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Trump: ¿apuesta fallida?

Ciudad de México /

La base social de Donald Trump está compuesta mayoritariamente de personas afectadas por la desindustrialización de Estados Unidos. La razón primordial por la que ellos y sus familias lo apoyan es que les prometió devolverles los empleos que les “robaron” las fábricas estadounidenses instaladas en regiones de mano de obra barata. No puede entenderse la absurda guerra arancelaria que ha desatado sin entender esto y sin tener en cuenta el prejuicio contra el libre comercio que tenía como empresario, hace más de 30 años, sustentado en la falsa premisa de que el déficit comercial frente a otras naciones es intrínsecamente desventajoso.

En el fondo, sin embargo, la apuesta de Trump es más política que económica. Aplica aranceles para incentivar la instalación de plantas en su territorio, sí, pero también para doblar a sus contrapartes y sacar ventaja en las negociaciones. Ambas cosas estimulan su ego y le parecen electoralmente rentables. Lo que no advierte, porque como buen populista desprecia el conocimiento y el expertise, es que si mantiene su ofensiva se va a topar con el dilema al que aludí en este espacio el lunes pasado: los perjuicios en términos de carestía serán inmediatos, y serán seguidos por una recesión, mientras que los beneficios en nuevos empleos tardarán en llegar. Así pues, creo que su proyecto será cortoplacista y que, ante la estrepitosa caída de los mercados, más temprano que tarde negociará acuerdos que bajarán las barreras arancelarias, alardeando de que logró terminar con los abusos contra su país.

En términos comerciales, su guerra es una contradicción autodestructiva. Donald Trump no podría imponerle al mundo su visión proteccionista si no estuviera parado sobre una cúspide a donde Estados Unidos llegó en buena medida gracias a la globalización y al libre comercio. Trump puede dinamitar la globalidad para “hacer a América grande otra vez” porque “América” ya es muy grande gracias a esa misma globalidad, por cierto abanderada por Ronald Reagan, su correligionario. La superpotencia que preside y que le da el poder para imponer su voluntad urbi et orbi se forjó en la posguerra, tras el derrumbe del socialismo real, merced a los cambios que hoy quiere revertir. Esos cambios perjudicaron a los obreros trumpistas pero beneficiaron a los estadounidenses en su conjunto al situarlos en la supremacía internacional. Por lo demás, resultaría anacrónico y contraproducente que regresaran al viejo esquema industrial.

El capital político de Donald Trump es enorme, pero dudo que le alcance para aguantar mucho tiempo más la presión del empresariado y aun de su propio movimiento. El regreso de los hijos manufactureros pródigos, si se diera, llegaría en plena estanflación, y una economía recesiva provocaría una derrota al Partido Republicano en las elecciones legislativas de 2026. Por ello creo que su apuesta económica es aberrante y que su apuesta electoral fracasará a menos que recule muy pronto en su embestida arancelaria. El problema es que el daño que ha infligido al mundo es considerable. Me pregunto qué pasaría ahora si China, Japón o incluso Europa endurecieran su postura ante un Trump en retirada y lo apretaran. Contra lo que él cree, su posición ya no es de fortaleza: es de una debilidad que crece día con día.


  • Agustín Basave
  • Mexicano regio. Escritor, politólogo. Profesor de la @UDEM. Fanático del futbol (@Rayados) y del box (émulos de JC Chávez). / Escribe todos los lunes su columna El cajón del filoneísmo.
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