La propuesta que Jorge Fernández Granados hace en su libro Lo innumerable (Era, México, 2018), constituye una inmersión del lenguaje en los remotos escondrijos de la memoria. Imágenes, palabras, alientos e ideas se repiten y encuentran, produciendo un movimiento interior semejante a la vibración concéntrica que genera una piedra al caer sobre un estanque. La metáfora no es gratuita, se trata de un conjunto de secuencias poéticas que proponen una exploración en el sedimento de las experiencias genésicas del universo poemático del autor, es decir, el libro sugiere y rastrea el origen de lo que denominamos “sensibilidad poética”: del asombro al azoro, del estremecimiento a la duda, el lector se abisma en “el tiempo esférico de un sueño: un lugar pesado de cosas en silencio”. Se trata de un libro generoso que provoca “una sensación maravillada” al sondear sus profundidades luminosas y sombrías, en donde se descubren los ecos, las resonancias y los vislumbres de una plenitud enunciativa que nos hace sentir con extrañeza esa forma de la verdad que solo es perceptible para la poesía: “escribo en el tiempo lo que el tiempo escribe en mí”.
Las distintas estaciones que integran el recorrido por Lo innumerable se sirven de la memoria como pretexto para la ensoñación: instantes resguardados que a la luz del recuerdo develan sus enigmas, por ejemplo: una inusual nevada en 1967 le revela al niño “el idioma original de todas las cosas”, sembrando con su blanca presencia la inasible plenitud del ser que se transforma, mediante el poema, en nostalgia, fe, certidumbre, anhelo por nombrar la epifanía; o bien, la temprana experiencia de un ahogamiento en el río le provoca “esa sensación de estar súbitamente fuera o muy adentro para siempre de uno mismo”. Instantes vertidos en las palabras que buscan asir “lo innumerable”.
La prosodia, la dicción y la cadencia que Jorge Fernández Granados le impone a su escritura permiten que el verso y la prosa convivan y dialoguen de manera efectiva, intensificando el tono onírico del discurso. La partición y diferenciación tipográfica de los segmentos insertados como estrofas, así como la interlocución que quiebra por momentos el soliloquio, le aportan a Lo innumerable una estructura variable que disemina los efectos poéticos en un movimiento lírico o “temple poético” que abarca la exterioridad e interioridad del poema, logrando un acertado equilibrio entre lo que se dice y lo que se calla, la intención y el enunciado, la palabra y sus silencios.
Diez años transcurrieron entre la publicación de Principio de incertidumbre y Lo innumerable, diez años de disciplinada resistencia, de arduo esfuerzo personal, de dirigir la atención hacia esa zona donde lo esencial pone a prueba al artista. Diez años de relectura de sí mismo para ahondar en su visión poética. La madurez creativa que Jorge Fernández Granados alcanzó hace mucho tiempo en sus libros anteriores se atreve a ir más allá de lo aprendido: “aprender es desaprenderse”. Y sin embargo, descubro con deleitado interés que Lo innumerable integra y condensa el aprendizaje que cada uno de aquellos títulos le ha conferido a su sabiduría poética: hay momentos en Lo innumerable donde reverbera la luz de Resurrección, Los hábitos de la ceniza, El cristal... Seamus Heaney recuerda en su ensayo “La sensación de pertenencia a un lugar” cómo Yeats entendió desde muy joven la necesidad de situar la obra de arte dentro “de la jerarquía de esos recuerdos que constituyen nuestros modelos y nuestros faros”, y en qué medida tales signos acompañan al poeta definiendo su manera de entender la poesía y de encarar la vida. Lo innumerable de Jorge Fernández Granados ofrece un acercamiento vital a esos recuerdos constitutivos.