Ese término ya no existe y quien lo escucha no lo entiende porque ha dejado de tener sentido.
Antes uno sabía de muchas cosas; de geografía, y no porque en la escuela te obligaban a memorizar países y sus capitales, sino porque leías en libros de aventuras y viajes sitios maravillosos que solo podías conocer a través de esas páginas. También aprendíamos sobre ciencia con todos los libros y programas de televisión de los grandes divulgadores científicos, como Carl Sagan, Jacob Bronowski, Isaac Asimov, David Attenborough y Loren Eiseley, entre otros. Luego escuchábamos música culta en aquellos programas de radio que dedicaban una o dos horas al día a tales obras, y así aquello era un estímulo para ir a los conciertos. Del teatro, igual. Y en cuanto al cine, repasamos la historias de este arte desde sus inicios hasta un poco antes de que lo digital cobrara fuerza. Y en el tema de la literatura, teníamos algunas opciones: la escuela te enseñaba sobre los clásicos, en casa teníamos libros y los leíamos o nos enterábamos de grandes obras a través de revistas y una en particular, el Selecciones del Reader’s Digest tenía una sección titulada “Libro condensado” y era básicamente una síntesis de algún libro de interés. Lo curioso es que hoy, teniendo una computadora portátil que cabe en el bolsillo del pantalón, tenemos acceso a casi toda la literatura, cine, teatro, pintura y otras manifestaciones artísticas y técnicas, pero preferimos ver a idiotas bailando en TikTok o haciendo trucos para subnormales.
Y eso ocurre porque han cambiado las prioridades. Hoy lo importante es darle importancia a lo superfluo, a lo fugaz, a lo que no deja absolutamente nada más que una reacción breve e inconsecuente. Más patético aún es el uso que se le da a esta novísima función de inteligencia artificial, pues no solo los estudiantes la utilizan para crear tareas, sino un montón de editorialistas se valen de ella para generar textos que antes debían sacar de sus enclenques y polvorientos intelectos.
El punto es que nos hemos alejado del conocimiento y la cultura clásica. Y no es queja, es neta observación. Lo que digo es que debemos reformular nuestra manera de abordar el problema. Usted no puede llegar con un niño o un adolescente y decirles que deben leer tal o cual cosa o que cierta música es buena y lo que escuchan puede ser pernicioso. Así no funciona esto. La letra no entra con sangre, no ahora. La base de este planteamiento son las emociones, que nunca fallan. Si logramos despertar emociones fuertes en las personas, podríamos crear impresiones duraderas. Lo que intento decir es que hay que buscar la manera de transmitir nuestras emociones más intensas cuando recordamos haber leído al Quijote; a Solaris de Stanislaw Lem; a Cien años de soledad de García Márquez o El cantar de Mío Cid. Hay tanto, lo sé, pero no es la cantidad, sino la manera de crear interés por estas obras. Y aquí debemos luchar con las tendencias de la mercadotecnia, de las estúpidas modas, la literatura chafa y patito, y de la creciente falta de interés por temas relevantes, porque la inmediatez de nuestra atención ya no permite entrar en estados de contemplación, mucho menos de reflexión o de atención paciente y prolongada sobre un tema, el que sea. Y ese, creo, es el más grande obstáculo. Mire, el profesor George Steiner dice lo siguiente, atención:
“En cualquier forma artística bien lograda, ya se trate de un poema, una sonata o un cuadro, el pasado se torna presencia real, pero sin renunciar o perder historicidad. Se diría que el poema, el cuadro, la sonata, trazan un último círculo alrededor de sí mismos, creando así un círculo de inviolada autonomía. Defino un clásico como aquel alrededor del cual este espacio es perennemente fructífero. El cuadro que vemos de pronto en un muro o en una galería, la melodía que se apodera de nuestro cuerpo y de nuestra memoria, el poema, la novela o la obra de teatro que nos tienden una emboscada, el encuentro, la colisión entre conciencia y forma significante, entre percepción y estética es una de las experiencias más poderosas. Puede transmutarnos”.
Y olvídese de la cultura general; la cultura está distorsionada, dispersa y desarticulada y lo único que sobrevive de ese término es la confusión, apatía e ignorancia general.