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Ficción

Monterrey /

Hace unos días me llegó esta carta a mi correo electrónico:

“Con el perdón de usted y abusando de su tiempo y confianza, me presento: me llamo Armando y escribo estas líneas desde una silla de ruedas. Hace unos meses tuve un fuerte accidente y terminé incapacitado. Estuve varias semanas en cama y con muy poco movimiento, y los médicos no apostaban por mi recuperación total. A raíz de no tener seguro médico, he invertido todos mis ahorros y ya mi cuenta de banco reporta un mínimo, además de las deudas que ya se han acumulado al grado de comenzar a recibir llamadas y mensajes de abogados y burós de crédito.

“Tengo un hijo con síndrome de Down que depende de mí casi totalmente –soy viudo– y solo ha sido con la desinteresada y honesta ayuda de algunos familiares y amigos que he logrado, a medias, mantener las cosas a flote. Pero el tiempo se acaba. Estoy a unas pocas semanas de agotar todos mis recursos y ya no me es posible recurrir a la bondad y misericordia de aquellos que ya me han extendido su mano. Por esa razón acudo a usted como última posibilidad, para que su noble corazón irradie un gesto de empatía a este pobre y desesperado inválido que tanta ayuda necesita”.

Pasa entonces a dar las gracias y a dejar los datos de su cuenta de banco.

Otro caso es el de estas personas que piden limosna en los cruceros. Son expertos en ello. Intuyen quién les va a dar y quién no. Tienen bien estudiados su vestimenta e histrión. Al final de la semana reportan buenas ganancias. A muchos los hemos sorprendido recuperándose de manera milagrosa e instantánea de sus malatías y deformidades.

Hay quienes se molestan por ello. Se sienten engañados, manipulados. Lo entiendo. En el primer caso, lo que tenemos es una especie de literatura. En el segundo, actuación. Yo lo veo así. El inválido viudo de la carta envía este texto (con modificaciones y desde varias cuentas de correo) a muchísimas personas. Depende de la reacción de los lectores y, al igual que el actor callejero, de generar lástima y culpa que los lleven a dar dinero. También es un tema estadístico, pues saben bien cuántas personas van a dar –y cuánto– por unidad de tiempo.

A mí no me molesta. Pienso que es una especie de trabajo, de oficio y que uno debe saber ejecutarlo de manera eficiente. Se le puede tratar de estafa, pero no del todo, pues a diferencia de quienes te quitan dinero prometiendo un retorno de inversión, aquí no hay semejante devolución: es psicológico. Te piden dinero bajo el argumento de estar necesitados y tu reaccionas de manera desinteresada. El estafador engaña prometiendo algo a cambio, eso es un tipo de robo.

Los dos casos aquí expuestos pecan de chantaje y manipulación. Por eso los ubico dentro de un contexto literario y de actuación. El tipo de la calle es el actor principal de una obra en escena escrita y puesta por él mismo y, si lo vemos así, cobra por su trabajo. Y el de las cartas lastimosas, pues es como vender una novela o un cuento. Mismo argumento.

Aquí cabría preguntarnos qué clase de estafadores o delincuentes son los políticos y los predicadores. Arman campañas masivas donde prometen cosas que, o no se pueden cumplir o que no se van a llevar a cabo.

Venden encendidas ideas, bonitos y prometedores discursos y emotivas promesas de vidas extracorpóreas o mejores vidas en este mundo. En ambos casos casi nunca ocurre lo que venden. Entonces, ¿son ellos actores, charlatanes, gente ingenua que realmente se cree lo que vende o simples delincuentes?

Yo creo que un poco de todo lo anterior (excepto la ingenuidad). Pero los políticos, a diferencia del seudotullido de la avenida o el escritor lisiado del correo electrónico, no necesitan pedir dinero bajo ninguna agenda o pretexto: lo usan y canalizan como quieren porque tienen el poder legal para hacerlo. Ahí la enorme diferencia. Un robo institucionalizado, de cierta manera permitido y tan metido en nuestra cultura que ya es casi imposible evitarlo.

Por mi cuenta seguiré dándole dinero al actor de la calle (siempre y cuando entregue un buen show). Al del correo electrónico no, porque no es tan buen escritor y no termina de convencerme.


  • Adrián Herrera
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