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'Show' del dolor

Jalisco /

El rancho Izaguirre, en Teuchitlán, es ahora un museo del dolor y la negligencia. La apertura a colectivos y medios de comunicación del infame inmueble fue más para satisfacer al interés público y el morbo de lo que presuntamente era un campo de adiestramiento criminal y exterminio, que para darle certeza a familiares de las víctimas.

Los protocolos de la Fiscalía estatal para dar ingreso no sirvieron de nada. Con el sol a plomo y las emociones a flor de piel, buscadores esperaban las unidades que los llevarían hasta el inmueble, sin saber cuánto tiempo tenían que estar de pie. Hasta que tuvieron suficiente. Rompieron el cerco de las autoridades y caminaron hacia el rancho, solo para encontrar un acceso restringido y ni un rastro de quienes estuvieron ahí. Por el contrario: pisos limpios, cuartos recogidos, piedras movidas e indicios como calcetines y, supuestamente, suelo hueco. 

Para las familias buscadoras el hallazgo del rancho abrió la esperanza de dar con sus seres queridos ausentes, y las autoridades les cerraron las puertas en la cara. El pesar de la ausencia se acompañó de la impotencia al no poder buscarlos en un sitio clave para dar respuestas a, quizá, miles de desapariciones en Jalisco.

El acceso fue más una exhibición que un acto de transparencia. Una simulación de cercanía y sensibilidad con las víctimas. Fue un espectáculo de la tragedia, influencers disfrazados de periodistas para producir contenido viral, sacando provecho de uno de los episodios más negros en la historia de Jalisco; con el llanto y gritos de frustración de madres, padres, hermanos como banda sonora.

Una oportunidad para abrir las puertas a las familias que durante años han hecho la labor de las autoridades, convertida en un show que en vez de dar certeza, sembró más dudas sobre la labor de los peritos y las intenciones detrás de la apertura del rancho.

Ahora, los colectivos de búsqueda no solamente piden entrar, sino trabajar, como lo han hecho siempre, con pico y pala, hasta el último rincón de los 7 mil 500 metros cuadrados, sin cámaras ni protocolos inútiles.


  • Dora Raquel Núñez
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