Ni dulce ni honroso

Bichos y parientes | Nuestros columnistas

El pacifismo, antes sinónimo de cobardía, renació en la primera mitad del siglo XX como respuesta digna y sensata ante la barbarie.

El poeta Wilfred Owen, quien murió una semana antes del fin de la Gran Guerra, reprobó la frase latina. (Especial)
Julio Hubard
Ciudad de México /

El antibelicismo comenzó como sátira, cuando Arquíloco ridiculiza la máxima espartana acerca del escudo: “perdí mi escudo y algún sayo andará presumiéndolo. ¡Que le aproveche! Pero yo me salvé. Y ya conseguiré otro escudo”.

De aquellos espartanos que las leyendas hicieron admirables queda solamente lo recogido por los atenienses y, luego, los romanos. Plutarco —que escribe en griego— recoge la educación espartana en unos Apotegmas lacónicos, que suelen traducirse como Máximas de las mujeres espartanas. Cosa notable, la ferocidad, la valentía que se esperan de un guerrero espartano no venían solamente de la contigüidad soldadesca sino por herencia y educación maternas. Es la madre del guerrero quien le entrega su famoso escudo, al tiempo que, lacónicamente, le indica: “Con éste, o sobre éste”.

De Plutarco obtuvo Shakespeare su Coriolano. En el primer acto, dialogan Volumnia, la madre de Coriolano, y su esposa Virgilia. Recibieron la noticia de que Coriolano vuelve victorioso de la batalla. Virgilia hace votos para verlo sin heridas, pero Volumnia la regaña: “¡los pechos de Hécuba amamantando a Héctor no fueron nunca tan hermosos como la frente de Héctor escupiéndole sangre a la espada griega!”

Muchos feminismos actuales tienden a creer que la guerra y la violencia homicida pertenecen exclusivamente al otro sexo opuesto, el que llega desde el étimo vir (viril, virtud, triunvirato) con todas las discrepancias etimológicas entre Roque Barcia y Joan Corominas, que María Moliner zanjó juntándolos: “varón” viene de “barón”, pero con la influencia del latín vir.

Pero la historia no sólo está poblada por mujeres combatientes (amazonas, valquirias, Boudica, las sorprendentes guerrilleras kurdas) sino por madres, educadoras y esposas de guerreros. La I Guerra vio surgir el gran cambio cultural de un pacifismo no reductible, ni comparable a la cobardía. Un pacifismo que ya no era la huida de quien abandona la batalla y, al tiempo, la valentía, la solidaridad, la responsabilidad con uno mismo y con los demás: la traición. “Un bel morir tutta una vita onora”, en el verso de Petrarca, repetido por muchos, y satirizado por Lope de Vega: “un bel fuggir tutta una vita scampa” —la actitud risible de preferir la cobardía, vivo, que la valentía, muerto.

El pacifismo que surge de los combatientes ingleses de la I Guerra no es una renuncia ni al honor, ni a la valentía, sino una afirmación de la razón y la vida ante el infierno de la estupidez y el sinsentido. Desde ellos, y como señaló Émile Benveniste, la paz se concibe como el tiempo estable, ya no como un mero periodo de entreguerras. Ni más ni menos.

Y podemos hallar la fuente del fuego en una oda de Horacio (3, 2, 13), cuya repetición y glosas resultaron decisivos, tanto para los británicos como para los alemanes: dulce et decorum est pro patria mori.

De 1914 a 1916, la poeta más famosa de la lengua inglesa era Jessie Pope. Se publicaron 4 libros suyos en esos dos años, y sus poemas aparecían en diarios y revistas: El llamado, Poemas de Guerra; Más poemas de guerra y Rimas sencillas para tiempos agitados. El verso de Horacio en todos ellos. Pope participó y animó, junto con las sufragistas, la costumbre de entregar una “pluma blanca” como señalamiento de cobardía, a todos los varones que no se alistaran para combatir. (Hay una película: The Four Feathers, de 2002). Muchas jóvenes británicas juraron no casarse con alguien que no hubiera combatido: sólo era digno de amor el sobreviviente. Wilfred Owen dio fin a esa pendencia con uno de los grandes poemas del siglo XX: llamó “esa vieja mentira” al verso de Horacio.

Del otro lado de la guerra también contaban con sus propios clásicos. En 1916, el joven que aún respondía al nombre de Egugen Brecht escribe, para la clase de latín, una composición sobre el verso horaciano. Dijo cosas inauditas: que ese verso no era más que propaganda y que los soldados antes debieran huir con sus escudos que perder la vida. Eugene fue expulsado del colegio, después readmitido. Regresó llamándose Bertolt. (Stephen Parker, Bertolt Brecht, A Literary Life).

Quedaron, pues, dos hijos renegados de Horacio: los de lengua inglesa, que inventaron el pacifismo racional y valiente, y esa otra veta, la de Bertolt Brecht. Quizá la derrota misma clausuró para él y sus pares el camino británico y dejó a ese vástago baldado en manos de una izquierda (gloso a Calasso) “fastidiosamente convencida de defender lo justo”.

AQ

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.