Por: Mariana Ramírez Herrera
Ilustración: Estelí Meza, cortesía de Nexos
En Zacatecas, dos actividades económicas conviven en un mismo espacio geográfico: la minería y la agricultura. La primera pone en riesgo la segunda. Lo que ocurre es que los desechos tóxicos de la minería afectan a la agricultura mediante la movilización de los metales pesados a través de los vientos, las corrientes marinas, el flujo de los ríos, etc., así como los procesos físicos, químicos y biológicos mediados por la biota.1 Dado que los contaminantes como los metales pesados pueden ser consumidos y digestados por los primeros eslabones de las cadenas tróficas, es decir, mediante el proceso natural de alimentación de los ecosistemas, es posible que sus efectos nocivos se multipliquen o biomagnifiquen. Basta decir que existe evidencia concluyente que señala que las plantas en su proceso de crecimiento se alimentan del suelo y sus propiedades, siendo capaces de absorber no sólo los nutrientes presentes en la tierra sino también elementos tóxicos como los metales pesados. Los efectos sobre la población dependerán de qué tan biodisponibles —qué tanto puedan ser absorbidos mediante su ingesta— y bioaccesibles —en qué cantidad estén disponibles para su absorción— estén en los cultivos.