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Vivir de miniaturas

Ciudad de México /

Dos mujeres y un hombre influyeron en lo que se dedicaría Enrique Velázquez Sánchez, empezando por su madre, Lidia Sánchez García, quien se percató que a la edad de 9 años su hijos se empeñaba en moldear las caricaturas que veía en el televisor, como Don Gato y su Pandilla, y futbolistas de balompié y americano, y otros personajes que con el tiempo se incorporaron a su repertorio, mismas que vuelan en cuanto las exhibe. Y comenzó a comercializarlas hace 15 años, cuando supo que podía darse el lujo de vivir haciendo piezas que apenas pueden agarrase con las puntas de los dedos.


Doña Lidia, que trabajaba en una dependencia del gobierno, recuerda que llevó un día a presumir lo que hacía su hijo, y no solo halagaron las pequeñas figuras, sino que comenzaron a comprarle. Esto mismo impulsó a Enrique, quien también hacía lo que el cliente pedía, hasta que creció y, sin dejar de hacer lo que le gustaba, por cuestiones del destino lo llevaron a ser chef en Ciudad de México, donde se casó, pero su esposa se fue a trabajar a un puerto del norte del país.


Y él también tuvo que migrar y consiguió un buen trabajo como chef en un hotel de renombre internacional, pero no tardó mucho en ese lugar, pues sufrió un descalabro moral y decidió regresar a la casa paterna, en colonia Campestre Guadalupana, municipio de Ciudad Netzahualcóyotl, Estado de México, donde había nacido, y se concentró en el oficio de miniaturista, que no había abandonado del todo, pues lo practicaba en sus descansos.


Un día, al asistir a una feria del juguete en World Trade Center de Ciudad de México, conoció a la promotora cultural y coleccionista Silvia Celida, quien lo animó, lo impulsó, lo guió y le hizo ver, como recuerda Enrique, el valor de lo que él hacía, un oficio que pocos practican y que es muy calificado.


Después, en 1916, conoció al señor Julio Rentería Sandoval, directivo del Museo de Arte Popular en Miniatura, MAPMI, en la ciudad de Zacatecas, donde resguarda una gran colección de miniaturas de la República mexicana, elaboradas con diferentes técnicas. Fue cuando el coleccionista le empezó a pedir diversas piezas para su colección.


Y aumentó el entusiasmo de Enrique, ahora de 54 años de edad, quien cada día perfeccionaba una técnica, pues lo hace con entusiasmo, pasión, exactitud y entrega.

Es lo que necesitó para dedicarse de lleno a este oficio de miniaturista desde hace 15 años, que ya lo hacía como pasatiempo desde niño.


Ahora lo practica en su casa y en tianguis de la capital, sobre todo, donde aplica su ingenio en cada pieza.

Fue así como encontró una forma de vivir después de emplearse como chef, en busca de una ilusión.


Pero vayamos al grano en la casa materna, en la Campestre Guadalupana, aunque él tenga su hogar en un municipio cercano.

—¿Aquí empezó todo?

—Aquí empezó todo. Cuando tenía 9 años, recién que llegó mi papá y mi mamá a este lugar; aquí, este el terreno, que es de los abuelos, aquí empezó todo. Aquí veía las caricaturas en televisión y jugaba yo con mi plastilina.


Enrique hace una pausa, como si aquellas imágenes de la infancia y juventud pasaran lentas por su mente.

—¿En dónde estamos?

—Estamos en casa de mi mamá, es parte de lo que ella conservó; le echó muchas ganas para que esto se quedara y me apoyara para seguir adelante a cada uno de mis hermanos.

—¿Y después de terminar de terminar tus miniaturas qué hacías?

—Las guardaba en una cajita pequeña porque la podía andar cargando. Bueno, así fueron mis inicios en las miniaturas.

En aquel tiempo practicaba con figuras tales como Bugs Bunny, el Gato Silvestre y El Pato Lucas, entre otros que veía en la tele de los ochenta.

—¿Y qué es lo más vendes?

—Ahorita manejo mucho la charrería, casitas de muñecas, las llamadas muñequitas Lupitas con su sillita. El tema que el cliente me vaya pidiendo, porque también las hago personalizadas, como los perritos, los gatitos. Todo lo que es la tradición mexicana. Eso es lo que más manejo.


—Y hay clientes…

—Créeme que me fui de espaldas cuando empecé a conocer este ramo. Y más cuando supe que las coleccionan. Y lo que impresionó más es que las conservan con un amor que no te imaginas; con un cariño… que es lo que más me llena de satisfacción.

—Como el caso de la señora que llega…

—…Sí, y empieza a ver las muñecas.

—¿Qué sucedió ese día?

—Bueno, ella empieza a llorar porque dice que le llegan recuerdos de su infancia; se refiere a las muñecas Las Lupitas. Durante el Porfiriato traen esa muñeca, pero de porcelana. Y había cartoneros de Guanajuato que las traían a vender en papel a la Ciudad de México. Ese fue el primer juguete de esas personas. Eso fue lo que más me impactó…

Enrique vende sus miniaturas en la Plaza de Artesanías de la calle Doctor Mora, cerca de la Alameda Central de Ciudad de México


—¿Y qué material usas?

—En especial uso papel. Trato de hacer una figura en armazón y lo voy rellenando poco a poco en papel. Los hago con una punta de maguey.


Escucha la plática su mamá, doña Lidia Sánchez García, de 83 años de edad; una mujer lúcida que recuerda los inicios de su hijo:

“Pues empezó muy chiquito; desde los 9 años se hacía sus cosas, incluso yo me las llevaba a vender en el trabajo, cosas que hacía él, sobre todo equipos de futbolistas”, recuerda. “Incluso aquí en la colonia hay personas que todavía tienen colecciones de futbol americano de él”.

—¿Y qué piensa de esto que hace su hijo?

—Es maravilloso, increíble. Solamente diosito le pudo dar ese don que él tiene.

Y así es como Enrique encontró una forma de vivir y divertirse; un oficio cuyos frutos causan curiosidad y recuerdos; un oficio que se ha practicado desde la antigüedad, aunque no sea tan común.

Un oficio que lo ha llevado a exponer, incluso, en el Museo de Arte Popular, donde hay una colección permanente de un grupo de mariachis en miniaturas con sus respectivos instrumentos.



  • Humberto Ríos Navarrete
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