‘Una decisión equivocada’: Verónica Ortiz da voz a sobreviviente de la barbarie estalinista

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La autora cumple una promesa a su familia y relata lo que vivió tras la Segunda Guerra Mundial, con la esperanza de que esos horrores no se repitan ni se olviden.

Portada de 'Una decisión equivocada', la nueva novela de Verónica Ortíz. (Cortesía: L.D. Books)
Guadalupe Alonso Coratella
Ciudad de México /

Una promesa, la de contar una historia familiar, anima a Verónica Ortíz a escribir Una decisión equivocada (L.D. Books, 2020), su más reciente novela. La trama de este relato da inicio en el Valle del Yaqui, en Sonora, lugar donde se asienta la familia Lawrenz Tirado. El padre, Hans, de origen alemán, un hombre recio y trabajador, enfrenta problemas económicos. El deseo de procurar una buena educación a sus hijos lo lleva a la decisión de enviar a Anita, Martha e Irene, de 12, 10 y 8 años, a un pueblo en Alemania donde estarán al cuidado de sus tías. Es 1938, el preludio de la Segunda Guerra Mundial. De aquí parte una historia apasionante que ronda, desde la infancia, a la escritora y periodista. “Mis familiares contaban esto una y otra vez”, recuerda, “pero siempre quedito, que no oigan los niños. Los personajes son mi mamá, mi hermana y mi tía mayor, la tía Anita, protagonista de la historia. De adolescente pensé que me gustaría contarla. Anita quiso hacerlo, pero entendió que podría causar problemas a la familia. Para mí fue un compromiso enorme cuando le dije: ‘Yo la voy a contar por ti’”.

El relato va y viene de Sonora a Alemania y el nudo se sitúa al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando los rusos llegan a Berlín y Anita es capturada en calidad de espía. A partir de ahí, pasará de una cárcel a otra y será recluida en el campo de concentración de Sachsenhausen para terminar exiliada en Siberia. “Es una parte de la historia que no está contada, es la historia de los vencidos, no de los vencedores. Cuando entran los rusos a Alemania vienen con todo el horror que han vivido del nazismo y cometen cantidad de barbaridades”.

La posibilidad de narrar esta historia obligó a la periodista a desentrañar ciertas interrogantes que surgieron durante el proceso de la escritura. “Voy a ese campo de concentración y la historia no existe porque cuando entran los rusos mantienen las cárceles y los campos de concentración de los nazis igual de violentos, sin hornos crematorios, pero con hambre, tortura, muertes. Investigar lo que pasaba ahí fue muy difícil, tuve que entrar de manera personal, fue algo muy fuerte”.

La novela de Verónica Ortíz nos recuerda a otros sobrevivientes, en este caso del holocausto, como Primo Levi, Elie Weisel o Jorge Semprún, que narraron el horror vivido en campos de concentración, y la importancia de la memoria como vehículo para detener la barbarie. “Tenemos una responsabilidad con nuestra historia”, dice la autora, “la responsabilidad de escribirla. Las palabra es poderosa, si contamos, si no olvidamos, estamos haciendo justicia, regresándole la voz a quienes no la tuvieron. Por ejemplo, toda la familia pensó que mi tía Anita estaba muerta. Muchísimos años después, supieron, a través de una amiga, que estaba viva y es cuando empiezan a buscarla”.

En el libro se revela la fortaleza de las mujeres en situaciones extremas. Anita no se deja vencer, su entereza le permite sortear momentos brutales durante los doce años que sufrió maltratos, hambre, tortura. “En las guerras, por desgracia el botín son las mujeres. Hay información impresionante. Cuando viene la invasión de polacos y rusos hay más de dos millones de violaciones, muchas de ellas tumultuarias. Mi familia las sufrió. Es el caso de Anita —y de muchos otros que fueron enviados a Siberia—, porque el castigo crece cuando no encuentran manera de matarla, de acabar con ella. Anita, hasta el final, sostuvo que era inocente de la acusación que le hacían. Mantuvo esa voz fuerte que se repetía una y otra vez y que le permitió salvarse: ‘Soy Anita Lawrenz, nacida en Álamos Sonora, y soy inocente’”.

Asimismo, destaca el papel de la diplomacia mexicana para la liberación de Anita, narrado en uno de los capítulos finales, quizá el más conmovedor de la novela, cuando Anita escapa de Siberia gracias a un pasaporte enviado por el embajador mexicano en Moscú, Alfonso de Rosenzweig. Uno se pregunta qué otros testimonios habría sobre mexicanos en circunstancias similares. “Algunas personas se han comunicado conmigo”, comenta Verónica, “diciendo que a un familiar le pasó lo mismo que a Anita. Son, además, del Valle del Yaqui, alemanes casados con sonorenses que tuvieron hijos y vivieron esta situación. Espero que esta novela haga hablar a mucha gente”.

Fueron once años los que la autora trabajó en la escritura de Una decisión equivocada. Como familiar, no sólo escuchó fragmentos de la historia desde la niñez, también compartió la vida de las tres protagonistas y fue testigo del destino que las marcó por siempre, de su proceso de expiación. “Me parece que a partir de lo que te sucede, porque todos tenemos historias terribles, si no trabajamos para superarlas, si no cambiamos ese destino, podemos quedarnos ahí. Yo entro a la historia, sobre todo, de mi madre que es a la que más conozco. Me hubiera gustado que fuera una mujer más feliz, como lo fue Anita, que regresó diez años después que sus hermanas, que estuvo en campos de concentración, en cárceles, en Siberia, en condiciones terribles. Por otra parte, siento que estoy cumpliendo la promesa que le hice a Anita, dándole voz no sólo a estas tres mujeres sino a otras personas incluidas en el relato. También es una forma de regresar y exponer lo que no se ha contado, la voz de los vencidos, de las vencidas, de ellas también está hecha esta historia”.

AQ

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