensibilidad de Byron y aun así fueron capaces de reconocer su profundidad. Byron no necesitaría reivindicación en un mundo que se basara en los prejuicios. El único problema que podríamos tener respecto a Byron es que el prejuicio que tenemos en relación a su figura es el mismo que hubo en el siglo XIX y a principios del XX, y reside en que sea confundido con esa personalidad oscura que tiñe su literatura y que de algún modo nos hace pensar que ya sabemos lo que fue, lo que hizo y escribió.

Una vez que nos adentramos en Byron nos damos cuenta de que sus rasgos de escritura son muy variables, aunque siempre tiene la misma intensidad, ya sea utilizando el humor o el drama como parte consustancial de la obra. En Byron hay libros que conviene separar para entenderlo como autor. Por un lado, están los libros que no dejan de ser románticos y cristalizan en Childe Harold, que de alguna forma proyecta una luz de un color tenebrista hacia lo que se llaman los Cuentos orientales, poemas que escribía de una sentada con el único propósito de entretenerse, sus poemas más famosos, que tienen intensidad y un enorme color. Ese destacado contraste de tonos y colores es una huella fundamental del romanticismo.

Después tuvo la influencia de Shelley, luego de conocerse en Ginebra, y vuelve a retomar el Childe Harold dentro de una corriente metafísica que es lo más antitético para Byron, pero posee una intensidad especial porque es una metafísica muy personal. Él ha conocido la desgracia, el dolor, el rechazo de la gente de su círculo social, y digamos que la profundidad de su sentimiento le hace entenderlo todo desde una perspectiva que podía ser casi la de Wordsworth, aunque es más la de Shelley pasado por Wordsworth, con un matiz puramente byroniano. Así tenemos una metafísica que pasa desde el Child Harold de la tercera y la cuarta parte al Manfred y al Caín, obras teñidas por un pensamiento muy byroniano. Luego están los poemas de la última época, los más humorísticos, donde aparece el Byron que quizás habría representado el camino que hubiera seguido si no hubiera muerto demasiado joven, aunque el camino que iba a seguir era escribir sus mejores obras en italiano. Cuando descubres que Byron iba a dedicarse a escribir en italiano, te fascina aún más porque nos hace pensar qué hubiera conseguido hacer. Ahí están poemas como Don Juan, poemas mayores de un sentido del humor enorme, con una gran aptitud para la narración, una de las mayores virtudes de Byron, su capacidad de narrar, y están en un estilo que fue muy vilipendiado en su época, porque era un estilo regular —la octava rima italiana—. Ahí juega con todo: la sonoridad, los colores, muy rechazado en su época por considerarse un estilo anti-inglés. Todo eso confluyó para que en el siglo XIX, en la época victoriana, junto con la forma de vida que había llevado, Byron se convirtiera en el sello de un réprobo, y por tanto su literatura no fuera atendida con interés.

Donde más se ha atendido a Byron es quizás en las universidades y escuelas americanas, aunque también en Inglaterra, a menor nivel, y por lo menos más desprejuiciadamente, lo que ha permitido una parte de su rehabilitación. No obstante, es cierto que ha perdido el carácter novedoso y original porque se ve desde el punto de vista de los prejuicios y las influencias. De Byron creemos saberlo todo por un retrato en el que aparece vestido de corsario, que en realidad es el uniforme albano, y por los seguidores que de alguna forma se han visto influidos por su figura, desde Rimbaud y Verlaine hasta los poetas viajeros que escriben al fragor de la aventura. Como además está a 200 años de nosotros, parece que también tenemos menos interés en conocerlo, cuando su literatura es riquísima en narración y en fuerza vital y profundidad de pensamiento. Al mismo tiempo, aquello más desconocido de él, las cartas y los diarios, es lo que deberíamos leer más en estos momentos. Se trata de una obra enormemente moderna, lo más actual en el sentido lato del término, pues cualquiera, ahora como hace 200 años y dentro de otros 200, puede sentirse identificado y encontrar esa parte de humanidad que necesitamos para entender que los autores, cuando son brillantes y geniales, nunca mueren.

Y desde luego no hay que olvidar su obra en prosa.

Sí, por supuesto. En breve publicaré las Obras completas de Byron, editadas por el sello sevillano Renacimiento, donde también se trasluce la libertad de Byron y donde se encuentra su mayor actualidad intemporal: la de un hombre en perpetuo estado de pensamiento.

¿Esto quiere decir que estamos trazando, 200 años después de su muerte, un retrato mucho más nítido de quién era Lord Byron?

Absolutamente, el triángulo perfecto para entenderlo y empezar a considerarlo sin que sea eclipsado por otros autores y por orden de los prejuicios. Quizá sea necesaria una revisitación de la personalidad, del hombre y del personaje, para saber distinguirlo de otros y valorarle por lo que fue: un escritor de los mejores que ha tenido la lengua inglesa, tanto en prosa como en verso, con unas metáforas y unas imágenes que salen solas, y una notable capacidad de contar, un hombre que destacó por su gran talento, su genialidad y el poder para trasladar todo eso a la vida. Byron reinventó la mirada sobre la literatura al incorporar en ella una vida y no una vida sin más, sino una vida en completa ebullición y estado de pasión.

Lorenzo Luengo: "Byron siempre confesó que no había sido un hombre con suerte". (Especial)

¿Cuáles son los grandes hitos en la vida de Byron?

Si dejamos atrás la infancia, al niño que tuvo que heredar tarde su baronía por una serie de rocambolescos rebotes, y nos enfrentamos al joven que escribe, podemos pensar que el primero es el momento en el que entiende la literatura como una guerra contra todos, el momento en el que inocentemente publica un libro llamado Horas de ocio, descuartizado por la crítica de la época. Fue un libro que hizo al hilo de otro que se titula Fugitive Pieces, del que quedó solo un ejemplar gracias a que el párroco amigo de Byron que le dijo que era un libro insensato porque hablaba de sus amores y sus romances le pidió quemarlo por ser una aberración, por ir contra los principios divinos. Byron cogió obedientemente todos los ejemplares que había en casa de sus amigos, y solo quedó uno, el del párroco que le había dicho que los quemase. Dejando esto atrás, su guerra abierta contra todos empieza con un poema titulado Bardos ingleses y críticos escoceses. Una vez escrito y publicado y ya ganada cierta fama en Inglaterra, se marcha a hacer el periplo oriental y durante dos años y medio vaga por Portugal, España, Malta, Grecia, Turquía y Albania. En esos lugares estuvo tomando el color local que luego permitió llegar a los poemas narrativos de los Cuentos orientales, esa explosión que influyó tantísimo en los poetas de su tiempo, y que incluso abarca a José Zorrilla y a Victor Hugo. No olvidemos que ese libro influye en los simbolistas por su color, su sonoridad y su juego con la versificación. Ese es otro gran hito. Más tarde, la fama de Byron en Londres y el enamoramiento que presuntamente sufrió por su hermana, lo cual conllevó la existencia de una hija, Medora, y que supuestamente lo obligó a marcharse de Inglaterra como un apestado en una época en la que vivía el esplendor de la fama. En todo caso, Byron solo reconoció una relación, con Susan Boyle, una actriz, y en cierto modo todo esto es parte de su leyenda: el enamoramiento de su hermana, el incesto, las amantes que pasaban por su cama cuando él estaba casado con Anabella Noel. Pruebas claras no existen, si bien hay pruebas circunstanciales que apuntan a que todo fue así, aunque Byron rechazó todas esas historias, las cuales vivieron en el imaginario colectivo gracias al empeño de Harriet Beecher Stowe, autora de La cabaña del tío Tom, quien se hizo muy amiga de Anabella ya en su vejez, cuando se dedicaba a la filantropía. Y como tenemos versiones de un lado y otro, toda esta leyenda forma parte de los hitos en la vida de Byron.

Después tenemos su exilio y su trato con Shelley, su amistad legendaria, que lo fue al comienzo y dejó de serlo cuando nació la niña Alegra y comenzaron las tensiones entre todos ellos. Aunque Byron fue siempre un amigo leal, no se puede decir que ellos lo fueron de igual forma e intensidad. Finalmente, está la guerra por la independencia de los griegos y la marcha desde Venecia y Pisa rumbo a la lucha. Esos son los hitos fundamentales, donde la épica de la guerra no existió porque Byron sufrió lo indecible para poner orden entre las diferentes facciones griegas y su vida no duró lo suficiente como para conseguir la unión, que posiblemente hubiera servido para conseguir la independencia griega y restaurado su posición en Inglaterra, al tiempo que nos hubiera permitido conocer sus memorias, que fueron incineradas. Lo que sí parece cierto, si seguimos la investigación de uno de sus mejores biógrafos, André Mauriac, es que Byron hubiera sido quizá rey de Grecia, así que estamos ante la posibilidad de una leyenda que hubiera sido el ápice final de su vida, y a quien habría que imaginar enamorado de la historia, los dioses y los mitos griegos, que fue lo que le hizo querer la independencia griega, aunque tenía más amistad con los turcos. Hubiera sido la nota final sobre la que hubiera reverberado todo el romanticismo. Ya solo imaginarlo es sensacional.

Portada de los 'Diarios' de Lord Byron. (Galaxia Gutenberg)

Sin embargo, su final le da un cariz trágico a la vida de Byron. ¿No cree?

Sobre todo, cuando se sabe por qué murió. El problema es que Byron siempre confesó que no había sido un hombre con suerte. Y es cierto. Todo aquello que él quería, reconocía que nunca lo conseguía. Y aquellas cosas que nunca había deseado, como ser escritor y tener éxito, le llegaron solas sin hacer mucho por conseguirlo. Es cierto que ese final pudo crear una mayor leyenda alrededor del personaje, porque a todos los efectos, y a no ser que leas sus cartas y diarios, nos damos cuenta de que la campaña griega fue una desgracia. Si no los lees, consideras que Byron fue un hombre que, sumado al cuadro de Thomas Phillips, era el corsario de su cuento, que luchó y murió en combate, algo que no fue cierto. Había llegado a Grecia con ese intento de reproducir la mística de Napoleón y ordenó que le hiciesen un casco especial, como un Apolo, lo que hizo que los griegos se partieran de risa. Ahí empezó la tragicomedia de Byron. No lo tomaron en serio y solo querían sacarle dinero. Su muerte se debió, según la más plausible de las muchas teorías que existen, a la fiebre de las marismas, atendida de forma errónea. Así que, al verlo sufrir una terrible agonía, vemos que Byron siempre tuvo razón. La mala suerte le acompañó, sus deseos nunca se cumplieron y esos deseos sin cumplir le llevaron a la muerte, todo lo cual nos muestra a un Byron desvalido en un drama que se convierte en tragicomedia, un rasgo más de su vida: la de un hombre con sentido del humor que involuntariamente le acompañó hasta el lecho de muerte.

Finalmente, sabemos que está preparando un volumen sobre su obra en prosa. ¿Qué puede adelantarnos?

En las obras en prosa es donde más cerca estaremos del verdadero Byron, pues hay textos en primera persona que recuerdan el tono que tenía cuando escribió sus memorias, y además contienen fragmentos y pasajes que muy probablemente extrajo de ellas. Así que es ese Byron al que deberíamos conocer pues desde que lo leemos se convierte en un amigo para toda la vida. Su voz nos habla de manera tan cercana e íntima que nos hace olvidarnos de los pesares y cuando tenemos alguna razón para sentirnos mal nos consuela más incluso que su propia poesía, pues no tiene ese toque dramático del poema romántico, y posee, en cambio, una cercanía gracias a que al hablarnos de sus propios pesares hace que casi olvidemos los nuestros. Eso lo encontramos en algunos pasajes de los Diarios, también y mucho en las obras en prosa, y continuamente en las cartas más introspectivas y de las que es necesario hacer una gran recopilación para que el lector tenga esa voz cerca de sí.

AQ

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